domingo, 20 de diciembre de 2015

La paloma del lenguaje


El 9 de diciembre, un día antes de la asunción del nuevo presidente, terminé de releer El año del desierto, de Pedro Mairal. Lo había leído por primera vez en el apogeo del kirchnerismo, en algún momento entre 2010 y 2012, de una copia de la edición española prestada por Santiago Llach. Me gustó tanto el libro que hice taller literario un año con Pedro (aprendí mucho) y cuando finalmente salió la reedición lo compré para tenerlo y lo releí. La relectura, que concluyó como decía un día antes de un cambio que para mí resulta esperanzador, se hizo mucho más leve, menos perturbadora. Porque el planteo de El año del desierto, una novela política en sentido amplio, es ciertamente perturbador.
La historia liberal argentina tradicional reza más o menos así: acá había un desierto (lo cual es obviamente cuestionado), y gracias a ciertos acuerdos políticos y a una élite liberal con una visión de largo plazo, se construyó un país. De a poco se incorporó personas con la inmigración, capital con los trenes e institucionalidad y por un tiempo pareció (dejémoslo así) que la balanza se inclinaba más por la civilización que por la barbarie. Pero el subtítulo del Facundo no es civilización o barbarie sino civilización y barbarie.
En El año del desierto se invierte la historia civilizatoria; en vez de una línea directa de la barbarie a la civilización, arrancamos en el futuro y nos vamos para atrás. Es la gran novela de la involución argentina, de una nación fallida, de un sueño que se convierte en pesadilla (Mairal utiliza muy a menudo en el libro los sueños de sus personajes). En un año, mientras la trama de la novela avanza, Argentina va 500 años para atrás. Para que el truco funcione, algunos personajes (principalmente la narradora) recuerdan el futuro y otros no. Así, la novela arranca con las manifestaciones de 2001 (que son "contra la intemperie", el desierto que avanza de las periferias al centro), y retrocede gracias a referencias a cuestiones políticas, de consumo y de género y de mores públicas, hasta que se da la metáfora más obvia de la involución: la gente se dirige a los puertos de Bahía Blanca y Buenos Aires para volver a Europa, y el Hotel de Inmigrantes pasa a ser el Hotel de Emigrantes.
La verdadera protagonista de la novela deja de ser la narradora, María, para ser Argentina. Es a esta última a quien le pasan las cosas, y la narradora narra como sin darse cuenta la historia del país. En ese sentido, Mairal logra contar la historia argentina para atrás y desde lo que le ocurre a la gente, además de hacerlo notablemente con el mapa de Buenos Aires (y del país) en la cabeza. Sobre una prosa casi siempre precisa y tranquila, Mairal agrega la poética que le conocemos, y el lenguaje adquiere alas. El pelo de María, por ejemplo, es "un solo río adornado con hebillas, cintas, flores" (p. 130)
Al final, María termina con la ciudad en la mente, obsesionada por una cuadrícula que ya no existe - "Tenía el centro de la ciudad en la cabeza. Me agobiaban todas sus esquinas y rincones" (p. 203), como Argentina se obsesionó por años para conquistar aquel desierto. ¿Terminó la involución argentina? Lo sabremos en años o en décadas, pero mientras tanto, lo que parece claro es que no puede haber evolución sin acuerdos. Decía Sarmiento que "la nueva generación" era distinta de los viejos unitarios; que sabía que había que integrar al mundo federal y al unitario. Lo mismo ocurre hoy; si tenemos chances de volver a crecer de manera sostenible tiene que ser con acuerdos. "Me habían espantado del cuerpo la paloma profunda del lenguaje", dice María, y sin palabra no hay futuro.


Otra cita
"Esta ciudad le da la espalda al río, decían como reprochándole algo. Pero había que ver lo que era eso, un río sin orilla de enfrente, sin esperanza de otro lado, sin escape, un río oceánico y barroso, sucio, infinito. ¿Cómo no darle la espalda?" (p. 135)

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Vencido


No es habitual que deje un libro. Hasta hace un tiempo, de hecho, no dejaba nunca un libro y hasta fui acusado de ser "el hombre que lee los libros enteros". Pero ahora he dejado uno. Más aún, es la segunda vez que lo dejo. Hace muchos años, quince quizás, mi hermana me regaló una edición en español de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, cuando ese libro estaba de moda. Según mi recuerdo, no pasé de la página treinta. Hace unos meses, me lo volvieron a regalar, pero en inglés: A Confederacy of Dunces. Y me lo regaló una amiga muy querida, entonces le quise dar el beneficio de la duda. De hecho, leí más de doscientas páginas, pero hasta ahí llegué. No me lo banqué más.
El libro es una novela de aventuras satírica en torno de la figura de un personaje improbable y que produce atracción a través del rechazo: un gordo desagradable, vago, incapaz, verbalmente agresivo y físicamente cobarde que cree que el mundo debería haber terminado antes del renacimiento y que todo lo que viene después es una abominación moral. Hasta la página 200, no pude detectar una trama que tuviera sentido. El gran valor del libro es la capacidad para crear personajes, con terceras primeras notables (esto es, aunque está escrito en tercera persona son terceras personas casi primeras porque el narrador se mete bien adentro de cada personaje). Y cada uno de esos personajes, empezando por el gordo Ignatius J. Reilly, el negro Jones, Miss Lee y Darlene del bar "Night of Joy", el agente de policía Mancuso y muchos más, habla de una forma particular. En ese sentido, Kennedy Toole es un genio; pero no alcanza con tirar situaciones y personajes, o por lo menos no me alcanzó a mí, y eso que traté, pero quedé vencido, como el pobre gordo Ignatius en su lucha contra la modernidad.


jueves, 19 de noviembre de 2015

Dar vueltas

Santiago Llach, Los compañeros, Vox, 2015

Me resulta difícil comentar un libro de poemas y no sé si el hecho de que se trate del de Santiago Llach, amigo y un poco mentor en esta cosa de ir poniendo palabras al lado de otras palabras, lo haga más o menos difícil. Me acuerdo de esta cita de Roth en The Ghostwriter: “Doy vuelta oraciones. Esa es mi vida. Escribo una oración y la doy vuelta. Después la miro y la doy vuelta otra vez. Después almuerzo. Después vuelvo y escribo otra oración. Después tomo el té y doy vuelta la nueva oración. Después leo las dos oraciones otra vez y las doy vuelta a las dos. Después me tiro en el sofá y pienso. Después me paro y las tiro y empiezo desde el principio.” Leer poesía es un poco eso: como lector también das vuelta las palabritas que otro puso ahí hasta ver si tienen sentido, pensar qué te evocan, en qué te hacen pensar.
El libro se llama Los compañeros  y no tiene un poema que se llame así ni tiene índice pero sí tiene el mensaje de "se terminó de imprimir" más lindo que haya visto jamás (ver foto). En el medio tiene poemas que vuelven una y otra vez a unas pocas temáticas interrelacionadas: la familia (y la paternidad); el paso del tiempo, un tiempo a veces lineal y otras circular, pero que nos pone en lugares inexorablemente distintos frente a situaciones prácticamente iguales; y la literatura y la poesía. La política está presente como un especie de telón de fondo, algo que hace gente a veces cercana pero que parecen personas que "ven hadas, pumas, elfos" (p. 43)


La familia y la paternidad (hasta los hijos de Santi) aparecen una y otra vez. A veces con ternura (como en el hermoso poema inicial "Cuándo se romperá el encanto", con su "...todo lo familiar es un drama, / un entrenamiento de actores..." - p. 11); otras con más temor o incluso con hijos con una mirada que enjuicia. El segundo tema es el paso del tiempo, cómo la vida va pasando: "La vida sigue adelante, quiere decirme. / La construcción es lenta. / La destrucción dura un segundo." (p. 13) En un poema la misma gente que canta sus canciones en la cancha sin saberlo le da la espalda a Palito Ortega: "la gente no lo quiso ver ni gratis" (p. 37) así como pocos leyeron estos mismos poemas gratis en el blog de Santi y casi nadie leerá esta entrada en el mío. El tiempo pasa: el éxito de Palito se desvanece; el nuestro nunca llega.
Al final está el tema de la literatura; en un poema, enojado quizás,  le dice a una chica que lee en el subte d ("Qué esperás de la literatura, nena") que la literatura no cura ni informa ni entretiene ni te hace mejor: "no esperes nada de la literatura, nena" (p. 35) Pero son muchas más las instancias en que se la resalta; le cuenta al hijo que "te hace entrar en contacto / con la variedad de la experiencia humana." (p. 14), seguramente un contacto más iluminador que el "espíritu de las ciencias sociales." (p. 26) Pero sobre todo, la literatura es una forma de entrar en contacto con uno mismo; el tiempo pasa sin éxito pero no por ello sin logros: "Me libré de las garras del mal / pero no escribí la gran novela de la época." (p. 32) Al final del día, parece que sí nos curamos (o casi) cuando ponemos una palabrita al lado de otra (o cuando las leemos), porque no se trata de referencias oscuras: "estoy hablando de mí / y de vos, / de lo que te pasa / de la mística blanda de la ciudad". (p. 59)

lunes, 2 de noviembre de 2015

Más que una chica graciosa


Nick Hornby, Funny Girl, Penguin/Viking, 2014


Las novelas de Nick Hornby se leen con la facilidad con la que un copo de nieve se posa sobre una mesa de madera. En Funny Girl de nuevo crea personajes interesantes y frescos pero, sobre todo, logra ese fluir notable que hace que pases de una oración a la otra sin pausa. Lo empecé un día a la noche cuando me preparaba para irme a dormir y casi sin darme cuenta había leído cien páginas. Las doscientas cincuenta páginas que le siguen se leen igual de bien.
Funny Girl es una novela sobre un programa de televisión; los personajes principales son Barbara/Sophie, la actriz principal que se cambia de nombre al llegar a Londres por sugerencia de su representante; el actor principal (Clive), los dos escritores (Tony y Bill) y el productor (Dennis). A través de la historia de este programa, Hornby va a retratar los cambios de Gran Bretaña en los años sesenta (desfilan los Beatles, los Stones, los Yardbirds y políticos como Harold Wilson) y a presentar la discusión sobre dos maneras de entender el arte: el arte como entretenimiento para la gente o como alta cultura para los críticos. Aunque todo el libro parece una defensa de lo primero, campo en el que Hornby se mueve con tranquilidad y representado por casi todo el equipo del programa, el autor le deja también un lugar a la crítica. Dennis describe al mundo de los críticos como gente que "de hecho quería que la gente no se riera, nunca" (p. 155), pero años después Barbara/Sophie se pregunta si acaso sus esfuerzos no fueron demasiado lejos: "el entretenimiento había tomado el mundo, y no estaba segura que por ello el mundo fuera un lugar mejor." (p. 335)
Los sesenta sin duda habían generado cambios y eso era en gran parte de lo que se hablaba en el programa: "El sistema de clases, hombres y mujeres y las relaciones entre ellos, los snobs, la educación, el Norte y el Sur, la política, cómo un país nuevo parecía estar emergiendo del deprimente país viejo en el que habían crecido todos ellos." (p. 62) Este país nuevo, con los cambios y las nuevas posibilidades, hacía que fuera muy difícil "no ser un chiquito en una tienda de dulces sin caja registradora." (p. 264) Aquí tiene un lugar importante el tema de las nuevas costumbres sexuales y la homosexualidad, que comienza a ser aceptada (o al menos despenalizada). Con los dos escritores del programa Hornby arma dos contrapuntos: entre las dos maneras de entender el arte y dos maneras de enfrentar la homosexualidad; Bill reprimiéndola, Tony buscando la manera de expresarla a pesar de las limitaciones de la época.
La novela se lee bárbaro también porque el personaje de Sophie, la chica graciosa, es hermoso. "Ella podía cambiar su nombre y cambiar su voz y seguiría siendo ella misma, porque era una llama azul y nada más, y la llama se apagaría salvo que encontrara su camino de salida." (p. 37) La relación que termina armando, con un personaje que "Mientras pudiera tomar el desayuno con ella todas las mañanas sería feliz" (p. 238) es de una ternura que no puede más. Pero sobre todo, insisto, la novela se lee genialmente porque te divierte (me hizo reír a carcajadas en el tren, ante las miradas sospechosas de mis compañeros de viaje), porque Hornby es un genio, porque cada pasito, cada palabrita, te lleva a la otra, como un copo de nieve que se apoya sobre otro y otro hasta cubrir todo de un blanco hermoso.

Originales de las citas usadas
"They actually wanted people not to laugh, ever." (p. 155)
"entertainment had taken over the world, and she wasn't sure that the world was a better place for it." (p. 335)
"The class system, men and women and the relationships between them, snobbery, education, the North and the South, politics, the way that a new country seemed to be emerging from the dismal old one that they'd all grown up in." (p. 62)
"He was talking about the times they all suddenly lived in, and how hard it was not to be a small boy in a sweet shop with no cash register." (p. 264)
"She could change her name and change her voice and she would still be her, because she was a burning blue flame and nothing else, and the flame would burn up unless it could find its way out." (p. 37)
"As long as he could eat breakfast with her every morning, he'd be happy." (p. 238)

martes, 27 de octubre de 2015

El fuego de las pasiones


Mi amiga D. me regaló The Speechwriter. A Brief Education in Politics, libro escrito por un muchacho de nombre curioso: Barton Swaim. A pesar de que venía más que bien predispuesto, no me volvió loco el libro de Barton, y sí, lo vamos a llamar por su nombre y no por su apellido, porque me recuerda a John Turturro haciendo de un escritor llamado Barton Fink en una película del mismo nombre de los hermanos Coen: Fink escribe guiones horribles en un hotel gigantesco que termina prendiéndose fuego en Hollywood; Swaim, cuyo apellido me hace pensar en un nadador, quizás en el cuento "The Swimmer" de Cheever, agua y fuego, escribe un libro sobre un político que se prende fuego.
Agarré el libro con muchas ganas. Primero, porque además de regalármelo, D. le puso una dedicatoria hermosa: escribió "para nuestro Sam/Toby local." D. hacía referencia al dúo de speechwriters de The West Wing, una serie de política que corrió entre 1999 y 2006 en el que todos los personajes tenían algo de idealismo, una serie que ahora, después del cinismo de Frank Underwood en House of Cards, parece un cuento de hadas. Por supuesto, D. sabe que dedico buena parte de mi tiempo a la comunicación, que desde hace quince años más o menos ando escribiendo para otros, ya sea en política o empresas. Más o menos conscientemente, parece que D. sabe también que en mí anida esa ambivalencia entre Sam (un escritor que termina siendo candidato, que se anima a crecer y salir del closet de ser “la mano derecha de” o “the guy behind the candidate”) y Toby (el escritor más sombrío al que la ex mujer describe como “demasiado triste”). Agarré el libro con ganas, además, porque siempre es divertido leer un libro sobre un campo que conocés y porque el libro me llegó en una de esas ediciones americanas de tapa dura que son tan hermosas: la cubierta, las tapas, el papel de alto gramaje, todo eso te predispone bien. Finalmente, me interesaba porque conocía y había seguido de cerca el escándalo que daba sentido al libro de Barton.
Barton era escritor en el equipo de Mark Sandford, ex gobernador republicano de Carolina del Sur. En 2009, Sandford desapareció por unos días: nadie sabía dónde estaba. Cuando apareció, tres o cuatro días después, se supo que tenía una amante argentina. Un escándalo, y los escándalos son divertidos. Lo más divertido del caso es que Sandford hizo todo lo que no debe hacer un político en una circunstancia como esa; en palabras de Barton, "Cualquier otro político (...) hubiera emitido la cantinela habitual de cómo esto era una cuestión privada y sobre cómo iba a tener que trabajar con su esposa algunos temas difíciles y cómo había decepcionado a su familia, a su equipo y a los ciudadanos de este gran estado. El gobernador era incapaz de la cantinela habitual; su fortaleza era su locura." (p. 191) En cambio, Sandford dio una conferencia de prensa que es algo así como todo lo que no habría que hacer en una situación como aquella: detalles, sentimientos, balbuceos, dudas en cámara y hasta momentos en que parecía que se pondría a llorar. Francamente, una performance lastimosa. (Acá está el larguísimo y deshilvanado statement inicialde Sandford, y acá sus respuestas a las preguntas de la prensa).
Barton perdió su crédito inicial bastante rápidamente. Debo decir, igual, que algo me molestaba de antes de empezar: hablando de un ex-jefe, Barton estaba rompiendo un mandamiento del profesional de comunicación; uno debe cierta confidencialidad aún después de terminado el lazo laboral. Antes de empezar con el libro propiamente dicho, Barton se defiende de esa crítica no haciéndose cargo de su pasado como profesional de la comunicación; más que eso, se define como escritor. Y el escritor, dice, está casi obligado a traicionar, a hacer literatura con el fuego de las pasiones humanas. “No escribí este libro para vengarme de nadie ni para revelar secretos escabrosos o primicias internas. Lo escribí porque tuve que hacerlo. Soy un escritor, y un escritor no puede ser testigo del tipo de cosas de que fui testigo sin escribir sobre ellas para que alguien más lo disfrute.” Entiendo la defensa de Barton, y hasta estoy dispuesto a aceptarla, con una condición: la traición tiene que valer la pena, el libro tiene que ser bueno, y el de Baton no lo es.
El libro tiene cosas buenas, desde ya, y no sólo para alguien que se dedica a algo parecido. Está bueno ver qué le ocurre al escritor del discurso cuando escucha sus palabras en boca de su jefe o cliente ("la primera vez sentí una corriente de electricidad surcándome (...) Me sentí mareado." - p. 15), o los problemas casi morales de estar escribiendo para otro. Explica sencillamente la necesidad de escritores políticos: "los políticos de alto nivel necesitan escritores (...) porque no se puede esperar que ninguna persona normal diga algo interesante tantas veces por día sobre tantos temas a tantos grupos distintos de personas." (p. 86)
Lo mejor es el retrato de lo que significa trabajar para alguien que uno no respeta. Desde ya, eso es malo en cualquier profesión: trabajar para un jefe con poco vuelo o que no trata bien a la gente de su equipo siempre es malo. Pero creo (y quizás me equivoque por pensar que lo mío es diferente) que sí es un poco más complicado cuando estás en cuestiones tan ligadas a la política o a lo público en general. Escribir cosas en las que no creés o cosas en las que creés pero sabés que en última instancia tu jefe no, que sólo las dice para quedar bien, por ejemplo, es feo. En estos quince años en que me dedico básicamente a esto he tenido jefes peores y mejores, y uno hace todo con mucho más alegría cuando cree en su jefe. A Barton le tocó la mala; según él, nadie del equipo respetaba demasiado al gobernador: era un tipo de una "avaricia neurótica" (p. 25), muchas veces quedaba fijado en detalles sin ver lo más importante de un trabajo, se enojaba demasiado por minucias, era muy malo con la gente de su equipo ("Si estabas en su equipo, no tenía ningún conocimiento de tu existencia como persona", p. 123), etc. Sobre todo, Barton no le perdona al gobernador que escribera mal, que usara siempre las mismas muletillas que no agregaban nada a los escritos.
Eso es parecido a lo que yo objeto de Barton: no tanto que haya mandado al frente a su ex-jefe sino que sea un mal escritor. Un poco porque el libro no está particularmente bien escrito, pero sobre todo porque está mal pensado. Barton no se decidió a escribir un libro de no-ficción, diciendo todo como fue y con nombres y apellidos y lujo de detalles. El libro nunca da el nombre y apellido del gobernador, ni siquiera dice que era republicano. Es una cosa muy extraña: un libro de política que saca todos los detalles de la política; resulta ridículo leer, por ejemplo, que "el gobernador se convirtió en el crítico más fuerte de su partido al paquete de estímulo económico del nuevo presidente" (p. 120) sin que se mencione siquiera el nombre de Barack Obama o la gran crisis económica en que se encontraba Estados Unidos. No se puede escribir de política sobre un vacío político.
Hacia el final del libro, Barton parece darse cuenta de que no había mucho ahí y se pone a teorizar. Dice que el verdadero problema del desengaño es haber creído en los políticos; a los políticos nunca hay que creerles, dice: lo único importante para ganar elecciones es la imagen, y por eso los políticos se concentran sólo en eso. “La vanidad (…) es la falla peculiar y mortal de la política democrática moderna” (p. 200).

Barton me parece tan deshonesto como Sandford al no ir a fondo con un libro de no ficción, y me parece un mal escritor por no aprovechar todo este material para ir por el otro camino: una gran novela política. Barton se ríe de Sandford y de su caída, pero yo sentí más empatía con el gobernador que con el narrador. Hay ahí, en esta historia, material para una gran novela política en clave de tragedia: el valor de Sandford como político, su capacidad para decir verdades incómodas (su heroísmo “consistía en su honestidad brutal respecto de los límites de lo que podía hacerse” - p. 142) y su dificultad para ocultarlas (como en esa tremenda conferencia de prensa donde dice muchas más verdades de las necesarias) fue también su falla trágica, lo que llevó a su ruina política. Si Barton hubiera escrito esa novela, metiéndose de lleno en el fuego de las pasiones de Sandford, si al hacerlo hubiera tenido más compasión y empatía con el tipo que se prende fuego en vivo en CNN, quizás le hubiera perdonado su traición, quizás esa traición hubiera valido la pena. Ahí es cuando Swaim me hace acordar al swimmer de Cheever, un tipo vencido y perdido, y pienso que quizás Barton no se merecía un jefe mucho mejor que Sandford.

lunes, 19 de octubre de 2015

Leer la propia vida

Luis Chaves, Salvapantallas (Seix Barral): quedó al lado de Cucurto.

Leí por primera vez a Luis Chaves en el taller literario de Santi Llach y me encantó. Lo que leí era el capítulo IV "ITALIA 90 (o starfield)" de la edición costarricense de Salvapantallas. Cuando salió la edición argentina (Seix Barral) la compré y el libro le ganó a unos cuantos en la pila de la mesa de luz. Pero cuando empecé a leerlo sentí que la lectura no cumplía con las (admito que altas) expectativas. Siempre un problema lo de las expectativas altas: en la literatura, en la política, en el amor. El libro es una colección de textos distintos: sobre todo son escenas en la vida del narrador, escenas que descubren momentos vitales clave, vínculos fundamentales, etc., pero a veces también apuntes pequeños (un sueño, un barco bajando por el Paraná).
A pesar de que no me convencía lo que leía, yo seguía. Y seguía porque el libro es divertido, es gracioso, es rápido y está muy bien escrito. Fluye como el Paraná. Pero también porque hay una mirada especial sobre la propia vida del narrador: una mirada que parece honesta (y lo importante para nosotros los lectores es eso, que parezca), mesurada, crítica pero al mismo tiempo con algo de compasión sobre la propia vida. Cuando describe a un objeto de deseo como "estudiante de ingeniería equis que está social, económica y físicamente fuera de todas mis posibilidades." (p. 20), por ejemplo, muestra al mismo tiempo ese humor y esa percepción clara sobre el lugar ocupado.
Así seguía, y cuando estaba empezando a sentir alguna molestia con el libro (más allá de todas esas partes sobre la cocaína, que no me divierten, porque no tomo, porque soy conservador, qué se yo) todo cierra hacia el final. En uno de los últimos capítulos, "Diario doméstico", empieza a cerrar todo lo que leímos antes como una suerte de biografía caleidoscópica; es el presente lo que da la clave de interpretación del pasado. Y en forma de diario, Chaves cita al maestro de la novela en formato diario, Mario Levrero (lo amamos acá): "Me hice un bookmark mental para buscar el libro donde Levrero expone con maestría algo que compré en la primera lectura: cuando se llega a cierta edad, uno deja de ser el protagonista de sus acciones: todo se ha transformado en puras consecuencias de acciones anteriores." (p. 126)
Después de eso, es limpieza: sobre todo, entender (o más bien tener una explicación de) el origen de este libro a través de una experiencia musical; en un recital de Dylan "La música había cumplido con su poder, detonar experiencias personales, intransferibles" (p. 137). Mucho antes en el libro y en la vida Chaves "abandonaba mi trabajo y mi profesión (...) para dedicarme a-la-literatura. Cada vez que recuerdo ese momento, mi yo del presente quiere viajar en el túnel del tiempo al año infausto de 1995 para cachetear, patear y trapear el piso con aquel impedido mental." (p. 42) El lector, en cambio, agradece, porque en esta versión de la literatura Chaves usa aquel estallido de las experiencias personales intransferibles para contar una vida, acompañarnos en esto de vivir, y no podemos pedir mucho más.

Otras citas que me gustaron
"Hoy me levanté a las 6 a.m. y salí a pasear a Nina, la perra. Mi vida está acabada." (p. 113)
"O sufría de Parkinson o estaba pasado de piedra, más que pulso tenía una electrocución, los documentos vibraban en sus manos, los ojos inyectados en sangre." (p. 71)
"Al fútbol no se le da la espalda". (p. 90)
"Un país son muchas cosas casi siempre desconectadas de los clichés que alimentan y sostienen la entelequia de la patria." (p. 91)
"Los talleres literarios son semejantes a los grupos de fútbol cinco o los cines foros, cosas que hace la gente después de su día de trabajo si le queda energía. Es una actividad inútil en la que unos pretenden aprender algo que nadie les puede enseñar." (p. 100)

martes, 13 de octubre de 2015

El cuento de la identidad



Drown es la primera colección de cuentos de Junot Díaz, de quien antes leí The Brief Wondrous Life of Oscar Wao (novela) y This is how you lose her (cuentos). También publicó Los Boys (cuentos). Díaz no es uno de esos escritores que te inventan mundos nuevos de un libro a otro; más bien, como Roth, vuelve a visitar una y otra vez el mismo mundo, el propio.
Todos sus cuentos, como su novela, están entre cosas: entre Dominicana y Estados Unidos, entre el español y el inglés, entre una cultura y la otra, a veces entre una familia y la otra. Los padres son todos tremendos, como el de "Fiesta 1980", que lleva a sus hijos a sus visitas a lo de la amante y en un momento: "metió su dedo contra mi cachete, un lindo empujón sólido. Así es como era con sus castigos: imaginativo." (p. 23) O los de "Aguantando" y "Negocios", cuentos en los que los padres emigran a Estados Unidos y dejan a las familias en Dominicana sin que quede claro si volverán o no, si llevarán o no a las familias a Estados Unidos. Las madres aceptan un papel secundario, aguantan, pasan desapercibidas mientras los maridos se acuestan con otras y los hijos se convierten en dealers de poca monta: "Ella descubrió el secreto del silencio: vertiendo café sin un splash, caminando entre habitaciones como deslizándose en un almohadón de fieltro, llorando sin un sonido. Has viajado al Este y aprendido muchos secretos, le he dicho. Sos como un guerrero de las sombras." (p. 74)
Hay cuentos de chicos desfigurados, de una pareja entre una junkie y un dealer y hay también, casi siempre, choques entre ricos y pobres, o al menos una clara oposición. En "Edison, New Jersey", los personajes principales llevan mesas de pool y las arman en las casas de los ricos: "Pruitt. La mayoría de nuestros clientes tienen apellidos como esos, apellidos de casos judicales: Wooley, Maynard, Gass, Binder, pero la gente de mi ciudad, nuestros apellidos, los ves en presos o emparejados en tarjetas de boxeo." (p. 101) Mi amigo S., que sabe más de esto que yo, acusa a Junot de "pobrismo" pero no estoy de acuerdo. Él cuenta su aldea, y eso implica la pobreza del inmigrante, y con eso cuenta algo universal: los padres e hijos, alguna relación con ternura en "Boyfriend", la inseguridad sexual en "Drown", los inicios sexuales en "How to Date a Browngirl, Blackgirl, Whitegirl, or Halfie". Y lo que tiene de original es el sonido, entre el español y el inglés, de un lenguaje que está en el medio de muchas cosas, pero que es sobre todo un discurso de la identidad del propio escritor.


Originales de las citas usadas
"he jammed his finger into my cheek, a nice solid thrust. That was the way he was with his punishments: imaginative." (p. 23)
"She has discovered the secret to silence: pouring café without a splash, walking between rooms as if gliding on a cushion of felt, crying without a sound. You have traveled to the East and learned many secret things, I've told her. You're like a shadow warrior." (p. 74)
"Pruitt. Most of our customers have names like this, court case names: Wooley, Maynard, Gass, Binder, but the people from my town, our names, you see on convicts or coupled together on boxing cards." (p. 101)

miércoles, 7 de octubre de 2015

Enfrascados

Fabián Casas, Titanes del Coco, Emecé, 2015

Me dejó con ganas Titanes del Coco, la novela de Fabián Casas, pero quizás porque no la leía como debía leerla.
Casas nos da un indicio de cómo leerla bien al principio de la novela: "Los tranquilizantes tienen mala prensa. Pero qué sería del mundo sin ellos. Cuántos penales errados sin ellos, cuánto dolor fuera de control sin ellos. Alguien tendría que escribirle un poema a los tranquilizantes." (p. 22) La novela quizás es menos una novela que eso, un poema a los tranquilizantes. Un poema coral y complejo sobre los titanes del coco, sobre todas esas personas, todos nosotros, que andan preguntándose, que andamos preguntándonos, quemándonos el coco por cosas: hay "una enfermedad que suele asolar las redacciones: la maquinola del diálogo interno que no para nunca. (...) dale que dale, erosionando el cerebro y la vida" (p. 30); hay un "psicólogo rubio" (p. 37), el whisky, que a veces reemplaza a los tranquilizantes; se descubre que la "tranquilidad (...) casi metafísica que demostraba Aluzino en medio de los cierres estrepitosos se debía a las cajas de Rivo y no una supuesta trascendencia espiritual" (p. 83) y otro personaje "Se hizo un catador de tranquilizantes. Conocía todos, sabía cómo combinarlos con ciertas bebidas. Los disfrutaba." (p. 194)
La novela comienza en la redacción de un diario al borde de grandes cambios (que no se terminan de cerrar en el relato), sigue con una investigación sobre una secta en un secundario (que tampoco termina de cerrar) y termina con un viaje ridículo. Pero si es un poema y no una novela, todo vale. Y si los tranquilizantes valen es porque hay algo previo: en una redacción, hay secciones que te destruyen ("Información General es un lugar que te quema el coco" - p. 85) pero fuera de una redacción también. "Aun hasta las personas decididas, con un nombre y una reputación que funciona, saben que todo está atado con hilos de coser. Que nuestros grandes momentos están pegados con cinta scotch." (p. 143) El terror, los ataques de pánico, vienen del coco: "el terror no viene del espacio exterior, el terror está construido con la materia de nuestra carne, está hecho de nosotros." (p. 27) Todo esto cierra sin cerrar en un capítulo hacia el final, titulado "Teoría del enfrascamiento", un capítulo de siete páginas en un sólo párrafo, que pasa de primera persona a tercera, de un narrador a otro, de vuelta a tercera y donde se pregunta "¿Qué sabemos en realidad de los demás?" (p. 199) "¿Por qué tenemos amigos? ¿Qué es lo que hace que una vida funcione y avance?" (p. 200)
La novela funciona y avanza, sin que uno sepa demasiado por qué. El libro se lee muy bien. La prosa se desliza, pasás de capítulo a capítulo a veces sin entender del todo pero sin que cueste. Cada capítulo tiene lo suyo, personajes que se despliegan en cinco páginas quizás para no volver más. Como no podía ser de otra manera, las referencias culturales de Casas despiertan ternura (me acuerdo del auto de Meteoro, por ejemplo) y no puede dejar de traer a Boedo (y a algún personaje de Los Lemmings también); dice un personaje y dice Casas en referencia a los amigos de Boedo: "Yo pensaba que me había alejado de ellos, pero ellos siempre volvían." (p. 165) Vuelven como las voces de nuestras cabecitas, que nos horadan la existencia, y contra lo cual recurrimos a los tranquilizantes, al whisky, a la literatura, cada uno a lo que puede.

lunes, 28 de septiembre de 2015

El comienzo de la historia


Los libros de cuentos, si son largos, suelen cansar; a veces hay que dejarlos y volver al tiempo. No me pasó con Our Story Begins, de Tobias Wolff (también leímos Old School). Son más de treinta cuentos pero los leés uno detrás de otro sin problema, en parte, supongo, por la gran diversidad entre ellos. Aunque hay algunos temas que se repiten, como cuentos sobre relaciones entre un hijo y su madre ("The Liar", "Firelight", "A Mature Student", "Down to Bone") o entre un hijo y su padre ("Powder", "Nightingale"), en cada cuento, incluso los más cortos, Wolff arma un universo: una familia, una relación, un vínculo que remite a un núcleo de la experiencia humana.
En muchos de ellos el meollo es una decisión moral; como en "Two Boys and a Girl": "Las razones siempre venían con un propósito, para dar la apariencia de una lucha entre el principio y el deseo. Pero no había habido lucha. El principio tenía poder sólo hasta que descubrieras aquello que tenías que tener." (p. 195) Con cierto fatalismo, algunas de esas decisiones o eventos deciden todo lo que vendrá después, y la vida deja de estar en manos del protagonista (o quizás nunca lo estuvo): "Y entonces te topás con un sector con hielo en una curva un día soleado de marzo y el volante en tus manos se convierte en un chiste y vos en nada más que un espectador de tu propio deslizamiento somnoliento hacia el borde" (p. 274) Ese destino parece quitarle brillo a los sueños, a las pasiones de la juventud y a veces los personajes luchan por no perderlo: "Se supone que tenemos que sonreír frente a las pasiones de los jóvenes, y frente a lo que recordemos de nuestras pasiones, como si fueran nada más que una serie de fraudes dulces con los que nos habíamos engañado a nosotros mismos hasta que nos avivamos. (...) Pero no había nada ingenuo en lo que sentíamos." (p. 225)
Todo esto es contado con oraciones directas y con imágenes únicas. "La nieve aflojó, pero igual la tierra no tenía borde cuando se encontraba con el cielo." (p. 21) dice en el clásico "Hunters in the Snow". O en "Firelight": "Los troncos se acomodaron en la chimenea, muy suavemente, como algún viejo perro que durmiendo ajusta sus huesos." (p. 258) Ocasionalmente, también, incluso frente a los peores dramas, encontramos humor, como al comienzo de "Sanity": "Llegar desde La Jolla al Hospital Estatal de Alta Vista no es fácil, salvo que tengas auto o un colapso mental." (p. 160)
Tobias Wolff es un maestro del cuento, el que a través de la literatura retrata lo cerca que está todo del derrumbe. El chico de uno de los cuentos, "The Liar", inventaba historias de enfermedades y muertes. Su madre, en cambio, "podía imaginar a las cosas como cuajando, no cayéndose a pedazos." (p. 51) Las historias de Wolff se detienen siempre en el momento en que la balanza puede inclinarse para uno u otro lado.


Originales de las citas usadas
"Reasons always came with a purpose, to give appearance of a struggle between principle and desire. But there'd been no struggle. Principle had power only until you found what you had to have." (p. 195)
"And then you hit an icy patch on a turn one sunny March day and the wheel in your hands becomes a joke and you no more than a spectator to your own dreamy slide toward the verge". (p. 274)
"We're supposed to smile at the passions of the young, and at what we recall of our own passions, as if they were no more than a series of sweet frauds we'd fooled ourselves with and then wised up to. (...) Yet there was nothing foolish about what we felt." (p. 225)
"The snow let up, but still there was no edge to the land where it met the sky." (p. 21)
"Getting from La Jolla to Alta Vista State Hospital isn't easy, unless you have a car or a breakdown." (p. 160)
"The logs settled on the fireplace, very softly, like some old sleeping dog adjusting his bones." (p. 258)
"She could imagine things as coming together, not falling apart". (p. 51)

lunes, 7 de septiembre de 2015

Ser artista

Ottonello quedó al lado de Leo Oyola. Seguro que lo cuida.

Quiero ser artista, de Pablo Ottonello, y editado por Tenemos Las Máquinas, es una muy buena colección de cuentos de un chico del que vamos a leer mucho. Son seis cuentos en los que se repiten dos tópicos: la cuestión del arte, de ser artista, de cuándo somos artistas; y el sexo, la pareja, la infidelidad.
En "Kovacic" vemos el contrapunto entre dos cineastas: el narrador es un cineasta comercial y el otro un artista, al borde de la locura o del otro lado, que cree haber descubierto la bacteria de la poesía del cine. En "Quiero ser artista", una pareja joven que se dedica al cine hace turismo en un set y el chico se cruza con un actor famoso, con un artista. Artista, parece decirnos, se es y no se es al mismo tiempo todo el tiempo. Como dice un personaje de ese cuento: "A veces creo, dice Olga, que el arte es tener trabajo en el arte" (p. 70) y en otra conversación que "El arte es tener tranquilidad económica" (p. 72).
"Fundar un sexo" y "La gleba" son el reverso de la misma cuestión milenaria. En el primero un hombre casado se bambolea al borde de la infidelidad y en el segundo se pregunta si la mujer le es fiel. "La gleba" tiene una estructura especial: es un fluir de conciencia de una sola oración de cinco páginas, y se lee fantásticamente bien. En los dos hay una prosa muy poética, un cuidado del lenguaje y un juego con las palabras que es realmente muy especial. Si lo leés y escribís te pasa un poco como el autor: querés ser artista. Por ejemplo, en "Fundar un sexo" leemos: "Mostraste la cabeza de la copa y tiraste un chorro para que las gotas cayeran hacia el interior con una lentitud de dibujitos, una ecografía cayente, derramada en su cosa de gota y de uva". (p. 53) (Ottonello también tiene apuntes culturales divertidos, y el humor está siempre presente, como cuando dice que el "Sic Itur Ad Astra" es "un colegio patricio donde las familias con plata de zona norte mandaban a su cría a que aprendiera sus primeros argumentos de macroeconomía y sembraran amistad entre el mejor trigo de la Argentina." - p. 82)
"Comprar crema" es de alguna manera un poema que une los dos tópicos de los cuatro cuentos anteriores, un cuento sobre cómo el sexo y la poesía están en todos lados. "Amalia", el cuento que cierra el libro, parece el más distinto de todos, aunque también tenemos problemas de pareja e infidelidad. Tiene, por lo pronto, más profundidad vincular; es la historia de la destrucción de una familia y de una persona. Pero al final, quizás, no es tan distinta: una vida sin poesía, sin arte, como la de esa familia, una familia en la que no circulan las emociones, se rompe; la madre híper entrenada de ese cuento, que cree que "Cuanto más uno se entrena, más sano está, más años vive" (p. 98) resulta la prueba de lo contrario: de tan dura perdió flexibilidad y se rompe en pedazos. De nuevo, Ottonello cuenta este cuento duro con humor, como cuando dice de un personaje que "la cocaína se le fue de las manos. De las manos a la nariz." (p. 112)
En definitiva, una muy buena primera obra (publicada: sabemos que hay mucho más allí) de un muchacho de quien vamos a leer mucho.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Las cosas como son


Se me hizo larga The Lay of the Land, tercera entrega de la tetralogía Bascombe de Richard Ford, pero en gran medida porque efectivamente es larga (casi quinientas páginas) y lo leí en el Kindle, donde no te das demasiada cuenta del largo de las cosas.
Encontramos ahora a Bascombe cerca de los sesenta, meditando sobre la longitud de su vida: tiene cáncer de próstata, su segundo matrimonio está en problemas por las acechanzas del pasado, su primera mujer sigue dando vueltas, intenta con dificultad relacionarse con sus hijos. Más al punto, algunos eventos que parecen poco trascendentes lo van a llevar a pasar de lo que llamaba el "Período Permanente" a "El Próximo Nivel". En el Período Permanente, Frank Bascombe creía haber encontrado la aceptación; una postura casi zen de intentar concentrarse más en el hacer, en ser, que en convertirse en algo: "el final del perpetuo estar convirtiéndose, de pensar que la vida ha maquinado cambios maravillosos para mí". (p. 54) De otra forma, "lo que nos enseña el Período Permanente: si realmente no podés olvidar algo, al menos podés ignorarlo para llegar a tiempo a tus planes para la cena." (p. 227)
Los eventos de este fin de semana de Acción de Gracias rompen ese equilibrio y Frank llega a la conclusión de que "Todos esos años y formas de acomodarse, de soportar, de vivir con, de negociar el mundo para poder pertenecer en él (...) estas no parecen ahora ser formas de aceptación como yo lo pensaba, sino terribles formas de no-aceptación" (p. 357) El Próximo Nivel pasa por "aceptación, prudencia y gratitud". (p. 367) La primera novela ocurre en Pascuas y tiene que ver con un renacer, la segunda en el Día de la Independencia y tiene que ver con la liberación; esta tercera, en Acción de Gracias, pasa más por la aceptación que por la gratitud, o por entender la gratitud como aceptación, que es también una manera de lidiar con el envejecimiento y con la idea de una muerte cada vez más cercana: "Envejecer requiere reconciliarse con algunas cosas, y nadie dijo que ponerse viejo fuera lindo ni su alternativa mejor." (p. 296)
Frank, el inmobiliario de la costa de Nueva Jersey, se pregunta como un filósofo por la buena vida; "lo que todos queremos saber, lo que causa nuestras preocupaciones más desviadas y que tememos que pueda ser verdad pero nos resulta imposible conseguir una respuesta franca del mundo en general. ¿Soy bueno? ¿Soy malo? ¿O estoy perdido por algún lado en un medio teñido de neblina?" (p. 94) Hacia el final, lo importante parece ser intentarlo; la mejor pregunta motivacional puede no ser "¿Soy bueno?" sino "'¿Tengo acaso un corazón?' ¿Veo al bien al menos como una posibilidad?" (p. 476).
El libro cierra con el descenso de un avión, bajando a escala humana. "Es, por supuesto, sólo en escala humana, con el gran mundo acostado chato abajo tuyo, que el Próximo Nivel ofrece sus recompensas (...) una aceptación práctica de qué es qué, en tiempo real y con los pies sobre la tierra, vale como espiritual si podés arreglártelas." (p. 484) The Lay of the Land, como título, aparece así intraducible (aparentemente ni lo intentaron: veo que en la traducción española titularon "Acción de Gracias"); habla de aceptar los límites que impone lo físico, la tierra, la importancia de mantener los pies ahí hasta que nos lleven con los pies para adelante a otro lado. Quizás por eso se me hizo largo; quizás queremos todos alargar la llegada de ese momento.

Originales de las citas utilizadas
"an end to perpetual becoming, to thinking that life schemed wonderful changes for me". (p. 54)
"what the Permanent Period teaches us: If you can’t truly forget something, you can at least ignore it and try to make your dinner plans on time." (p. 227)
"All these years and modes of accommodation, of coping, of living with, of negotiating the world in order to fit into it (...) these now seem not to be forms of acceptance the way I thought, but forms of fearful nonacceptance". (p. 357)
"acceptance, prudence and gratitude". (p. 367)
"Aging requires reconciliations, and nobody said getting old would be pretty or the alternative better." (p. 296)
"the thing we all want to know, that causes most of our deflected worries and that we fear may be true but find impossible to get a frank opinion about from the world at large. Am I good? Am I bad? Or am I somewhere lost in the foggy middle?" (p. 94)
"the best motivational question in the spirituality catechism, and one seeking an answer worth remembering, may not be “Am I good?” (...), but “Do I have a heart at all?” Do I see good as even a possibility?" (p. 476)
"It is, of course, only on the human scale, with the great world laid flat about you, that the Next Level of life offers its rewards and good considerations. And then only if you let it. A working sense of spirituality can certainly help. But a practical acceptance of what’s what, in real time and down-to-earth, is as good as spiritual if you can finagle it." (p. 484)

viernes, 14 de agosto de 2015

La Santa de Puerto Apache


Santería, de Leonardo Oyola (leí también Kryptonita y Gólgota) es una novela que cruza los mundos de la villa y de las videntes con una mirada distinta de los años noventa, y todo empaquetado en un policial negro algo torcido. Más allá de algunos detalles, y de que está lejos de Kryptonita, es una novela que se lee bien y que va para adelante como las topadoras de Domínguez contra las villas.
Santería es un policial torcido porque el cadáver con el que empieza cualquier policial aparece efectivamente en las primeras escenas pero en este caso en el futuro, en una visión que tiene el personaje principal, Fátima, La Víbora Blanca. La intriga desde entonces estará en ver si nuestros héroes (Fati, Danielito, el Emoushon, Aguirre y Charly) podrán o no evitar ese destino, la muerte a manos de la mala de este comic, La Marabunta. Además de tratar de evitar ese fin, Fati tiene que bancar la angustia de la visión: "Qué cagada, ¿no? Ver el futuro y no poder cambiarlo. Desespera saber lo que viene." (p. 38)
El mundo de las videntes y de la oración (al Gauchito Gil, a San Jorge, al Señor de la Muerte) no me interpela demasiado, pero sí una visión distinta de los noventa: la transformación vista desde abajo, no cómo suben las torres de Puerto Madero sino cómo se destruye lo que estaba antes ahí. Desde Macaya y Araujo ("Son tiempos difíciles para el Apache. Porque lo que viene-lo que viene en nuestro mundo, que la quiere jugar de primera, es el principio del fin. Puerto Apache... Puerto Madero." - p. 24), hasta Michael Douglas, las referencias a los noventa son recurrentes: Whitney Houston, Samanta, Natalia y Guillote en lo de Mauro, Michael Fox en Volver al Futuro, La Renga, el grupo Sombras con su ventanita del amor y Dire Straits.
"¿Qué va a ser Puerto Madero? Más que un puerto, una isla. Otro país, dicen." (p. 138) Un país que no es para los habitantes de Puerto Apache para quienes (quizás como para todos) "Lo imposible es estar en paz." (p. 137) Y ahí, en ese punto en el que lo individual y subjetivo toca algo universalmente humano es que estamos frente a literatura; con momentos más poéticos (el capítulo 9 me pareció especialmente bien logrado) y otros con pliegues, con ruidos, Oyola nos cuenta su aldea y mucho más.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Libertad, libertad, libertad


En Independence Day, Richard Ford (también leí Canada) retoma a Frank Bascombe, el héroe de The Sportswriter. Tras atravesar los múltiples duelos que atraviesa en aquella novela, y vivir una crisis de mediana edad que incluye un par de meses con una veinteañera en Francia (¡oh, Frank!), Bascombe regresa a la pequeña comunidad de Haddam, New Jersey, y se reinventa como agente inmobiliario. Así transcurre una vida apacible que define como el Período de la Existencia hasta este fin de semana largo del 4 de Julio en el que transcurre esta segunda novela. Algo pasa acá, o algo se cristaliza acá, o un umbral se cruza acá: es "un fin de semana en el que mi propia vida parece estar en un punto de inflexión o al menos en una curva." (p. 226)
El Período de Existencia es un período en el que Frank intenta transcurrir sin preocuparse por los misterios de la vida, tratando de ser lo más literal posible. Se trata, por ejemplo de "ignorar muchas de las cosas que no me gustan o que parecen preocupantes o enmarañadas, y que después generalmente se van." (p. 10) Los remedios generales del Período de la Existencia son la persistencia, tirar afuera cosas, el sentido común, la resiliencia, el buen humor. (p. 390) En el fin de semana finalmente ocurren cosas (con una señorita, con el hijo, con clientes) que lo llevan a volver a involucrarse de una manera más activa con su propia vida, pasar a otra etapa: "El Período Permanante, sería este, ese tiempo largo y que se estira en el que mis sueños tendrían misterio como los de cualquier persona normal." (p. 450)
Una parte importante del cambio, de lo que tiene que ocurrir adentro de Frank, para que se produzca este pasaje tiene que ver con la independencia, con liberarse del pasado y de los lugares en los que su propia historia está anclada pero no con el simple artificio de hacerse el gil. En un fin de semana en que va a hacer un viaje con su hijo, a tratar de enseñarle a su hijo la importancia de ser independiente, de ser autosuficiente (le lleva una copia de Self-reliance de Emerson), es Frank el que se va convenciendo de eso: "cuando sos joven tu adversario es el futuro; pero cuando no sos joven tu adversario es el pasado y todo lo que has hecho en él y el problema de escaparte de él." (p. 95) Lo mismo ocurre con los lugares: hay que "dejar de santificar lugares - casas, playas, la ciudad en la que naciste, la esquina en la que una vez besaste a una chica, la plaza donde una vez marchaste en línea, el tribunal donde conseguiste un divorcio (...) Mejor es simplemente tragarte tu lágrima, acostumbrarte a los sentimentalismos menores y mandarte hacia lo que sea que viene después, no lo que fue. El lugar no significa nada." (p. 151-152).
Independence Day se me hizo más larga que The Sportswriter, pero de nuevo el cantito del narrador te lleva. Frank mira a todos los que se cruzan con él con empatía y sin juzgar, y detrás de cada encuentro se imagina vidas enteras con detalles que pintan a cada personaje menor. Porque estamos hechos de esos pasados de los que queremos liberarnos, por lo menos lo suficiente como para volver a soñar con misterios. Así Frank le dice a su hijo Paul, y se dice a sí mismo: "El mundo, como le dije, te deja hacer lo que quieras si te bancás las consecuencias. Somos todos agentes libres." (p. 270) Y así termina la cosa, con muchas cosas abiertas, pero con Frank listo, quizás, para vivir más que existir: "Mi corazón se acelera. Siento el empujón, el tirón, siento a otros entretejerse y oscilar." (p. 451)

Originales de las citas
"a weekend when my own life seems at a turning or at least a curving point." (p. 226)
"A successful practice of my middle life, a time I think of as the Existence Period, has been to ignore much of what I don’t like or that seems worrisome and embroiling, and then usually see it go away." (p. 10)
"the general remedies of persistence, jettisoning, common sense, resilience, good cheer—all tenets of the Existence Period". (p. 390)
"The Permanent Period, this would be, that long, stretching-out time when my dreams would have mystery like any ordinary person’s". (p. 450)
"when you’re young your opponent is the future; but when you’re not young, your opponent’s the past and everything you’ve done in it and the problem of getting away from it." (p. 95)
"to cease sanctifying places—houses, beaches, hometowns, a street corner where you once kissed a girl, a parade ground where you marched in line, a courthouse where you secured a divorce (...) Best just to swallow back your tear, get accustomed to the minor sentimentals and shove off to whatever’s next, not whatever was. Place means nothing." (p. 151-152)
"The world, as I told him, lets you do what you want if you can live with the consequences. We’re all free agents." (p. 270)

"My heartbeat quickens. I feel the push, pull, the weave and sway of others." (p. 451)

lunes, 27 de julio de 2015

Esperar, desesperar


Leí Waiting for Godot, uno de esos libros del que todos hablamos y sabemos de qué se trata pero que nunca leemos. Es un librito maravilloso, que se lee rapidísimo, te deja pensando y te divierte a la vez. Es una obra de teatro en la que dos personajes esperan a Godot, sin que nosotros sepamos ni ellos sepan muy bien por qué o para qué. Esperan ahí, debajo de un árbol. Aparecen dos personajes raros, interactúan con ellos, y cuando está por ponerse el sol aparece un niño que dice que Godot no va a venir, que quizás lo haga mañana, y termina el primer acto. En el segundo acto pasa básicamente lo mismo: Estragon y Vladimir esperan; llegan Pozzo y Lucky; interactúan; llega otro niño, el hermano del anterior, quien dice que Godot no va a venir, que quizás lo haga mañana, y termina la obra. Como dice Estragon, "Nada sucede, nadie viene, nadie se va, es espantoso." (p. 41)
En el medio aparecen tópicos típicos del existencialismo: la posibilidad de arrepentirse de haber nacido (p. 11); sentirse sin ataduras (p. 19); la sensación de vacío  ("No hay falta de vacío", p. 66) y el intento de llenar ese vacío ("¿Siempre encontramos algo, no Didi, para darnos la impresión de que existimos?" (p. 69); la espera, el aburrimiento, la nada (p. 81) y el tiempo, el tiempo humano como un espacio en el que se espera el final sin que nada pase. Como dice Pozzo: "¡No terminaste de atormentarme con tu maldito tiempo! ¡Es abominable! ¡Cuándo! ¡Cuándo! ¿Un día, no te alcanza con eso, un día como cualquier otro, un día se quedó mudo, un día me quedé ciego, un día nos vamos a quedar sordos, un día nacemos, un día moriremos, el mismo día, el mismo segundo, no te alcanza con eso?" (p. 89) O, peor, como dice Lucky en su "pensamiento", palabras mezcladas sin sentido, o con un sentido absurdo, "que el hombre en breve que el hombre en pocas palabras a pesar de las zancadas de la alimentación y defecación es visto desperdiciar y añorar desperdiciar y añorar." (p. 43) 
Desperdiciar, añorar, esperar, desesperar.

Originales de las citas
"Nothing happens, nobody comes, nobody goes, it's awful!" (p. 41)
"There's no lack of void." (p. 66)
"We always find something, eh Didi, to give us the impression we exist?" (p. 69)
"Have you not done tormenting me with your accursed time! Its abominable! When! When! One day, is not that enough for you, one day like any other day, one day he went dumb, one day I went blind, one day we'll go deaf, one day we were born, one day we shall die, the same day, the same second, is that not enough for you?" (p. 89)
"that man in short that man in brief in spite of the strides of alimentation and defecation is seen to waste and pine waste and pine". (p. 43)

martes, 14 de julio de 2015

Furia


Me salió quince pesos. Ahora está entre Fante y Fitzgerald.

Los especialistas coinciden en que uno de los temas principales de The Sound and the Fury, de William Faulkner, es el tiempo. Así, resulta interesante el hecho de que yo haya tardado tres semanas en terminar esta novela de menos de 400 páginas. El tiempo que llevó a la familia Compson a la decadencia, el tiempo que el hijo con problemas mentales Benjy no logra comprender, el tiempo desfasado de Caddy, la hija con la que los tres hermanos están obsesionados, se manifiesta en mi lectura en otro detalle: en la primera hoja del libro, en lápiz negro, algún librero hace años anotó que el precio del libro era $15,90. No recuerdo cuándo ni dónde compré este ejemplar, de la colección Vintage, pero sí tengo la imagen de este libro en la biblioteca que tenía en mi habitación en la casa de mis padres, hace casi veinte años.
Todo esto parece una introducción para decir que la novela es muy difícil. Hace dos semanas, mi amigo Mike me vio leyéndolo y me dijo que sí, que la había leído, pero que le había parecido "hard work". Le dije que era la tercera o cuarta vez que la había empezado y que estaba a punto de volver a dejarla. "No podés", me dijo en su español con fuerte acento americano, "ya pasaste lo peor". Era verdad, ya había pasado lo peor. La novela cuenta la decadencia de la familia Compson en cuatro capítulos: en el primero, el narrador es Benjy, un hombre de más de 30 con severos problemas mentales. Como tal, no distingue el paso del tiempo, y toda la historia de la familia aparece en su narración mezclada, como un presente continuo, y el capítulo se hace casi ilegible. El segundo capítulo es la narración de más o menos lo mismo, pero 18 años antes, por Quentin, el hermano mayor. También es un capítulo difícil de leer, porque es el fluir de conciencia de un hombre que está a punto de suicidarse. El tercer capítulo, de vuelta en 1928, lo narra Jason Compson IV, el hermano despreciable y despreciado, cuya narración es interesada y agresiva, pero al menos coherente. Allí el libro se hace más sencillo, pero uno ya está agotado. El último capítulo, también narrado desde 1928, es responsabilidad de un narrador omnisciente y por primera vez tenemos una alegría desde lo formal, tenemos metáforas e imágenes, tenemos atención al detalle y tenemos una estructura narrativa.
¿Valió la pena? Difícil decirlo. Quizás, más adelante, pueda leerlo de nuevo y darme cuenta. Con más furia que placer, lo terminé, con ayuda de un libro de notas. Como para nosotros, los lectores, el tiempo pasa para todos los personajes de Faulkner: algunos no logran entenderlo y otros no logran sobrellevarlo; sólo unos pocos, como el ama de llamas Dilsey, logran enfrentar la vida con entereza. "'Nah te preocupé', dijo Dilsey. 'El principio yo lo vi, e ahora se veo el final'." (p. 344) 

Original de la cita
"Never you mind," Dilsey said. "I seed the beginnin, en now I sees de endin." (p. 344)