sábado, 19 de septiembre de 2020

El comienzo de todo

 


Estuve leyendo La Ilíada, y la leí en equipo, en uno de los talleres de lectura que coordina mi sensei, Santiago Llach. La experiencia está en el podio de las mejores cosas que he hecho este año. En La Ilíada, en Homero, es donde empezó toda esta cosa que llamamos la literatura - y por qué no la cultura - de Occidente. Así que una lectura más o menos bien hecha está bueno hacer. Y hacerla así, con algo de guía y con muchos otros lectores que aportan sus conocimientos y miradas, es genial. Muchos de mis compañeros leyeron mucho mejor que yo, con todo tipo de bibliografía complementaria que enriquecía la discusión. Santiago diría, además, que resalta una vez más el hecho de que la literatura no es algo individual sino colectivo; se escribe con otros, se lee con otros. Así, por otra parte, se “leía” La Ilíada: se juntaba gente alrededor de un fuego y alguien la recitaba.

La novela – llamémosla así - relata un incidente particular de la Guerra de Troya, cuando una confederación de griegos intentaba doblegar a los troyanos y sus aliados. El incidente particular es que un día el rey de los griegos, Agamenón, le quita injustamente una recompensa al soldado más importante de su tropa, Aquiles. Como respuesta, Aquiles se encoleriza y decide no pelear - e incluso favorecer a sus enemigos, en lo que para un moderno podría constituir traición. A partir de allí se suceden muchos eventos (ante la ausencia casi total, durante la mayor parte del libro, del personaje principal, Aquiles) hasta que esa ira estalla con la muerte de su amigo más cercano. La ira se redirige entonces hacia los enemigos, y Aquiles decide pelear. Aquiles pelea y vence; derrota a Héctor, el gran caudillo troyano; pero no cesa su ira, que dura un tiempo más. Hasta que Aquiles afloja, se conduele del enemigo muerto y de sus deudos, y finalmente depone su ira. El libro termina allí, sin resolución de la guerra, pero con resolución de la cuestión clave, que es lo que le ocurre al protagonista.

En medio de todo esto, La Ilíada trata algunos temas fundamentales, temas que aún siguen con nosotros. El libro es, de alguna manera, una reflexión sobre el misterio de la vida, sobre la pobreza del hombre para entender y entenderse; un reflejo de las ambivalencias y las contradicciones que nos aquejan a todos por igual. Esa ambivalencia está en todos lados: en guerreros que un día son cobardes y al otro día valerosos; en Helena, la supuesta causa de la guerra, que está dividida en sus afectos; en Aquiles que por momentos se plantea la opción de seguir o no su destino; y muchísimos etcéteras. Está, incluso, en el poeta, que dice: “Decidme ahora, Musas que poseéis olímpicos palacios y como diosas los presenciáis y conocéis todo, mientras que nosotros oímos tan solo la fama y nada cierto sabemos, cuáles eran los caudillos y los príncipes de los dánaos.” (c.II, v. 484) Ese “nosotros” ahí puede representar a los poetas y los escritores, o a los filósofos, a los científicos, a todos: los humanos buscamos siempre entender, entre las sombras, como en la famosa alegoría platónica de la caverna.

El hombre es un pobre ser. Como dice el propio Zeus (¡y se lo dice a unos caballos!) “no hay un ser más desgraciado que el hombre, entre cuantos respiran y se mueven por la tierra.” (c. VII, v. 450) Aquiles afloja la ira, interpreto yo, cuando se da cuenta de ello. En el último canto, Aquiles llora junto con el padre de su enemigo muerto y se da cuenta de que son iguales porque son igualmente miserables; le dice: “toma asiento en esta silla; y aunque los dos estemos afligidos, dejemos reposar en el alma las penas, pues el triste llanto para nada aprovecha. Los dioses condenaron a los míseros mortales a vivir en la tristeza, y solo ellos están libres de cuitas. En los umbrales del palacio de Zeus hay dos toneles de dones que el dios reparte: en el uno están los males y en el otro los bienes.” (c. XXIV, v. 521) Esos toneles pueden representar la fortuna, pero también, creo yo, que toda fuerza y emoción (como todo dios) tiene su contraria. Todos los héroes griegos son fallidos, todos los humanos lo somos. La Ilíada nos trata de enseñar a vivir con esto, es el primer libro de autoayuda.

El segundo gran tema y ligado al anterior es el de libertad versus destino. La Ilíada a veces es pensada como un manual de ética de los griegos antiguos, de cómo vivir la vida, así como la literatura en general puede pensarse como una aproximación a cómo vivimos los humanos. Del libro puede extraerse así una idea básica del sistema de creencias de los griegos antiguos, donde hay una gran cantidad de dioses con características divinas y humanas, donde lo real y lo fantástico se cruzan, y lo divino y lo humano también. De hecho, los dioses a veces tienen sexo con humanos y procrean, y hasta el mismo Aquiles es hijo de un humano (Peleo) y una diosa (Tetis). A veces se dice que Zeus sabe todo lo que va a pasar, pero no es el dios cristiano todopoderoso; Zeus es medio caprichoso, cambia de opinión, se divierte con el sufrimiento humano, los dioses se pelean entre sí, etc. Pero otras veces parece que los humanos tienen un umbral de libertad.

La pregunta por el libre albedrío, tan compleja para los criados bajo el cristianismo, parece presente acá también. Y la veo por lo menos en dos momentos. En casi toda la obra, se dice que Aquiles está predestinado a morir en esta guerra, después de alcanzar la gloria. Pero en un momento él dice: “Mi madre, la diosa Tetis, de plateados pies, dice que el hado ha dispuesto que mi vida se diera de una de estas dos maneras: Si me quedo a combatir en torno de la ciudad troyana, no volveré a la patria, pero mi gloria será inmortal; si regreso, perderé la noble fama, pero mi vida será larga”. (c. IX, 420) Así, el período de la cólera de Aquiles, cuando no pelea, podría ser el período en el que, como Cristo en la versión Scorsese / Kazantzakis, duda. La otra ocasión es en el canto XXIV: los dioses se enojan con Aquiles, que está deshonrando el cadáver de Héctor y se plantean la posibilidad de sacárselo (como ocurrió en otros momentos del libro con otros cadáveres). Pero Zeus prefiere darle a Aquiles la oportunidad de hacerlo él mismo (v. 104). Esta pequeña secuencia puede interpretarse como Zeus ordenando o disponiendo que algo suceda de una forma, pero es difícil ponerse en el lugar de la predestinación. Los griegos tenían en los propios dioses una dosis de ambigüedad: Zeus era longividente pero las cosas sucedían tras discusiones entre los dioses y decisiones de los hombres, que pueden ir contra de los dioses y de su destino (aunque no sin las consecuencias que ello depara). Yo creo que Aquiles tenía la opción, y elige, tras haber sido malvadísimo, hacer lo correcto.

Desde aquellos momentos remotos a hoy, los humanos hemos encontrado millones de maneras de hacer estos equilibrios y pensar estas cosas. Descubrimos curas para enfermedades, podemos destruir ciudades enteras de un plumazo, producir a Homero, Shakespeare, Borges, Beethoven, Miguel Ángel y al holocausto. Somos todo eso junto, todo eso roto, y a la noche, solos, cuando solo hay silencio y oscuridad, nuestra mente se llena de ruidos de metales opacos y nos preguntamos a los tropezones qué hacemos acá, cómo vivimos, qué hacer y qué no, qué sentido tiene todo esto. Después amanece, nos juntamos con otros, armamos historias, y nos ayudamos con ellas para ir hacia un lugar desconocido; sabiendo siempre, como Aquiles y Héctor y todos los que vinieron desde entonces, que nos vamos a morir, y que la única cuestión que queda es cómo vivir hasta entonces.

lunes, 14 de septiembre de 2020

Literatura intelectual


Pregunté qué había que leer de Houllebecq y mi amigo F. me dijo - y me prestó - Las Partículas Elementales. Después, hablando del libro, su mujer francesa, gran lectora, lo retó y le dijo que me tendría que haber recomendado La Carte et le Territoire.

No me gustó Las Partículas Elementales, y está bien que no te guste. No te tiene que gustar, te tiene que desagradar, te tiene que hacer pensar, te tiene que doler un poco. La novela es la historia de dos medios hermanos, Michel y Bruno, hijos de una madre hippie de los 60 que los abandona. Los dos quedan emocionalmente rotos. Michel queda incapaz de sentir emociones a pesar de ser exitoso en su campo (la biología molecular): “De repente tuvo el presentimiento de que su vida entera iba a parecerse a ese momento. Se movería entre las emociones humanas, y a veces estaría muy cerca de ellas; otros conocerían la felicidad o la desesperación; pero nada de eso tendría que ver jamás con él, ni podría alcanzarle.” (p. 86) Bruno es un profesor mediocre, adicto al sexo, que busca pero nunca logra conectar emocionalmente con nadie.

Al lado de esta trama personal está la trama social o cultural, en la que vemos a un Occidente sin corazón y sin religión, con una mirada muy pesimista sobre el animal humano: “Occidente ha terminado sacrificándolo todo (su religión, su felicidad, sus esperanzas y, en definitiva, su vida) a esa necesidad de certeza racional”. (p. 274) Es una sociedad rota que solo busca certezas racionales y potenciar el deseo (y concluye potenciando la insatisfacción): “la mutación metafísica operada por la ciencia moderna conlleva la individuación, la vanidad, el odio y el deseo. En sí, el deseo, al contrario que el placer, es fuente de sufrimiento, odio e infelicidad.” (p. 161) Hacia el final, las dos tramas confluyen, el drama personal de los hermanastros y sus posibles parejas (Annabelle y Christiane) y el final de esa sociedad rota, a través de los descubrimientos de Michel.

Es, claramente, una novela muy inteligente y muy bien construida, con un collage de tonos, desde los diálogos entre los hermanos a momentos que suenan casi como un documental sobre la historia de Michel (incluso con algunos párrafos con comentarios de determinadas especies animales que parecen sacadas de National Geographic). Me costó ese tono, en parte también porque se me mezcla con la traducción; se me hace difícil leer traducciones españolas, que siento siempre muy distantes. Pero al final del día, no me gustó el libro porque este tipo de literatura tan intelectual no es lo que más me intriga.

 

Otras citas

“una belleza extrema, una belleza que sobrepasa por mucho la seductora frescura habitual de las adolescentes, produce un efecto sobrenatural y parece presagiar invariablemente un destino trágico.” (p. 60)

“Un examen mínimamente exhaustivo de la humanidad debe tener en cuenta necesariamente este tipo de fenómenos. En la historia siempre han existido seres humanos así. Seres humanos que trabajaron toda su vida; que dieron literalmente su vida a los demás con un espíritu de amor y de entrega; que sin embargo no lo consideraban un sacrificio; que en realidad no concebían otro modo de vida más que el de dar su vida a los demás con un espíritu de entrega y de amor. En la práctica, estos seres humanos casi siempre han sido mujeres.” (p. 92)

“Por lo general divorciadas, casi nunca podían contar con esa conyugalidad - cálida o miserable - cuya desaparición habían acelerado todo lo posible.” (p. 107)

“Los hombres que envejecen solos son mucho menos dignos de compasión que las mujeres en la misma situación. Ellos beben vino malo, se quedan dormidos, les apesta el aliento; se despiertan y empiezan otra vez; y se mueren bastante deprisa. Las mujeres toman calmantes, hacen yoga, van a ver a un psicólogo; viven muchos años y sufren mucho. Tienen el cuerpo débil y estropeado; lo saben y sufren por ello. Pero siguen adelante, porque no logran renunciar a ser amadas.” (p. 141)

“¿cómo iba a sobrevivir una sociedad sin religión?” (p. 163)

“En medio de esa enorme porquería, de esa carnicería permanente que era la naturaleza animal, el amor maternal - o el instinto de protección; en fin, cualquier cosa que insensiblemente y paso a paso llevaba al amor maternal - representaba la única sombra de devoción o altruismo.” (p. 165)

“Uno puede enfrentarse a los acontecimientos de la vida con humor durante años, a veces muchos años, y en algunos casos puede mantener una actitud humorística casi hasta el final; pero la vida siempre nos rompe el corazón.” (p. 296)

lunes, 7 de septiembre de 2020

En una vitrina

 


Releí, después de mucho tiempo, The Catcher in the Rye, de J. D. Salinger y quedé anonadado con lo buena que es, de cuánto mejor es de lo que la recordaba (y tenía un muy buen recuerdo). Hace unos años decía de la otra gran obra maestra de Salinger, sus Nine Stories, que quizás habría que leerla todos los años, como The old man and the Sea; a Catcher hay que releerlo y releerlo. Como un caleidoscopio, como la vida misma, las perspectivas son todo: releer a Catcher con hijas entrando a la adolescencia es muy distinto (y aterrador) que leerlo durante aquel período o en esa etapa intermedia en la que pensás que la adolescencia es cosa del pasado.

La adolescencia es el gran tema de Catcher; el narrador es un chico de 17 años, Holden Caulfield, que relata “estas cosas de locos que me pasaron cerca de la última Navidad antes de que me viniera bastante para abajo y tuviera que venir acá y tomármela más tranquilo.” (p. 1) Holden cuenta tres días de locos pero mucho más: cuenta los momentos dramáticos de su vida (la muerte de un hermano, el suicidio de un ex compañero en un colegio, sus dificultades frente a la sexualidad) y cómo todo eso concluye en esos tres días y finalmente con él internado en una institución psiquiátrica. Es notable cómo construye Salinger ese relato, con flashbacks permanentes, de una manera totalmente creíble. El relato suena como el relato de un adolescente; pasaron casi 70 años y sigue sonando como un adolescente; y suena verosímil cómo Holden va sacando en determinados momentos temas del pasado que ilustran esa vida y que van creando el personaje, su historia y la novela misma. Es increíble cómo logra eso Salinger.

El segundo comentario que quiero hacer es sobre el equívoco. El título del libro viene de un equívoco muy bien logrado y que es clave para esa urdimbre de la que hablaba arriba. El domingo a la mañana, cuando por un momento el lector puede imaginar que lo del sábado fue un exceso y que el narrador se puede encaminar, Holden ve a un chico caminando por la calle cantando una canción: “If a body catch a body coming through the rye”, escucha. A la noche, cuando Holden ya se ve mucho más deshilachado y va a la casa de sus padres a ver a su hermanita, ella le pregunta qué quiere hacer y él responde que se imagina siendo alguien que atrapa a chicos que están cayendo, como en la canción. Ahí Phoebe le aclara que el poema de Burns no dice “If a body catch a body” (si una persona atrapa a otra persona) sino “If a body meet a body” (una persona o un cuerpo se encuentra con otro). Con esa imagen del guardián en el centeno, del que atrapa a chicos en caída para que no se lastimen, Holden está, primero, proyectando: lo que quiere, en verdad, es que alguien lo rescate a él. (Unos minutos antes, Holden recordaba el suicidio de un compañero que se tiró de una ventana en la escuela, James Castle, y que un maestro, el Sr. Antolini, lo cubrió con su abrigo.)

Además, está diciendo algo más; el poema de Burns tiene una obvia lectura sexual y en el libro hay muchas ocasiones donde vemos que la sexualidad es un área muy problemática para él. Mucho antes, Holden nos había dicho que “El sexo es algo que simplemente no entiendo. Lo juro por Dios, no lo entiendo.” (p. 63) y hay varias instancias donde nos hacen dudar de su inclinación sexual. Es decir que con el equívoco Holden está diciendo que quiere ser rescatado y que quiere resolver esa cuestión central en la adolescencia. Como si fuera poco, de esa visita a Phoebe, Holden va a lo del Sr. Antolini, que le dice que está yendo hacia “una caída terrible de algún tipo, una caída terrible” (p. 186), y luego se pone en juego una vez más la duda sobre la sexualidad de Holden.

No es la única vez en la que Holden proyecta; ese mecanismo se repite en la escena en la que espera a Sally Hayes en el Biltmore; está mirando a todas las chicas preparadas para sus citas y piensa: “De cierta manera era más o menos deprimente, también, porque te quedabas pensando qué carajo les iría a pasar a todas ellas. Cuando terminaran la escuela y la universidad, digo.” (p. 123) Además de entender su sexualidad, Holden está intentando pensarse hacia adelante. También está tratando de entender y aceptar todo eso extraño y feo de la vida. Como le dice el Sr. Antolini, “te vas a dar cuenta de que no sos la primera persona en estar confundida o asustada e incluso asqueada por la conducta humana”. (p. 189) Es decir, está, además, haciendo el duelo por el fin de la infancia. La otra metáfora genial de Holden, además del guardián en el centeno, es cuando recuerda las vitrinas del Museo de Ciencia Natural, que son las mismas de siempre, y dice: “Algunas cosas deberían quedarse siempre igual. Debería poderse meterlas en una de esas cajas de vidrio enormes y dejarlas solitas. Ya sé que es imposible, pero igual es un bajón.” (p. 122)

Leer The Catcher in the Rye como padre de niñas que entran en la adolescencia es querer, por un rato, construir esas vitrinas.

 

Originales de las citas usadas

“I’ll tell you about this madman stuff that happened to me around last Christmas just before I got pretty run-down and had to come out here and take it easy.” (p. 1)

“Sex is something I just don’t understand. I swear to God I don’t.” (p. 63)

“I have the feeling that you’re riding for some kind of a terrible, terrible fall.” (p. 186)

“you’ll find you’re not the first person who was ever confused and frightened and even sickened by human behavior.” (p. 189)

“Certain things they should stay the way they are. You ought to be able to stick them in one of those big glass cases and just leave them alone. I know that’s impossible, but it’s too bad anyway.” (p. 122)

“In a way, it was sort of depressing, too, because you kept wondering what the hell would happen to all of them. When they got out of school and college, I mean.” (p. 123)