Estuve leyendo La Ilíada, y la leí en equipo, en uno de los talleres de lectura que coordina mi sensei, Santiago Llach. La experiencia está en el podio de las mejores cosas que he hecho este año. En La Ilíada, en Homero, es donde empezó toda esta cosa que llamamos la literatura - y por qué no la cultura - de Occidente. Así que una lectura más o menos bien hecha está bueno hacer. Y hacerla así, con algo de guía y con muchos otros lectores que aportan sus conocimientos y miradas, es genial. Muchos de mis compañeros leyeron mucho mejor que yo, con todo tipo de bibliografía complementaria que enriquecía la discusión. Santiago diría, además, que resalta una vez más el hecho de que la literatura no es algo individual sino colectivo; se escribe con otros, se lee con otros. Así, por otra parte, se “leía” La Ilíada: se juntaba gente alrededor de un fuego y alguien la recitaba.
La novela –
llamémosla así - relata un incidente particular de la Guerra de Troya, cuando
una confederación de griegos intentaba doblegar a los troyanos y sus aliados.
El incidente particular es que un día el rey de los griegos, Agamenón, le quita
injustamente una recompensa al soldado más importante de su tropa, Aquiles.
Como respuesta, Aquiles se encoleriza y decide no pelear - e incluso favorecer
a sus enemigos, en lo que para un moderno podría constituir traición. A partir
de allí se suceden muchos eventos (ante la ausencia casi total, durante la
mayor parte del libro, del personaje principal, Aquiles) hasta que esa ira
estalla con la muerte de su amigo más cercano. La ira se redirige entonces
hacia los enemigos, y Aquiles decide pelear. Aquiles pelea y vence; derrota a
Héctor, el gran caudillo troyano; pero no cesa su ira, que dura un tiempo más.
Hasta que Aquiles afloja, se conduele del enemigo muerto y de sus
deudos, y finalmente depone su ira. El libro termina allí, sin resolución de la
guerra, pero con resolución de la cuestión clave, que es lo que le ocurre al
protagonista.
En medio de todo
esto, La Ilíada trata algunos temas
fundamentales, temas que aún siguen con nosotros. El libro es, de alguna
manera, una reflexión sobre el misterio de la vida, sobre la pobreza del hombre
para entender y entenderse; un reflejo de las ambivalencias y las
contradicciones que nos aquejan a todos por igual. Esa ambivalencia está en
todos lados: en guerreros que un día son cobardes y al otro día valerosos; en
Helena, la supuesta causa de la guerra, que está dividida en sus afectos; en
Aquiles que por momentos se plantea la opción de seguir o no su destino; y
muchísimos etcéteras. Está, incluso, en el poeta, que dice: “Decidme ahora,
Musas que poseéis olímpicos palacios y como diosas los presenciáis y conocéis
todo, mientras que nosotros oímos tan solo la fama y nada cierto sabemos,
cuáles eran los caudillos y los príncipes de los dánaos.” (c.II, v. 484) Ese
“nosotros” ahí puede representar a los poetas y los escritores, o a los
filósofos, a los científicos, a todos: los humanos buscamos siempre entender,
entre las sombras, como en la famosa alegoría platónica de la caverna.
El hombre es un
pobre ser. Como dice el propio Zeus (¡y se lo dice a unos caballos!) “no hay un
ser más desgraciado que el hombre, entre cuantos respiran y se mueven por la
tierra.” (c. VII, v. 450) Aquiles afloja la ira, interpreto yo, cuando se da
cuenta de ello. En el último canto, Aquiles llora junto con el padre de su
enemigo muerto y se da cuenta de que son iguales porque son igualmente
miserables; le dice: “toma asiento en esta silla; y aunque los dos estemos
afligidos, dejemos reposar en el alma las penas, pues el triste llanto para
nada aprovecha. Los dioses condenaron a los míseros mortales a vivir en la
tristeza, y solo ellos están libres de cuitas. En los umbrales del palacio de
Zeus hay dos toneles de dones que el dios reparte: en el uno están los males y
en el otro los bienes.” (c. XXIV, v. 521) Esos toneles pueden representar la
fortuna, pero también, creo yo, que toda fuerza y emoción (como todo dios)
tiene su contraria. Todos los héroes griegos son fallidos, todos los humanos lo
somos. La Ilíada nos trata de enseñar
a vivir con esto, es el primer libro de autoayuda.
El segundo gran
tema y ligado al anterior es el de libertad versus destino. La Ilíada a veces es pensada como un
manual de ética de los griegos antiguos, de cómo vivir la vida, así como la
literatura en general puede pensarse como una aproximación a cómo vivimos los
humanos. Del libro puede extraerse así una idea básica del sistema de creencias
de los griegos antiguos, donde hay una gran cantidad de dioses con
características divinas y humanas, donde lo real y lo fantástico se cruzan, y lo
divino y lo humano también. De hecho, los dioses a veces tienen sexo con
humanos y procrean, y hasta el mismo Aquiles es hijo de un humano (Peleo) y una
diosa (Tetis). A veces se dice que Zeus sabe todo lo que va a pasar, pero no es
el dios cristiano todopoderoso; Zeus es medio caprichoso, cambia de opinión, se
divierte con el sufrimiento humano, los dioses se pelean entre sí, etc. Pero
otras veces parece que los humanos tienen un umbral de libertad.
La pregunta por el
libre albedrío, tan compleja para los criados bajo el cristianismo, parece
presente acá también. Y la veo por lo menos en dos momentos. En casi toda la
obra, se dice que Aquiles está predestinado a morir en esta guerra, después de
alcanzar la gloria. Pero en un momento él dice: “Mi madre, la diosa Tetis, de
plateados pies, dice que el hado ha dispuesto que mi vida se diera de una de
estas dos maneras: Si me quedo a combatir en torno de la ciudad troyana, no
volveré a la patria, pero mi gloria será inmortal; si regreso, perderé la noble
fama, pero mi vida será larga”. (c. IX, 420) Así, el período de la cólera de
Aquiles, cuando no pelea, podría ser el período en el que, como Cristo en la versión Scorsese / Kazantzakis, duda. La otra ocasión es en el canto XXIV: los dioses
se enojan con Aquiles, que está deshonrando el cadáver de Héctor y se plantean
la posibilidad de sacárselo (como ocurrió en otros momentos del libro con otros
cadáveres). Pero Zeus prefiere darle a Aquiles la oportunidad de hacerlo él
mismo (v. 104). Esta pequeña secuencia puede interpretarse como Zeus ordenando
o disponiendo que algo suceda de una forma, pero es difícil ponerse en el lugar
de la predestinación. Los griegos tenían en los propios dioses una dosis de
ambigüedad: Zeus era longividente pero las cosas sucedían tras discusiones entre
los dioses y decisiones de los hombres, que pueden ir contra de los dioses y de
su destino (aunque no sin las consecuencias que ello depara). Yo creo que
Aquiles tenía la opción, y elige, tras haber sido malvadísimo, hacer lo
correcto.
Desde aquellos momentos
remotos a hoy, los humanos hemos encontrado millones de maneras de hacer estos
equilibrios y pensar estas cosas. Descubrimos curas para enfermedades, podemos
destruir ciudades enteras de un plumazo, producir a Homero, Shakespeare,
Borges, Beethoven, Miguel Ángel y al holocausto. Somos todo eso junto, todo eso
roto, y a la noche, solos, cuando solo hay silencio y oscuridad, nuestra mente
se llena de ruidos de metales opacos y nos preguntamos a los tropezones qué
hacemos acá, cómo vivimos, qué hacer y qué no, qué sentido tiene todo esto.
Después amanece, nos juntamos con otros, armamos historias, y nos ayudamos con
ellas para ir hacia un lugar desconocido; sabiendo siempre, como Aquiles y
Héctor y todos los que vinieron desde entonces, que nos vamos a morir, y que la
única cuestión que queda es cómo vivir hasta entonces.