lunes, 25 de septiembre de 2017

Educar para el desarrollo


Leí con mucho gusto La mala educación. ¿Qué pasó con la escuela en la Argentina?, de mi amiga Helena Rovner y Eugenio Monjeau. El libro es, ante todo, un alegato a encarar en serio la cuestión educativa, después de años en los que, en palabras de Mariano Narodowski en el prólogo, no mandaron “la exigencia, el pensamiento crítico y la igualdad de oportunidades en el ámbito educativo, sino la superficialidad y lo políticamente correcto”. (p. 20) Y la importancia de ese alegato se sostiene en la convicción sarmientina de que nada es más importante que la educación para construir un país desarrollado y con oportunidades. 
Efectivamente, “es antes que nada un libro ideológico. (...) La parte central del texto es una defensa de ideas liberales en el ámbito de la educación” (p. 12) y un enjuiciamiento de lo que el “progresismo” hizo o dejó de hacer con la educación. Los autores dicen que “las orientaciones educativas autoidentificadas como latinoamericanistas, o como de izquierda (...) cubrieron los cargos disponibles durante distintas gestiones en las carteras educativas de gobiernos nacionales y provinciales”. (p. 79) Y que los resultados fueron lamentables: “La educación en democracia solo mejoró la cobertura educativa básica (...) pero sigue siendo incapaz de retener a los más vulnerables cuando traspasan el difícil umbral de la adolescencia, y sistemáticamente demuestra impartir una educación de peor calidad entre los más pobres y los que viven en zonas más remotas y aisladas.” (p. 78-79) El kirchnerismo es en esta línea algo así como la frutilla del postre, la “fase superior del progresismo”.
En segundo lugar, el libro es un buen inventario de los problemas que afronta la educación en Argentina. Los “déficits más graves (...) En el nivel primario (...) un proceso constante de migración del sistema público al privado. (...) En el nivel secundario, los problemas de eficiencia educativa y de inequidad son alarmantes (...) el ausentismo escolar argentino es el más elevado de entre los países evaluados por la OCDE (...) La calidad educativa (...) no cesa de descender (...) las universidades argentinas producen menos egresados que sus pares brasileñas o chilenas”. (p. 60-63) Al mismo tiempo, los autores son claros en que la prioridad es el nivel secundario.
Rovner y Monjeau no explican cómo podemos resolver todos estos problemas, lo cual tampoco pedimos. Pero sí dan un argumento general sobre la salida posible, que pasa antes que nada por fortalecer a los usuarios de la educación, a las familias, con información útil y confiable (frente a la “era de oscurantismo estadístico” que significó el kirchnerismo - p. 51) El argumento básico, central al libro, es el del contrato social educativo roto, lo que genera la dinámica perversa de la migración al sistema privado, lo que hace que cada vez menos gente demande cambios. “Una gestión comprometida con el futuro del país debería hacer dos cosas: en primer lugar evitar que la gente tome la opción de salida de la educación pública; en segundo lugar, fortalecer los mecanismos de los que eligen la opción de la voz.” (p. 105) Eso implica que “Los gestores de la educación tienen que empezar a ser públicamente responsables” (p. 126) y “debilitar la opción de salida a la vez que se fortalece la de voz. Para ello, son fundamentales la autonomía escolar y poner al docente en el centro”. (p. 151)
Pedir a los autores que avancen mucho más allá que esto en la posibilidad y mecanismo del cambio es imposible. (Tampoco pedimos estar de acuerdo en todo, y no estoy de acuerdo con el tratamiento que dan al tema Ecuador, pero no es algo central al argumento del libro y ya lo he discutido con la autora.) Lo importante es que es un libro que explica bien los problemas centrales de la educación en Argentina, y lo hace con buena prosa, explicando simple, con ritmo y hasta humor. Nos queda claro, al final, que “El sistema educativo argentino, después de décadas y experimentos fallidos, educa a pocos, y los educa mal.” (p. 227) Y nos da una idea del camino del cambio: “el paso inicial para recomponer un contrato social educativo es admitir que las cosas sí son tan malas como parecen, y volver a los reclamos básicos.” (p. 229)

lunes, 18 de septiembre de 2017

Lo que no amé


No amé What I loved, de Siri Hustvedt. Me gustaron las primeras páginas, su ritmo y su cadencia, me gustó la calidad del lenguaje y por momentos me enganché por lo que me pareció que la novela parecía ser, antes de que se desviara. Pero nunca me terminé de creer al narrador, un historiador del arte viejo y casi ciego que en un par de meses redacta la historia de su vida con una precisión envidiable. Pero sobre todo, bah, no, sobre todo no, porque no hay nada posible si no le creemos al narrador; además, digo, la novela me pareció demasiado ambiciosa en los temas que quiere desarrollar, y entonces sentí que se iba deshilachando. Entre literatura de los vínculos, novela de ideas y thriller psicológico, para mí no terminó siendo nada de esto y me resulta difícil ahora entender cómo logré terminarla - porque es larga.
Uno de los grandes temas del libro, el que perfectamente podría haber sido el único, el que me enganchó, es el de los límites entre una persona y otra, las fronteras, dónde empieza y termina cada persona. Cómo nuestras vidas y nuestras emociones se entrelazan y se confunden con las de otros. La estructura principal de la novela se desarrolla sobre un pentágono de adultos: Leo (el narrador, profesor de historia del arte) y su mujer Erica (crítica literaria); su amigo Bill (artista plástico) y su primera mujer Lucille (poeta) y su segunda mujer Violet (historiadora de la cultura). Los hijos, Mathew (de Leo y Erica) y Mark (de Bill y Lucille), completan el grupo de los personajes principales. Esa falta de límites claros se ve en las relaciones, se ve en el arte de Bill, en los escritos de los demás y hasta en una pequeña imagen: un transformer (¿es esto o es lo otro?) en el suelo después de una escena importante. Pero sobre todo, la historia de Leo se ve en la imagen del cajón de su escritorio donde guarda objetos que le recuerda lo que amó, “era un lugar para registrar lo que había perdido.” (p. 191) Ahí está toda su vida y sus afectos mezclados en un pequeño espacio, y reordenando los objetos Leo tiene la ilusión de reordenar su vida.
Me hubiera gustado una novela más escueta y concentrada en ese tema y simbolizada en ese cajón. La imagen de un cajón de los recuerdos es hermosa para estructurar la historia de una vida. Pero el cajón no tiene nada que ver con el arte ni con las enfermedades mentales, que son otros dos grandes ejes conceptuales de la novela. El del arte me pareció francamente aburrido; la historia de los cinco se escribe en parte con sus obras artísticas o académicas; y leer dos o tres páginas sobre una muestra de arte inexistente es un bodrio, además de requerir un esfuerzo de imaginación abrumador, por lo menos para mí. Hay algo de esnobismo intelectual también, en ese retrato de la Nueva York intelectual y artística. Como cuando el narrador remarca que la forma en que habla Violet varía al hablar de Mark: “En todos los demás temas, ella hablaba como siempre, fácilmente y con fluidez, cerrando cada oración con un punto final, pero Mark la ponía vacilante, y sus palabras quedaban colgando sin finales.” (p. 183) ¿Qué ser humano puede hacer una observación como esa y, sobre todo, recordarla algo así como cinco años después?
Las enfermedades mentales comienzan con el tema de tesis de Violet (la histeria en el siglo XIX) y siguen con su segundo tema de estudio (la anorexia en el siglo XX). Además, el hermano de Bill sufre una enfermedad mental y el libro termina como un thriller psicopatológico / criminal. Este giro ocupa buena parte de la segunda mitad del libro y es ahí donde fui perdiendo cada vez más el interés y ahora, mirando hacia atrás, me cuesta entender cómo seguí adelante.

Originales de las citas usadas
The drawer “was a place to record what I missed.” (p. 191)
“On every other topic, she spoke as she always did, easily and fluently, rounding off her sentences with periods, but Mark made her hesitant, and her words were left hanging without ends.” (p. 183)

lunes, 11 de septiembre de 2017

Jardines rotos

Crece la sección McCarthy de mi biblioteca.

Leí The Gardener’s Son, un guión escrito por Cormac McCarthy, uno de mis novelistas favoritos, en 1975. El guión fue un encargo del director Richard Pearce, quien lo filmó paraPBS.
Leer guiones es siempre un gran ejercicio. La primera vez que leí un guión fue para traducirlo del español al inglés; un amigo productor necesitaba una versión en inglés de un guión para buscar inversores y me contrató para hacerlo. El guión era de un muy buen autor/director argentino, y me resultó muy útil para llevar algo de eso a la narrativa: concentrarse en imágenes y diálogo, no escribir la vida interna de los personajes sino mostrarla. McCarthy hace mucho de eso en su narrativa, y en un guión mucho más. Es un gran ejercicio.
Basado en una historia real ocurrida en el sur de EE.UU. en 1876, el guión habla de un pueblo que gira alrededor de un molino de algodón. El viejo dueño, que muere al principio de la historia, tenía ideas progresistas que incluían el embellecimiento del pueblo, y por eso tenía contratado a un jardinero (McEvoy padre). El hijo del jardinero pierde una pierna en un accidente del que no sabemos nada, deja un trabajo de oficina en el molino y deja el pueblo. Vemos también al hijo del dueño, que no es tan progresista, haciendo una propuesta indecente a una hija de McEvoy. En el segundo acto, años después, el hijo del jardinero regresa: su madre murió, su padre ya no arregla jardines sino que trabaja en el molino y los jardines se vinieron abajo. Como dice un veterano: “Ya no importan tanto los jardines por acá. Los jardines siempre son lo primero que se pierde.” (p. 42) El hijo va a las oficinas del molino, se encuentra con el nuevo dueño y lo mata. Sus abogados lo convencen de que no hable mal del muerto, de su recurrente acoso a mujeres y es condenado a la pena de muerte.
Lo más llamativo del guión es lo que no se dice: por qué mata el hijo del jardinero al hijo del dueño. En la entrada de Wikipedia del guión se habla del enojo del asesino por el comportamiento capitalista del asesinado, pero eso no surge directamente del libro. No sabemos tampoco si el accidente por el que el asesino perdió su pierna se relaciona con el asesinado; ni si sabía que su hermana había sido acosada por él. No sabemos tampoco si el consejo del abogado tenía como objetivo beneficiar al cliente o sólo a la familia del muerto. Así y todo, suponemos que no hubo justicia. Entre la declaración del abogado (“Si los hombres no fueran más justos que Dios no habría justicia en este mundo. En todos lados donde miro veo a hombres tratando de corregir las injusticias con los que los dejó Dios”) y el sufrimiento del padre, nos quedamos con el corazón roto del viejo jardinero.

Originales de las citas usadas
“Not big on gardens here no more. Gardens is always the first thing to go.” (p. 42)
“If men were no more just than God there’d be no peace in this world. Everywhere I look I see men trying to set right the inequities that God left them with.” (p. 68)

domingo, 3 de septiembre de 2017

Esas vidas ajenas



Leí The Dance of the Happy Shades, de Alice Munro (había leído de ella Runaway Too much Happiness), y la amé. Es una maravillosa colección de cuentos cruzada por el misterio que representa la vida de los otros, aun de aquellos más cercanos, de la opacidad del ser, y de lo que podemos hacer con esos misterios.
Todos los cuentos están ubicados en pequeños pueblos de Canadá en los que lo urbano y lo rural se confunden, donde la vida está siempre bajo escrutinio. “Me parecía a mí que en cada una de esas casas vivían personas que sabían algo que yo no sabía. Que entendían lo que había ocurrido y que quizás sabían que iba a ocurrir y que yo era la única que no lo sabía.” (p. 142) Casi siempre son mujeres (y no me terminé de creer al único narrador masculino); mujeres que viven con lo justo materialmente y emocionalmente; mujeres a quienes no les sobra nada pero que de alguna manera, como decíamos el viernes con @sgigantic hablando de los personajes de Richard Ford, se la bancan. Una y otra vez en los cuentos aparece el cambio como concepto: las cosas están dejando o dejaron de ser como eran, sobre todo porque entran en decadencia; avanza cierta modernidad que deja cosas atrás, estilos de vida como los de la maestra de piano del último cuento, el que le da el nombre a la colección; o cambios internos, como muchos cuentos de chicas que están ahí al borde de dejar la niñez o dejándola o habiéndola dejado recientemente.
Pero sobre todo está esa distancia infranqueable con los otros, incluso y sobre todo con los más cercanos. La mayoría son cuentos sobre padres e hijas, sobre madres e hijas y sobre hermanas. Una hija reflexiona sobre su padre: “Siento que al final de la tarde la vida de mi padre fluye de vuelta desde nuestro auto, poniéndose oscura y extraña, como un  paisaje que tiene un hechizo que lo hace bueno, ordinario y conocido mientras lo mirás, pero que lo convierte, cuando te das vuelta, en algo que nunca vas a conocer, con todos los climas, y distancias que no podés imaginar.” (p. 18) Una señora vieja le cuenta a una mujer joven del marido que la dejó: “Nunca sabrás lo que hay en la cabeza de un hombre, ni cuando estás viviendo con él.” (p. 21) “Que el corazón de otra persona es un libro cerrado es algo que le escucharás decir con frecuencia y sin remordimiento”, dice la escritora de “The Office” sobre su marido (p. 61) “Sean cuales fueran los pensamientos e historias que tuviera mi padre, eran privados, y yo era tímida con él y nunca le hacía preguntas”, dice la nena de “Boys and Girls”. (p. 114)
El misterio, la paradoja y el milagro es que Alice pueda hacer literatura con esa opacidad, de esa opacidad. “Nadie habla el mismo lenguaje” (p. 209) dice la hermana menor de “The Peace of Utrecht”. Y aunque no hay lenguaje compartido, de esa falta de lenguaje Alice hace literatura. El cuento “The Office”, así, parece una metáfora de su método.
En “The Office”, una mujer, esposa y madre, alquila una oficina fuera de su casa para poder escribir. (“Soy escritora. Eso no suena bien. Demasiado presuntuoso; falso, o por lo menos poco convincente. Tratá de nuevo. Escribo. ¿Está mejor? Trato de escribir. Eso lo empeora. Humildad hipócrita. ¿Entonces?” - p. 59) El dueño de la oficina intenta entrometerse en sus cosas, ella le cierra el paso y él se enoja y empieza a fabular sobre ella, acusándola falsamente de mal comportamiento. A partir de esa fabulación ella pasa a no creer los cuentos que el Sr. Malley le había hecho de un inquilino interior: “No era cómodo ver cómo se construían las leyendas de la vida del Sr. Malley” (p. 71) dice la escritora; pero termina el cuento diciendo: “Mientras yo ordeno palabras, y pienso que tengo el derecho de sacármelo de encima.” (p. 74) De lo opaco algunos construyen fábulas y otros hacen literatura.

Originales de las citas usadas
“It seemed to me that in every one of those houses lived people who knew something I didn’t. Who understood what had happened and perhaps had known it was going to happen and I was the only one who didn’t know.” (p. 142)
“I feel my father’s life flowing back from our car in the last of the afternoon, darkening and turning strange, like a landscape that has an enchantment on it, making it kindly, ordinary and familiar while you are looking at it, but changing it, once your back is turned, into something you will never know, with all kinds of weathers, and distances you cannot imagine.” (p. 18)
“What’s in a man’s mind even when you’re living with him you will never know.” (p. 21)
“That the heart of another person is a closed book, is something you will hear him say frequently, and without regret.” (p. 61)
“Whatever thoughts and stories my father had were private, and I was shy of him and would never ask him questions.” (p. 114)
“nobody speaks the same language.” (p. 209)
“I am a writer. That does not sound right. Too presumptuous; phony, or at least unconvincing. Try again. I write. Is that better? I try to write. That makes it worse. Hypocritical humility. Well then?” (p. 59)
“It was not comfortable to see how the legends of Mr. Malley’s life were built up.” (p. 71)
“While I arrange words, and think it is my right to be rid of him.” (p. 74)