lunes, 27 de mayo de 2019

De exiliarse y encontrarse



Leí Americanah, novela de Chimamanda Ngozi Adichie (de quien había leído la colección de cuentos The thing around your neck).
Como en esa colección de cuentos, en esta novela los temas de la raza, nacionalidad y, en menor medida, el género, están en primer plano; la historia de amor que vertebra la novela parece por momentos casi una excusa.
Americanah relata la historia de Ifemelu, una mujer nacida en Nigeria, que vive trece años en Estados Unidos antes de volver a su país, y que descubre en ese ida y vuelta su verdadera identidad. Una identidad racial, nacional, continental, de género y quizás también ligada con el amor.
La novela se convierte así en una especie de Bildungsroman: no es sobre cómo se convirtió en mujer sino cómo pasó a entender quién es, lo que Ifemelu aprende en algún lugar entre el exilio y el desexilio.
En el primer párrafo de la novela, en Estados Unidos, Ifemelu dice que disfruta que en Princeton “podía fingir ser alguien más” (p. 3). Quién es, la propia identidad, es algo que se conoce o se puede conocer de una manera casi racional.
“Si no tenés cuidado, en este país tus hijos se convierten en lo que no conocés”, le dice una emigrada (p. 137); y ella dice de uno de sus novios, Curt, americano, blanco y rico: “Curt y sus amigos nunca serían, en algún nivel, enteramente conocibles para ella.” (p. 256)
La etapa de Ifemelu en EE.UU., donde se convierte en una bloguera escribiendo de raza, tiene momentos excelentes. Como africana, ella dice descubrir la raza en América; y los comentarios sobre las relaciones raciales en Estados Unidos son muy interesantes.
Lo racial es algo que aprendió, porque no es Americana Africana (un americano de raza negra) sino Africana Americana (un africano trasplantado a EE.UU.) Tuvo que leer para conocer las “mitologías americanas”, los “tribalismos americanos - raza, ideología y región”. (p. 167)
Lo racial, como la propia identidad, parece algo que hay que conocer, descubrir, estudiar. Eso me llamó la atención.
(Quizás ligado: hay muchas referencias y casi caricaturescas a las relaciones de los personajes con los libros: los personajes que nos gustan o nos tienen que gustar leen cosas copadas; los que no nos gustan o no nos tienen que gustar no leen o leen cosas que no son copadas.)
Esta crítica social, especialmente a la subtribu de los blancos bienpensantes, lo que en EE.UU. llaman “liberal” y acá es algo así como la progresía, es graciosa y punzante; es lo mejor de la novela.
Lo que menos me gustó es la parte que me cuenta la historia de Obinze, el amor de juventud de Ifemelu en Nigeria, sin ella. La novela está toda en tercera persona, pero muy cercana a ella; y no me parece que la tercera primera en Obinze sea tan convincente.
De hecho, de haber sido el editor de Adichie le habría dicho que la escribiera en primera persona y no me cuente nada de eso. Después de esa parte, todo me costó un poco más, aunque igual la novela se lee bien, con momentos de mucho humor.

Otras citas
Sobre la madre de Curt, una señora blanca muy rica: “parecía del tipo de personas ricas que nunca dan una buena propina.” (p. 244)
Comentario del hijo de una expatriada criado en EE.UU. al llegar por primera vez a Nigeria: “¡A la mierda, primi, nunca vi tantos personas negras en un mismo lugar!” (p. 518)

Originales de las citas
“She liked, most of all, that in this place of affluent ease, she could pretend to be someone else”. (p. 3)
“If you are not a bit careful in this country your children become what you don’t know.” (p. 137)
“Curt and his friends would, on some level, never be fully knowable to her.” (p. 256)
“as she read, American mythologies bagan to take on meaning, American tribalisms - race, ideology, and region - became clear.” (p. 167)
“she seemed like the kind of wealthy person that did not tip well.” (p. 244)
“‘Oh my God, Coz, I’ve never seen so many black people in the same place!’ he said.” (p. 518)

lunes, 13 de mayo de 2019

Un grito que vuelve sin haber salido



Leí Enero, de Sara Gallardo, un libro excepcional de 1958 reeditado el año pasado por Fiordo.
Enero retrata en pocas páginas el sufrimiento de Nefer, la hija de unos puesteros en algún lugar de la Pampa húmeda - “Más al Oeste, el monte de la estancia duerme como un gran barco sombrío, protector de los montecitos de los puestos, que uno tras otro apagan sus luces y se van fundiendo con el llano.” (p. 17) Nefer, que vive en un puesto con sus padres, sufre por un amor no correspondido y porque quedó embarazada y no sabe qué hacer al respecto.
Gallardo transmite con maestría la angustia permanente de su protagonista, una angustia que queda retenida, atrapada. (“Un grito fuerte sube, se detiene en sus dientes y vuelve a bajar sin haber salido.” p. 10-11) En un momento Nefer piensa en la posibilidad de abortar como la de liberarse de una carga y ese me parece que es, en última instancia, el gran tema de la novela; la falta de libertad de esta chica, atrapada entre los mandatos de familia, religión y patrones y los deseos de otros.
Con una prosa ecualizada, la novela logra notablemente ponernos en el campo argentino de mediados de siglo XX. Lo escuchamos en los diálogos (como en el saludo entre Nefer y una ex compañera en la carnicería: “_Qué hacé. / _Qué decí.” - p. 29) y en la radio de fondo, con una comedia o una carrera, mientras olemos el cuero y el barro y el pasto mojado sin que Gallardo nos hable de olores, y que empieza y termina con referencias a una cosecha, una intersección especial entre naturaleza y sociedad.

Otras citas
“con la mano arrea modestos rebaños de miguitas por el hule gastado de la mesa.” (p. 9)
“El alma está negra, el alma como el campo con tormenta, sin una luz, callada como un muerto bajo la tierra.” (p. 15)