Antes de sentarme a escribir estas líneas sobre Mrs. Bridge, novela de Evan Connell publicada en 1959, pensé un segundo qué me evocaba y lo primero que surgió fue esas líneas de Pink Floyd: "hanging on in quiet desperation / is the English way", "bancársela en silenciosa desesperanza es el camino inglés".
Mrs.
Bridge sigue
básicamente durante el período de entreguerras (obviamente) a Mrs. Bridge, un
ama de casa de Kansas City que es todo lo que uno puede imaginar de un tipo
humano que ya casi no existe. Cuando nace su primera hija, sus “primeras
palabras coherentes fueron ‘¿es normal?’” (l. 129) y lo que más deseaba
escuchar decir sobre sus hijos no tenía que ver con su eventual genialidad,
inteligencia o capacidad artística sino sobre “sus buenos modales, caracteres
agradables y limpieza” (l. 137). Su deber era sencillo: “Había sido creada para
creer sin dudar alguna que cuando una mujer se casaba era para el resto de su
vida y que debía permanecer con el marido donde fuera que él estuviera, y bajo
cualquier circunstancia, salvo que él la dirigiera de otra manera”. (l. 2172).
El libro no es el
más divertido de todos. Es un poco desesperante seguir a esta señora sin
agencia, sin proyectos más que ver el crecimiento de hijos cada vez más
distantes y velar por el bienestar de su esposo durante años donde no pasa casi
nada en su vida. Pero Connell tomó la muy buena decisión, y la ejecutó con
maestría, de ir hilvanando la historia con las anécdotas más nimias de la vida
de Mrs. Bridge en 117 secciones mínimas, de dos o tres páginas cada una. Y de a
poco esas historias, de tan mínimas, van pintando esa vida, como pequeños
trazos en un enorme lienzo impresionista. En este sentido, no el impresionista
sino el de las pequeñas historias, y el contexto de una pequeña ciudad, el
libro me hizo acordar un poco a Winesburg,
Ohio, de Sherwood Anderson.
Mientras los años
pasan, Mrs. Bridge no logra sostener sus pequeños proyectos (aprender español o
pintura, por ejemplo). A su alrededor, todo empieza a cambiar (las cuestiones raciales
o morales en lo cotidiano, la tormenta que se avecina en Europa) pero ella se
mantiene constreñida por las convenciones del pasado, lo que la deja cada vez
más cerca de la angustia y de la desesperanza: “cada día procedía como el
anterior. Nada intenso, nada desesperado, pasaba jamás. El tiempo no se movía.
El hogar, la ciudad, la nación, y la vida misma eran eternos” (l. 1417). Y era
incapaz de transmitir sus sentimientos a la persona a la que había consagrado
su vida: “¿Podía acaso explicar cómo el ocio de su vida -esa inactividad
exquisita que él había creada al darle todo- la estaba volviendo loca?” (l.
2912).
Durante décadas,
las vidas de cientos de miles de mujeres de cierto sector social era más o
menos así, y el libro de Connell las describe muy bien a través de la
desesperante historia de Mrs. Bridge.
Originales de las
citas usadas
“They named her Ruth. After the delivery Mrs. Bridge’s first coherent words were, “Is she normal?” (l. 129).
“she hoped that
when they were spoken of it would be in connection with their nice manners,
their pleasant dispositions, and their cleanliness” (l. 137).
“She had been
brought up to believe without question that when a woman married she was
married for the rest of her life and was meant to remain with her husband
wherever he was, and under all circumstances, unless he directed her
otherwise”. (l. 2172).
“each day
proceeded like the one before. Nothing intense, nothing desperate, ever
happened. Time did not move. The home, the city, the nation, and life itself
were eternal” (l. 1417).
“Could she explain
how the leisure of her life—that exquisite idleness he had created by giving
her everything—was driving her insane?” (l. 2912).