martes, 27 de diciembre de 2016

Duelos


El 30 de diciembre de 2003, mientras él y su mujer Joan Didion se preparaban para comer, John Dunne tuvo un infarto masivo y murió. Desde hacía unas semanas, la pareja de escritores acompañaba a su única hija Quintana en terapia intensiva. En las próximas semanas y meses, Quintana tuvo mejorías y recaídas y estuvo al borde de la muerte. Didion enfrentó así al mismo tiempo la enfermedad de su hija recién casada y la muerte de su marido, con quien habían estado juntos cuarenta años.
The Year of Magical Thinking es su “intento por darle sentido al período que siguió; semanas y después meses que echaron al viento todas las ideas fijas que había tenido acerca de la muerte, la enfermedad, la probabilidad y la buena y la mala suerte, sobre el matrimonio y los hijos y la memoria, sobre el dolor, acerca de las maneras en las que las personas se enfrentan y no se enfrentan con el hecho de que la vida termina, sobre la superficialidad de la salud mental, sobre la vida misma.” (p. 7)
Lo que sobresale en estas reflexiones es, primero, que todo puede cambiar en un instante. Las primeras palabras del libro, las primeras palabras que escribe Didion después de lo ocurrido, y a las que vuelve una y otra vez en el libro, son: “La vida cambia rápido. La vida cambia en el instante. Te sentás a comer y tu vida tal como la conocés termina. La cuestión de la autocompasión.” (p. 3) Didion trae esto una y otra vez, como cuando escucha a un grupo de obreros discutir sobre el accidente que sufrió el compañero al que visitan en terapia intensiva, en la cama al lado de la de su hija: “Todo va como de costumbre y de pronto todo se va al carajo.” (p. 126) Ligado con esto está la cuestión del control; más bien, de lo poco que controlamos a pesar de que intentamos convencernos de lo contrario. El proceso de duelo es en parte perder la “creencia medular en mi capacidad de controlar eventos” (p. 98) “Me doy cuenta de lo abiertos que estamos al mensaje persistente de que podemos evitar la muerte. (…) nada de lo que él y yo hicimos o dejamos de hacer ni causó ni pudo haber evitado su muerte.” (p. 206)
Otro de los temas discutidos es la auto-compasión. Didion nos muestra que en algún momento la muerte se desnaturalizó y junto con eso el proceso de hacer un duelo perdió su lugar. Ahora se supone que debemos ser fuertes, y la auto-compasión es vista negativamente: “La autocompasión es a la vez la más común y la más universalmente despreciada de nuestras fallas de carácter.” (p. 192) Esta cuestión en sí misma merecería un ensayo, y si no es discutida del todo es porque el libro no deja de ser esa otra cosa, el intento de que todo esto tenga sentido.
El duelo sume a Didion en el sinsentido. Puede aceptar que le hagan una autopsia a su marido pero no que le escriban un obituario en el NewYork Times porque eso sí significaría decretarlo muerto. Durante meses Didion se rehúsa a regalar sus zapatos porque sigue creyendo que su regreso es posible. Es un año de pensamiento mágico, de pérdida de la racionalidad: “El poder del dolor para trastornar a la mente ha sido de hecho notado exhaustivamente.” (p. 34) Y, al final del día, escribir es una de las pocas maneras de hacer que vuelva el sentido: “¿Acaso sólo soñando o escribiendo podía llegar a descubrir qué era lo que yo pensaba?” (p. 162)
Así que Didion, la escritora, novelista, guionista y periodista literaria, la viuda del escritor, escribe. Y lo hace maravillosamente. Tanto que a este lector se le llenaron los ojos de lágrimas en uno u otro servicio de transporte público porteño en al menos tres ocasiones. No sólo porque “Somos seres mortales imperfectos, conscientes de esa mortalidad incluso mientras la alejamos de nosotros, fallidos por nuestra propia complicación, programados de manera tal que cuando hacemos un duelo por nuestras pérdidas también lo hacemos, para bien o para mal, por nosotros mismos. Como fuimos. Como ya no somos. Como algún día no seremos más.” (p. 198) sino también porque todo esto lo dice con un nivel de candidez y de verdad, con una elegancia y una sensibilidad sencillamente abrumadores. 

Originales de las citas
“This is my attempt to make sense of the period that followed, weeks and then months that cut loose any fixed idea I had ever had about death, about illness, about probability and luck, about good fortune and bad, about marriage and children and memory, about grief, about the ways which people do and do not deal with the fact that life ends, about the shallowness of sanity, about life itself.” (p. 7)
“Life changes fast. Life changes in the instant. You sit down to dinner and life as you know it ends. The question of self-pity.” (p. 3)
“Everything’s going along as usual and then all shit breaks loose”. (p. 126)
“I had myself for most of my life shared the same core belief in my ability to control events.” (p. 98)
“I realize how open we are to the persistent message that we can avert death. (…) nothing he or I had done or not done had either caused or could have prevented his death.” (p. 206)
“Self-pity remains both the most common and the most universally reviled of our character defects”. (p. 192)
“The power of grief to derange the mind has in fact been exhaustively noted.” (p. 34)
“Was it only by dreaming or writing that I could find out what I thought?” (p. 162)
“We are imperfect mortal beings, aware of that mortality even as we push it away, failed by our very complication, so wired that when we mourn our losses we also mourn, for better or for worse, ourselves. As we were. As we are no longer. As we will one day not be at all.” (p. 198)

lunes, 19 de diciembre de 2016

Nueve cuentos maravillosos


Leí “Nine Stories”, de J. D. Salinger, genio. Ya había leído la mayoría (si no todos) los cuentos, y algunos más de una vez (“A Perfect Day for Bananfish”, “Teddy”). Quizás sea uno de esos libros (como El Viejo y el Mar) que habría que intentar leer una vez al año.
Temáticamente, sobresale la cuestión del mundo de los niños y adolescentes. Sólo uno de los cuentos está puramente en el mundo adulto, “Pretty Mouth and Green my Eyes”. En los demás siempre parece haber un foco en cómo los niños ven al mundo adulto. El caso más claro es “Down at the Dinghy”, en el que un niño escucha al personal de servicio referirse a su padre con un insulto por su condición de judío (“sloppy kike"). La madre le pregunta si sabe qué es un “kike” y el niño da su definición de barrilete (“kite”). Esa inocencia puede llegar a curar a un hombre dañado, como en “For Esmé – with Love and Squalor” o no, como en “A Perfect Day for Bananafish”.
Como estructura es notable cómo esconde Salinger. Muchos de los cuentos arrancan con un personaje que termina siendo secundario a la historia. Y los mismos personajes a veces parecen no entender qué es lo que está ocurriendo y es ese engaño el que engaña al lector. (Es lo que ocurre con Lee en “Pretty Mouth and Green my Eyes”: creemos que la mujer que está en su cama es la esposa de Arthur porque eso parece creer el mismo Lee.)
Y el tercer y último comentario (aunque seguramente podríamos hacer muchos más), es la genialidad para contar o describir mostrando, sin decir cosas sino mostrándolas. Como cuando describe a una mujer como: “Era una chica que, para un teléfono que sonaba, no dejaba absolutamente nada.” (p. 1) O otra que dice “Lo que necesito es un cocker spaniel o algo (…) Alguien que se vea parecido a mí” (p. 22), lo que nos dice más que el hecho de que es pelirroja. O una imagen en Teddy: “Miraban al joven como, quizás, sólo pueden mirar hacia arriba personas que están sentadas en reposeras.” (p. 180)
Salinger es un genio y sus “Nine Stories” es probablemente su mejor libro. Leed y releed.


Originales de las citas
“She was a girl who for a ringing phone dropped exactly nothing.” P. 1
“’What I need is a cocker spaniel or something, she said. ‘Somebody that looks like me’.” P. 22
“The fact is obvious much too late, but the most singular difference between happiness and joy is that happiness is a solid and joy a liquid.” P. 152
“They looked up at the young man as, perhaps, only people in deck chairs can look up at someone.” 180

“I don’t know. Poets are always taking the weather so personally. They’re always sticking their emotions in things that have no emotions.” 182

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Montañas de culpa



Purity, de Jonathan Franzen, es una novela sobre la culpa. Todos los personajes de la novela están acosados por la culpa, incluso el personaje que le da nombre a la novela y que está tan libre de culpa que necesita que alguien le diga, le grite prácticamente, “no le debés nada a esta gente.” (p. 572)
Como en The Corrections y en Freedom, Franzen hace una novela conceptual y a la vez extremadamente legible. Salvo en una parte, en la que no soportaba más a un personaje, las 600 páginas se me volaron; y aún en esos peores momentos no se me ocurrió dejar de leerlo porque quería más. En eso, Franzen es un genio. Durante 600 páginas te va desgranando el concepto de culpa (y de pureza) en cada personaje hasta que, como quien no quiere la cosa, te deja el corazón del concepto: “la culpa debe ser la más monstruosa de las cantidades humanas, porque lo que hice para aliviar la culpa (…) fue precisamente aquello que más tarde me haría sentir más culpa.” (p. 434) Lo más monstruoso de esa cantidad es que no tiene una correlación real con los actos de los personajes: todos sienten culpa, los más y los menos puros.
Como en todas las novelas de Franzen, casi da bronca la (aparente) facilidad con la que construye las historias de sus personajes, yendo una y hasta dos generaciones atrás. En cierto sentido, como con la culpa, ningún personaje se escapa de esa historia familiar. Todos parecen atrapados por su niñez y sus familias de origen: “Era fácil culpar a la madre. (…) Un accidente en el desarrollo cerebral cargaba los dados en contra de los niños: la madre tenía tres o cuatro años para joder con tu cabeza antes de que el hipocampo comenzara a registrar memorias perdurables.” (p. 108) De hecho, la gran pregunta es si nuestra protagonista logra “que le vaya mejor que a sus padres” (p. 598); ella misma lo duda hasta el final, aunque yo creo que la respuesta es bastante clara.
Como decía, por momentos Franzen me parece un genio por esta capacidad de engendrar historias de historias y personajes y situaciones. En otros momentos siento que me cuenta de más y que sobre-psicologiza; también, a veces, la historia puede resultar un poco improbable. Además, por momentos me pareció repetido el formato, tan similar al de las otras dos novelas: la historia larga y desgranada de las familias; los leitmotifs (correcciones, libertad, culpa); las contraposiciones de personajes (acá Tom y Andreas, Anabel y Katya); incluso la existencia dentro de la novela de textos escritos por los propios personajes. Pero por todo lo que te pueda molestar eso, nada quita que la novela se lee muy bien y que tiene maravillas como estas:
- “había una nueva mirada en sus ojos, la mirada imposible de ocultar y de fingir de una mujer realmente enamorada. No es algo que un hombre vea todos los días.” (p. 400) 
- “¿Puede imaginarse un objeto manufacturado más perfecto que una pelota de tenis? Peludito y esférico, apretable y rebotador, sus costuras de lenguas emparejadas, su pique al impactar un pock con el más placentero de los registros. Los perros sabían cuando tenían algo bueno, los perros amaban las pelotas de tenis y ella también.” (p. 558) 
- “No me hables de odio si nunca te casaste.” (p. 462)
Franzen es un genio, un monstruo como la culpa que se agolpa en montañas y sepulta a todos sus personajes.


Originales de las citas
“try to keep one thought in mind: you don’t owe these people anything.” (p. 572)
“guilt must be the most monstrous of human quantities, because what I did to relieve my guilt then (...) was precisely the thing I felt guiltier about later”. (p. 434)
“It was easy to blame the mother. (…) An accident of brain development stacked the deck against children: the mother had three or four years to fuck with your head before your hippocampus began recording lasting memories.” (p. 108)
“It had to be possible to do better than her parents, but she wasn’t sure she would.” (p. 598)
“there was a new look in her eyes, the unconcealable and unfakable look of a woman seriously in love. It’s not something a man sees every day.” (p. 400)
“Could a more perfect manufactured object than a tennis ball be imagined? Fuzzy and spherical, squeezable and bouncy, its stitchings a pair of matching tongues, its bounce on impact a pock in the most pleasing of registers. Dogs knew a good thing, dogs loved tennis balls, and so did she.” (p. 558)
“Don’t talk to me about hatred if you haven’t been married.” (p. 462)

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Criatura de Dios


Child of God es una de las novelas más oscuras que leí del oscurísimo Cormac McCarthy, autor, entre otras cosas, de The Road, No Country for Old Men y la trilogía de la frontera que empieza con All the Pretty Horses. Cormac, una vez más, tenemos que decirte: te amamos, Cormac. Profundamente. Al mismo tiempo, tenemos que decirles a nuestros millones de lectores que hay que pensar un poco antes de agarrar esta novela: es oscura, es dura y es fuerte.
El libro relata la historia de Lester Ballard: “Pequeño, sin bañarse, sin afeitarse. (…) Una criatura de Dios bastante parecida a vos quizás.” (p. 4) Pero a Lester le rematan su tierra y de a poco se va sumergiendo en la barbarie: “Lester Ballard nunca pudo mantener su frente en alto después de eso.” (p. 9) Lester pasa a ser cada vez menos parecido a nosotros, está cada vez más cerca a lo animal y a lo natural que a lo social o lo cultural, al punto de pasar a vivir en una cueva en la montaña.
En McCarthy siempre (o muchas veces) hay una reflexión sobre eso, sobre lo natural y lo humano, sobre lo animal de nosotros y lo que nos separa y exalta, sobre la moralidad quizás. Lo natural siempre es defendido en un punto, como cuando describe un bosque: "Un bosque viejo y profundo. En una época del mundo había bosques que no eran propiedad de nadie y éste era como aquellos.” (p. 127)
El libro se estructura en tres secciones, y en cada una Ballard baja un poco más. La gran mayoría de los textos - que van de una economía brutal a sorprendentes momentos poéticos - son en una tercera persona que sigue a Ballard; pero también hay, en la primera sección, narradores no identificados, gente del pueblo, que te cuenta cosas sobre Ballard. Y en algunas ocasiones, narraciones en tercera persona de cosas que pasan en esa comunidad de gente rural, dura, blanca y cristiana. Como el dueño de un basural que “había engendrado nueve hijas a quienes había nombrado de un viejo diccionario médico que había cosechado de la basura que seleccionaba. (…) Urethra, Cerebella, Hernia Sue.” (p. 26) En una de esas secciones en tercera persona, seguimos al sheriff y un ayudante el día de una gran inundación, y lo escuchamos tener dos conversaciones. “Nunca supe que este lugar podía tener tanta maldad, dijo la mujer. El sheriff sonrió. Solía ser peor, dijo.” (p. 164) Poco después, se encuentran con un veterano: “Te parece que las personas eran más malas entonces de lo que son ahora? dijo el ayudante. El viejo estaba mirando al pueblo inundado. No, dijo, no creo. Creo que las personas son iguales desde el día que Dios hizo a la primera.” (p. 168)
Hay poco para exaltar sobre la naturaleza humana acá. Seguimos a Ballard hasta uno de sus finales posibles. Poco antes, Ballard anda por el campo y escucha a los gallos cerca del amanecer. “Como en los viejos tiempos así ahora. Como en otros países acá.” (p. 191) Esas cosas que creó Dios haciendo aquello que están programados para hacer. 

Originales de las citas usadas
“He is small, unclean, unshaven. (...) A child of God much like yourself perhaps.” (p. 4)
“Lester Ballard never could hold his head right after that.” (p. 9)
“Old woods and deep. At one time in the world there were woods that no one owned and these were like them.” (p. 127)
“The dumpkeeper had spawned nine daughters and named them out of an old medical dictionary gleaned from the rubbish he picked. (...) Urethra, Cerebella, Hernia Sue.” (p. 26)
“I never knew such a place for meanness, the woman said. The sheriff smiled. It used to be worse, he said.” (p. 164)
"You think people were meaner then than they are now? the deputy said. The old man was looking out at the flooded town. No, he said, I don’t. I think people are the same from the day God first made one.” (p. 168)
“As in olden times so now. As in other countries here.” (p. 191) 

martes, 15 de noviembre de 2016

El Cercas que me gusta



Leí El vientre de la ballena y ese no es el Cercas que me gusta. No estoy del todo seguro de si me gusta demasiado el otro Cercas; bah, en verdad, lo que me pasa con el otro Cercas, el de esos textos que son ficción y no ficción al mismo tiempo, es que me gusta mucho y me molesta mucho al mismo tiempo. Este Cercas, el de una ficción más tradicional, no me gusta mucho, aunque claramente es un tipo inteligente que puede decir cosas como esta: “en el fondo todas las ciudades se parecen. Quizá con una sola excepción, que es Nueva York, porque Nueva York no quiere parecerse a nadie, mientras que todas las ciudades quieren parecerse a Nueva York.” (p. 18)
El vientre de la ballena no tiene esa cosa que hemos terminado de identificar con Cercas, la visibilidad permanente del hecho de la escritura, sino que es una novela, un cruce entre una novela de ideas y una comedia de campus. Tomás, nuestro narrador, escucha de su mentor en la carrera de Letras la contraposición entre los personajes de destino (los héroes trágicos que viven pensando en lo que deben lograr, mirando al futuro) y los personajes de carácter (personajes que narrativamente no van a ningún lado a quienes no les pasa nada y que justamente por ello pueden vivir el presente con plenitud). Y hacia el final de la novela Tomás se termina dando cuenta de que en los meses que relata la novela le pasa justamente algo en línea con esa contraposición. No es la única vez en que algo aparece ahí puesto para que un personaje utilice eso más adelante en el argumento (pasa algo en esa línea con la discusión en torno de dos películas de cine). Además de esta sobre explicación, hay algo de la trama que no tiene mucho sentido; en palabras de Tomás, “no pude evitar sentirme el protagonista de una tragicomedia indigna”. (p. 210) y por momentos sentí cargada a la prosa, a veces demasiado adjetivada, y a veces se nota demasiado la búsqueda de una musiquita que, por otro lado, muchas veces logra, porque Cercas escribe bien, de eso no hay duda.
Leí y terminé la novela no sólo porque era el único libro que tenía en un viaje largo en avión. También porque hay muchos momentos divertidos e inteligentes, como la cita de Nueva York, como cuando dice que “Pocas pasiones sobreviven a la profesionalización de quien las experimenta” (p. 123) o como cuando pone en medio de una tertulia literaria al novelista Javier Cercas: al narrador, Cercas le cae mal y terminan discutiendo. Cuando más cerca está de enamorar la novela es con los personajes trágicos, patéticos, como Vicente Mateos, cosa que también me pasó con Soldados de Salamina; Cercas logra emocionar en esos momentos. Como nota al pie, me digo que el hecho de que una librera amiga me lo haya recomendado como lo mejor de Cercas me demuestra que mi amiga librera y yo leemos distinto, lo cual no deja de ser algo hermoso, porque como conclusión me digo que para mí esto no es el Cercas que le gusta a la gente.

martes, 8 de noviembre de 2016

El primer peronismo sin Perón



¿Qué pasó en la economía durante los gobiernos radicales? ¿Cuánto de eso se debe a las decisiones políticas de los gobiernos radicales? Y: ¿cómo fue la interacción en esa primera experiencia democrática entre democracia plena y economía? Esas son las tres principales preguntas que se hace Pablo Gerchunoff en El Eslabón Perdido. La economía política de los gobiernos radicales (1916-1930), libro que leí a pesar de su obvio carácter de no ficción principalmente debido a que es el período sobre el que hice mi tesis de maestría y porque el autor, además de ser una voz más que interesante en la reflexión sobre Argentina, fue miembro del jurado ante el cual defendí aquella tesis.
¿Qué pasó en la economía? Primero, hubo un cambio importante (aunque no tan visible para los contemporáneos) en el patrón productivo: tras el fin de la guerra, la producción agropecuaria volvió a crecer pero más por un aumento de los rendimientos que por la extensión de la frontera; las actividades urbanas (industria, construcción y servicios públicos) crecieron más que el agro; y esto último llevó al primer atisbo de algo que volvería muchas veces en el siglo XX, “un desequilibrio potencial en el frente externo” (p. 198). En segundo lugar, hubo una “mejora sustantiva en las condiciones de vida de la clase trabajadora” y “una mejora como nunca antes vista” en la distribución del ingreso (p. 200)
¿Cuánto de esto se debe a las decisiones de los gobiernos de Yrigoyen y Alvear? Gerchunoff, que es mucho más generoso con el yrigoyenismo de lo que yo lo fui en mi tesis, dice que poco en lo que hace a los cambios productivos y bastante a los distributivos. En cuanto a lo productivo, los cambios tuvieron más que ver con la protección que brindó la guerra, los cambios tecnológicos y el propio crecimiento y diversificación de la sociedad y la economía argentinas. Los gobiernos radicales no creyeron en la necesidad de ser más industrialistas ni vieron las restricciones externas, pero, dice Gerchunoff, nadie las vio, como nadie vio venir la crisis de 1930.
En cambio, Gerchunoff argumenta que los gobiernos radicales sí buscaron por distintas vías una mayor participación de las clases trabajadoras en el ingreso. Aunque parte de ese cambio se debió a los cambios propios de la economía, otra parte fue el resultado de medidas de un gobierno que - aunque no llegó tan lejos como para crear un impuesto a la renta ni un banco central - ante la crisis fiscal trató de mantener el empleo público e instauró retenciones a la exportación; que tuvo una política monetaria relativamente laxa; que estableció en los hechos una jornada máxima de trabajo, sancionó una ley de alquileres e intentó arbitrar a favor de los trabajadores con el Departamento Nacional del Trabajo, etc.
Así, Gerchunoff llega a la tercera pregunta. El crecimiento electoral del radicalismo, desde los 340.000 votos (49%) de 1916 a los 840.000 (59%) de 1928, se debió no sólo a una expansión territorial aguijoneada por las intervenciones federales y por una política fiscal centralista y a la creación de una maquinaria partidaria moderna sino también por un set de políticas públicas que buscó y logró una “ampliación electoral en términos de ‘clase’” (p. 189). Así, “la Unión Cívica Radical (…) se fue expandiendo socialmente y territorialmente hasta convertirse en una fuerza política que lo abarcaba todo, al estilo del Partido Autonomista Nacional pero en democracia plena, prefigurando en sus rasgos esenciales lo que sería el peronismo.” (p. 206) El radicalismo, ese primer peronismo sin Perón, concluye Gerchunoff, “nunca volvió a ser lo que fue” (p. 206). Así, el libro se convierte ineludible no sólo para quienes piensen ese período sino también para quienes piensen sobre los partidos políticos en Argentina. 

jueves, 27 de octubre de 2016

Voces cercanas

  
Es imposible no hacer una lectura política o social de Beloved, probablemente la novela más reconocida de Toni Morrison, premio Nobel de Literatura en 1993 (también leí Home). El libro es, sobre todo, un enjuiciamiento total de la esclavitud en Estados Unidos. Leído en estos momentos de elevada tensión racial en EE.UU., el libro explica hasta qué punto la brecha tiene algo de insalvable. Donde más explícito es este juicio es en las palabras de Stamp Paid, un ex esclavo viejo y sabio (quizás, comprensiblemente, en uno de los pocos o quizás el único lugar donde un personaje parece fuera de registro):
"Más allá de los modales, los blancos creían que debajo de cada piel negra había una jungla. Raudas aguas innavegables, babuinos gritones hamacándose, víboras dormidas, encías rojas preparadas para su dulce sangre blanca. Él pensaba que, de cierta manera, tenían razón. (...) Pero no era la jungla que los negros trajeron con ellos a este lugar desde aquel otro lugar (vivible). Era la jungla que los blancos plantaron en ellos. Y creció. Se esparció. Se esparció en, a través y después de la vida, hasta que invadió a los blancos que la habían creado. Tocó a cada uno de ellos. Los cambió y los alteró. Los hizo sangrientos, tontos, peores incluso de lo que ellos querían ser, de lo asustados que estaban de la jungla que habían hecho. El babuino gritón vivía debajo de su propia piel blanca; las encías rojas eran de ellos mismos". (p. 234)
Es imposible no hacer esa lectura política y darse cuenta de que en un punto eso que está roto nunca podrá unirse, como un Humpty Dumpty, pero ni siquiera, porque lo único que los había unido en el pasado era la violencia y el horror. Arrancados de África, sometidos por la violencia, vedados de tener una familia, convertidos en propiedad de otros hombres, sujetos a ser vendidos, castigados corporalmente, violadas, ultrajadas hasta convertirlos en capaces de cualquier cosa, de lo peor. Desde lo temático hay también una reflexión sobre el mundo femenino: la abuela, la nuera, las hijas, las mujeres de la comunidad, la comunión y el enfrentamiento entre mujeres, entre madres e hijas.
Pero hay que luchar un poco con quedarse con una mirada exclusivamente o demasiado política para no olvidarse de la forma y la estructura. En una mezcla que parece imposible entre Faulkner, García Márquez y Sylvia Plath, Morrison nos regala una prosa siempre hermosa, que a veces deviene poesía. Y con una estructura notablemente lograda; voces mezcladas, primeras personas directas, terceras primeras, diálogos puros, arma una estructura que da vueltas una y otra vez sobre los temas generales y sobre esta historia particular que ilustra esos temas. Una conversación entre dos de los personajes principales, Sethe y Paul D, se convierte así en una metáfora del libro en sí mismo; Sethe le habla a Paul sin dejar de moverse, dando vueltas alrededor de él: “Lo mareaba. Al principio él pensó que era su circulación. Dando vueltas alrededor suyo como daba vueltas alrededor del tema. Vuelta y vuelta, sin cambiar de dirección, lo cual podría haber ayudado a su cabeza. Después pensó, No, es el sonido de su voz; está demasiado cerca.” (p. 189)
La voz de Morrison, las voces que nos trae, quedan demasiado cerca y no pueden ser ignoradas.

Originales de las citas

"Whitepeople believed that whatever the manners, under every dark skin was a jungle. Swift unnavigable waters, swinging screaming babboons, sleeping snakes, red gums ready for their sweet white blood. In a way, he thought, they were right. (...) But it wasn't the jungle the blacks brought with them to this place from the other (livable) place. It was the jungle whitefolks planted in them. And it grew. It spread. In, through and after life, it spread, until it invaded the whites who had made it. Touched them every one. Changed and altered them. Made them bloody, silly, worse than even they wanted to be, so scared were they of the jungle they had made. The screaming baboon lived under their own white skin; the red gums were their own." (p. 234)
"It made him dizzy. At first he thought it was her spinning. Circling him the way she was circling the subject. Round and round, never changing direction, which might have helped his head. Then he thought, No, it's the sound of her voice; it's too near." (p. 189)

martes, 4 de octubre de 2016

Sobre chicos como yo



La pasé muy bien leyendo Nenes bien. Historias de jóvenes privilegiados, una colección de cuentos compilados por mi amigo Martín Kunik con prólogo de Claudia Piñeiro.
Está bien el prólogo al decir, más allá del afán por categorizar, por generalizar, que lo importante de la selección es que trae lo individual. Esto me recordó a la crítica que le hizo un amigo al libro Vida de Ricos, de Soledad Vallejos: que el libro generalizaba un tipo de rico (los ricos famosos) y no veía que hay "muchas formas de ser rico, y muchas de esas no están" en el libro. Nenes bien, en cambio, dice Piñeiro, "se ocupa de este grupo desde la individualidad". (p. 15)
Es decir: une a estos relatos el hecho de que sus personajes son de los más ricos de la sociedad (aunque no provienen necesariamente del mismo mundo) y el hecho de que Martín Kunik los haya seleccionado. Lo primero puede ser lo que atraiga al marketing literario, pero lo que importa (y acá tiene que haber un mérito del compilador) es lo que traen esas historias individuales, que de maneras diferentes tienen los mismos problemas que todos los seres humanos: no saben cómo vivir, tienen miedos, inseguridades, amores, odios, y paro porque vuelvo a generalizar.
Individualizo: un maestro, siempre, Mairal, aunque esta vez nos dio algo demasiado breve; muy bueno el cuento de Hernán Firpo, con un excelente uso de los diálogos; siempre hay magia en Pablo Ottonello (aunque le hubiera sacado sus diálogos con Damián, sorry), a quien creemos destinado a grandes cosas; tremendo el cuento "Coronas fúnebres" de Cecilia Sluga; hermoso el cuento de José Santamarina ("Arial verde sobre fondo rosa fluorescente").
La pasé muy bien leyendo Nenes bien, que tiene además el gran mérito de ser relativamente corto y de que casi todos sus cuentos son cortos. Comprad y leed.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Lado B


En una época leí un libro de Carver tras otro hasta que me quedé sin o me llené, como cuando comés pochoclo de un receptáculo gigante de cartón viendo una peli y en un momento te das cuenta que no hay más lugar en el mundo para el pochoclo. La semana pasada leí una colección que compré en algún momento, Where I’m Calling From, con cuentos de distintas colecciones y ahora tengo la impresión de que nunca me pude haber llenado, que las 500 páginas podrían haber sido 700 o 900 también. No descubro nada pero lo digo igual: Carver es un titán.
Temáticamente, los cuentos siempre recorren el lado B del sueño americano: los moteles que se vienen abajo, los bares de segunda, los alcohólicos, los violentos, las relaciones rotas, la falta de comunicación y empatía, gente insomne y desesperada, apremiada económicamente. Los personajes de Carver no controlan su destino; como dice la narradora de “So much water so close to home”: “nada jamás será realmente distinto. Eso creo. Ya tomamos nuestras decisiones, nuestras vidas se pusieron en movimiento, y seguirán y seguirán hasta que paren.” (p. 223) De otro personaje se dice que venía bien hasta que “Por alguna razón – quién sabe por qué hacemos lo que hacemos – empieza a tomar ritmo su bebida.” (p. 284)
Pequeños momentos aparentemente menores ponen en movimiento procesos complejos que dejan a los personajes sin respuestas, como el narrador de “Menudo”, que se pregunta por la historia de sus parejas y dice: “Pero ahora no sé en qué creer. No me estoy quejando, simplemente afirmando un hecho. No me queda nada. Y tengo que seguir así. Sin destino. Simplemente lo que siga, que significará lo que creas que signifique. Compulsión y error, igual que todos los demás.” (p. 460-461).
En algunos pocos cuentos, contarlo libera. Es lo que sucede en “Fever”. La mujer deja al protagonista sólo con los hijos; después de mucho buscar, el señor consigue una babysitter confiable, una señora que se encarga de todo. Justo el día que la señora le tiene que decir que se muda a otra ciudad, el protagonista tiene una fuerte fiebre y en ese estado afiebrado le cuenta a la señora toda su historia con su ex mujer. Ese contar lo cura, de la fiebre, y del bajón por la ida de la esposa, y hay algo raro en Carver, un momento de luz: “sintió que algo llegaba a su fin.” (p. 331) En “A Small Good Thing” este contar es más complejo; arranca por la incomunicación entre un panadero y una pareja que le encargó una torta y que está viviendo un momento tremendo, pero terminan unidos por una historia; el panadero les habla y los alimenta y eso cura: “Entonces él empezó a hablar. Ellos escucharon con atención.” (p. 405) También está el caso en el que la literatura en vez de curar hiere, como en “Intimacy”, en el que la ex de un escritor primero se queja y enoja por haber sido expuesta públicamente y luego termina liberándolo, aunque termina diciendo “Bien pronto te vas a empezar a sentir mal de vuelta.” (p. 452-453)
En la forma, Carver es el cuidado permanente por la economía, por decir lo mínimo posible: el rey del understatement. También las imágenes que muestran poco sin decir mucho: un personaje tiene “dedos largos, gruesos, cremosos” (p. 64); otra en un momento “Se sienta en el sofá y acerca sus rodillas arriba hasta debajo de su pera” (p. 142) Pero como norma es simplemente una oración simple detrás de otra, las imágenes del fin del sueño americano llegando por pequeñas oleadas sucesivas y no a través de un megáfono.


Originales de las citas usadas
“nothing will ever be really different. I believe that. We have made our decisions, our lives have been set in motion, and they will go on and on until they stop.” (p. 223)
“But for some reason – who knows why we do what we do – his drinking picks up.” (p. 284)
“But now I don’t know what to believe in. I’m not complaining, simply stating a fact. I’m down to nothing. And I have to go on like this. No destiny. Just the next thing meaning whatever you think it does. Compulsion and error, just like everybody else.” (p. 461)
“he felt something come to an end.” (p. 331)
“Then he began to talk. They listened carefully.” (p. 405)
“Pretty soon you’ll start feeling bad again.” (p. 452-453)
“long, thick, creamy fingers” (p. 64)
“She sits on the sofa and draws her knees up to under her chin.” (p. 142)

sábado, 27 de agosto de 2016

Utopía conservadora


Mi amigo H. me regaló El despertar de la señorita Prim. Me llegó en una bolsa a mi oficina, con una tarjeta que decía "espero que te interese". El libro no me gustó, pero me interesó.
El despertar es, básicamente, una novela de ideas. Prudencia Prim, una joven moderna y ultra-capacitada, responde a un extraño pedido de empleo como bibliotecaria en un pueblo. El pueblo resulta ser San Irineo de Arnois, "una floreciente colonia de exiliados del mundo moderno en busca de una vida sencilla y rural." (p. 15) Los líderes de San Irineo son un viejo monje y el jefe de Prim, un erudito que educa a sus sobrinos en los clásicos y las viejas formas, y cuya biblioteca es tarea de Prim ordenar.
San Irineo es una utopía conservadora en el siglo XXI. "Una tranquila y pacífica comunidad de propietarios" (p 89) "cuyo objetivo es huir, literalmente, del dragón. Quieren proteger a sus hijos del influjo del mundo, volver a la pureza de costumbres, recuperar el esplendor de la vieja cultura." (p. 91) Gran parte de la discusión es en torno de la educación (los colegios se han transformado en "fábricas de indisciplina, criadores de monstruos ignorantes y maleducados." - p. 300) pero en el fondo es algo más profundo, es un enjuiciamiento de la modernidad y la defensa de una vida cristiana. Para San Irineo, la historia es "una inmensa cadena de errores repetidos a través de los siglos (...) adornados con distintos ropajes, ocultos tras diversas caretas, camuflados bajo una multitud de disfraces, siempre los mismos". (p. 304)
No me preocupa tanto la inconsistencia y la falta de verosimilitud del planteo (la supervivencia económica de San Irineo es difícil de creer pero de serlo sólo sería imposible porque hay modernidad) sino su parcialidad: en El despertar... nadie defiende a la modernidad, para lo cual podría hablarse de los avances de la ciencia, de la calidad de vida (medida por ejemplo en la expectativa de vida) y de la igualdad. Por eso el conflicto central de la novela, entre la modernidad de Prim y el apego de San Irineo a las viejas formas, tiene gusto a poco, empezando por el hecho de que su resolución ya está anunciada en el título del libro.
En cuanto a la forma, en la página 23 escribí en el margen "mucho adjetivo pero me gusta el ritmo". Para la página 102 ya había anotado "¡pará de adjetivar todo!" El ritmo no se pierde, y por eso llegué al final a pesar de la creciente irritación que me producía la forma y la defensa de esa "belleza que ya no existe" (p. 97) sin aceptar ni por un segundo los logros de la modernidad. Por algo los buenos vecinos de San Irineo se escribían cartas y no aparece en todo el libro ni una computadora ni un teléfono. 

miércoles, 10 de agosto de 2016

Liberación


¡Qué momento liberador cuando dejás ese libro que te está aburriendo! Venís luchando, porque te parece que tiene que ser que hay algo mal con vos, porque este autor es universal, o porque dicen los que saben que es un monstruo, que el libro es profundo o inspirador o genial o maravilloso o divertido pero vos no podés más. Y si estás en tu casa, antes que agarrar el libro ponés los Juegos Olímpicos (¡uh, están las chicas del nado sincronizado!, te decís) o te ponés a browsear en Netflix (donde nunca jamás encontrás realmente lo que estabas buscando) y si estás en el tren sacás el celular, o te ponés a ver qué está leyendo el flaco de al lado, o a mirar cómo se pinta la chica sentada en el asiento de la ventana, cualquier cosa menos leer este libro, pero le ponés huevo y de repente no sabés si el párrafo este ya lo leíste o no lo leíste. ¡Listo! ¡Dejalo! Liberate.
Eso me pasó la semana pasada con una colección de cuentos de Anton Chekhov, un consagrado, un grande pero, para mí, al menos la semana pasada, un embole. Porque eso también hay que tener en cuenta: quizás en dos meses lo agarrás de nuevo y lo amás, porque vos estás en otro lugar. En esa línea, lo peor que podés hacer es insistir, porque sólo vas a lograr agarrarle bronca. Y no quiero agarrarle bronca a Chekhov y sus cuentos sobre la vida rusa, sobre siervos y amos y la naturaleza, sobre cómo viaja la información dentro de una comunidad y sobre el tedio, el tedio matrimonial, el aburrimiento como fuente de todo tipo de problemas e historias.
Además, tiene cosas buenísimas, como esto de “La noche antes de Pascuas”: “Jerónimo tomó el cable con sus dos manos, se dobló en la forma de un signo de interrogación, y gimió.” (p. 8) O esto otro de “Sueños”: “El alma de otro hombre es como un bosque en penumbras.” (p. 66) Leí la historia de un viudo que intenta educar a su hijo, todo impotencia y desconocimiento. Leí “Champagne”, la historia de un hombre que equivocadamente cree que nada peor le puede suceder, y que tiene un tono notablemente moderno por todo lo que deja sin decir. (También suena moderna la interrupción del crítico dentro de un relato que se produce en “Muerte de un funcionario”: “Pero repentinamente (es común encontrar este ‘repentinamente’ en cuentos; los escritores tienen razón - la vida está llena de lo inesperado” - p. 71 - es difícil imaginar un autor del siglo XIX con algo así). Noté la incapacidad total de comunicación entre un simple hombre de campo que sacó una tuerca de las vías del tren para usar de plomada para pescar y el juez que ve en eso un sabotaje en “El malefactor”, similar a “Demasiado experimentado”, en el que un pasajero asustado se hace el malo para que el chofer no se anime a robarle y que de tanto hacerse el malo asusta al chofer, que sale corriendo y lo deja solo en el medio del bosque. Otra parejita de cuentos, tristísimos, son “El ajuar”, la historia de una familia que lucha por mantener su lugar social, concentrando todos sus esfuerzos en preparar un ajuar que nunca será usado; y “El pequeño Jack”, un aprendiz huérfano que vive en pésimas condiciones y le escribe una carta a su abuelo pidiendo que lo rescate y que antes de poner el sobre en el buzón escribe “Para mi abuelo en la aldea” (p. 62).
Para algunos, Chekhov es uno de los más grandes cuentistas de la historia y puede ser, pero casi nunca vale la pena insistir cuando el libro no te agarra del cogote y te dice leeme. Ya volverás a leerlo, si llega el momento. A veces nuestra propia alma lectora es también un poco un bosque en penumbras.

Originales de las citas usadas
“Jerome took the cable in both hands, bent himself in the form of a question mark, and gave a grunt.” (p. 8)
“The soul of another is a dark forest.” (p. 66)
“But suddenly (in stories one often finds this suddenly; authors are right - life is full of the unexpected)”. (p. 71)

miércoles, 3 de agosto de 2016

Desde el interés nacional


Leí La Argentina y el mundo. Claves para una integración exitosa, de mi amigo Francisco de Santibañes. El libro es una excelente reflexión sobre el escenario internacional que enfrenta la Argentina y la mejor manera de aprovecharlo para hacer un país grande y que sirva para todos los argentinos.
La principal virtud del libro es que, sin dejar de pensar el mundo tal como es, ancla el análisis desde el interés nacional. No desde lo que le conviene a China, a Estados Unidos, a Europa o a Brasil, sino a lo que nos conviene a nosotros. Más allá de que la definición del interés nacional pueda y deba estar siempre en discusión, el principal mérito de de Santibañes es plantarse desde ese lugar: y justamente ese es el cargo que le hace en términos generales a “la disciplina de las relaciones internacionales en Argentina”, que no se planteó “como cuestión central de análisis cuáles son nuestros intereses nacionales.” (p. 168)
El autor define el interés nacional con tres preceptos: “Es del interés nacional de la Argentina fomentar el fortalecimiento del sistema internacional, y en particular el proceso de integración económica” (p. 168), porque Argentina tiene para ganar con la globalización. “La Argentina debe mantener buenas relaciones con la mayor cantidad de países con los que esto sea posible” (p. 170), porque mayor integración son más oportunidades económicas y políticas. Y “es del interés nacional argentino preservar un elevado grado de autonomía, para lo cual tendremos que evitar involucrarnos en disputas globales que no reflejan nuestros intereses y oponernos al surgimiento de una potencia hegemónica regional.” (p. 170)
En definitiva, dice de Santibañes, con una buena estrategia internacional llevada adelante con paciencia y constancia, Argentina puede "jugar un rol relevante en el concierto de las naciones", lo cual es indispensable "para cumplir con el sueño de tener una nación grande y para todos." (p. 346-347) ¿Qué implica esa estrategia? Implica usar las herramientas del poder "duro" (poderío económico y militar) y "blando" para avanzar el interés nacional. Implica insertarse económicamente a partir de nuestras fortalezas. Implica generar instituciones para ser más predecibles para la inversión y para establecer sociedades comerciales y políticas.
En las últimas décadas, Argentina no avanzó en esa línea, en parte porque "la clase dirigente argentina no ha estado dispuesta a sostener una estrategia de inserción internacional ni las instituciones necesarias para llevarla adelante". (p. 344-345) Eso explica, en gran medida, las tres anomalías que de Santibañes describe en los últimos tres capítulos del libro: la debilidad del empresariado nacional; la debilidad de su sistema de defensa; y la brecha existente entre la retórica que defiende la necesidad de recuperar las Malvinas y el hecho de que "carecemos de una estrategia para recuperarlas". (p. 307)
Más allá de algunos matices o discrepancias en temas concretos, el libro expresa la visión de una parte importante de una nueva generación de argentinos que está más en contacto con el mundo y que quiere una Argentina competitiva y dinámica y que cree que sólo así es posible tener un país con menos pobreza y más oportunidades. Mi principal crítica es que, al poner tanto énfasis en la clase dirigente y en los especialistas en temas internacionales y estratégicos, termina restando el lugar a lo político. (Si no me equivoco, no se menciona ni una vez la palabra “peronismo”.) Como muestra no sólo el caso argentino sino el Brexit y el éxito de Donald Trump, para que esa visión se plasme en la realidad no alcanza con el convencimiento de una élite, sino que una parte cada vez más grande de la sociedad deberá creer en las bondades de la integración y en nuestra propia capacidad de competir en el mundo; o, en palabras de de Santibañes, "recuperar la confianza en nosotros mismos (...) y asumir el rol que está en nosotros jugar." (p. 346)

martes, 19 de julio de 2016

El gran matón


"El tiempo es un matón, ¿no?", le dice Bosco a Jules y Stephanie (p. 145); más tarde, Bennie le dice lo mismo a Scotty: "El tiempo es un matón, ¿no? ¿Vas a dejar que ese matón te mandonee?" (p. 370) El tiempo mandonea a todos los personajes de A visit from the goon squad, una extraña novela de Jennifer Egan (que se tradujo como El tiempo es un canalla y que yo hubiera traducido como El escuadrón de matones o Una visita de los matones: si la autora hubiera querido que la palabra tiempo estuviera en el título de esta novela sobre el tiempo la hubiera puesto ahí).
La novela está estructurada alrededor de dos personajes: Bennie, un productor discográfico, y Sasha, quien trabaja con Bennie durante unos diez años. Los trece capítulos del libro tienen como protagonistas a ellos o a personas ligadas con ellos (principalmente a la banda de punk de Bennie - The Flaming Dildos - y su grupo de amigos de los años setenta, y algo de los amigos y la familia de Sasha) y el texto avanza y retrocede en el tiempo, desde los años setenta a los 2020. Mientras nos cuenta estas historias Egan nos regala casi cincuenta años de vida social americana, con estos saltos temporales y geográficos, en un desorden casi perfecto.
Todos esos personajes se cruzan, aparecen y reaparecen más adelante y más atrás en el tiempo; les pasan cosas y los vemos en sus momentos de gloria o de tragedia, vemos a sus hijos y amigos. A veces, Egan te cuenta en un párrafo veinte años en la vida de un personaje secundario, como al pasar, en lo que parece casi una ironía a esos narradores que quieren narrarlo todo, con todos los detalles, como Franzen o Chabon. Esta novela es casi lo opuesto: trece capítulos que en algunos casos podrían ser cuentos auto-sostenidos; algunos en primera y otros en tercera persona, un excelente capítulo en segunda y hasta un capítulo escrito en formato de presentación de PowerPoint.
El tiempo es un matón: nos va a matar a todos y mientras tanto nos va mandoneando. Algunos de los personajes se dan más cuenta de los puntos de quiebre. Uno de ellos, Jules, escribe: "En qué momento preciso te inclinaste apenas, justo fuera de alineación con la vida relativamente normal que estabas disfrutando hasta ese momento, y te inclinaste infinitesimalmente hacia la izquierda o la derecha embarcándote así en la trayectoria que finalmente te depositó en tu paradero actual." (p. 198) Rob, por su parte, se pregunta si su vida hubiera sido distinta de haberse enganchado con Sasha: "Podrías haberte aferrado a Sasha y haberte convertido en alguien más normal a la vez, pero ni siquiera lo intentaste: dejaste pasar la única oportunidad que Dios tiró en tu camino, y ahora es demasiado tarde." (p. 225) Para otros es todo más gradual: "No sé qué es lo que me pasó", dice Alex al final, y Bennie le contesta "Creciste, Alex", "como todos los demás". (p. 378) Una utopía posible.
  
Originales de las citas usadas
"Time's a goon, right?" (p. 145)
"'Time's a goon, right? You gonna let that goon push you around?'" (p. 370).
"At what precise moment did you tip just slightly out of alignment with the relatively normal life you had been enjoying theretofore, cant infinitesimally to the left or the right and thus embark on the trajectory that ultimately deliverd you to your present whereabouts". (p. 198)
"You might have held on to Sasha and become normal at the same time, but you didn't even try - you gave up the one chance God threw your way, and now it's too late." (p. 225)
"'I don't know what happened to me.' (...)'You grew up, Alex'. he said, 'just like the rest of us'." (p. 378)

miércoles, 6 de julio de 2016

Más que una pionera


El año pasado armé una lista de lectura para unas mujeres que querían hacer un club de lectura; la consigna era nueve mujeres escritoras del siglo veinte y armé este equipo: Edith Wharton, Virginia Woolf, Flannery O'Connor, Sylvia Plath, Doris Lessing, Lorrie Moore, Toni Morrison, Alice Munro  y Claire Keegan. Entre otras, tuve que dejar afuera a Katherine Mansfield, que hubiera entrado en vez de Edith Wharton como bisagra entre los siglos diecinueve y veinte. Eso pensaba sin haber leído a ninguna de las dos: hoy, después de haber leído a Wharton y a Bliss and other stories, la primera de las colecciones de cuentos incluidas en los cuentos completos de Mansfield, me parece que hubiera elegido a esta última. 
Los personajes de Mansfield están atrapados por el corset de las normas sociales y ella lo muestra de una manera muy moderna: no lo cuenta, no lo explica, lo muestra. Generalmente son las mujeres las que están atrapadas y quieren escapar, como Bertha, la protagonista de "Bliss", que se pregunta "¿Para qué nos dan un cuerpo si tenés que mantenerlo encerrado en una caja como un violín raro, muy raro?" (p. 69); a veces, como en el cuento "Psychology", son los dos, un hombre y una mujer, los que están atrapados en una relación contenida por las formas establecidas por la sociedad: "¿Por qué simplemente no se entregaban - cedían - y veían que pasaría después?", se pregunta la mujer allí (p. 88) Pero también los varones, como el marido de "The man without a temperament", a quien vemos en todo el cuento cuidar de su mujer inválida hasta que el cuento termina así: "Se arrodilla. La besa. La arropa, le alisa la almohada. '¡Carajo!', susurra." (p. 111) O el Sr. Reginald Peacock, maestro de música de señoras que las ayuda con sus clases a escapar de sus vidas mientras él no puede escapar de la suya.
Además de esta cosa tan moderna de mostrar y no contar, que tampoco logra mantener todo el tiempo (no estamos frente a Carver), me llamó la atención el detalle y los sentidos, como en tres ejemplos del cuento "Prelude". En el primero, una chica que no quería que la vieran llorar "Se sentó con su cabeza gacha, y después de que la gota cayera lentamente la atrapó con una pequeña sacudida de su lengua antes de que ninguno de ellos la hubiera visto" (p. 7) El segundo es un ejemplo de los sonidos: "El reloj hacía tictac en el aire cálido, lento y deliberado, como el click de la aguja de tejer de una señora vieja." (p. 34) Y el tercero de olores: "Él parecía una torre al lado de ella, como un gigante, y olía a nueces y a cajas de madera nuevas." (p. 9)
Bliss and other stories es una muy linda colección de cuentos, por lo que el libro no va a la biblioteca sino que vuelve a la mesa de luz, para continuar con otra colección en un tiempo. Mansfield es más que una pionera, no se lee sólo por su lugar en el canon de la literatura.


Originales de las citas usadas
"Why didn't they just give way to it - yield - and see what would happen then?" (p. 88)
"He bends down. He kisses her. He tucks her in, he smoothes the pillow.
'Rot!' he whispers." (p. 111)
"She sat with her head bent, and as the tear dripped slowly down, she caught it with a neat little whisk of her tongue and ate it before any of them had seen." (p. 7)
"The clocked ticked in the warm air, slow and deliberate, like the click of an old woman's knitting needle". (p. 34)
"He towered besides her big as a giant and he smelled of nuts and new wooden boxes." (p. 9)
"Why be given a body if you have to keep it shut up in a case like a rare, rare fiddle?" (p. 69)

miércoles, 22 de junio de 2016

Brillante encierro



Dos hermanos rotos, Homer and Langley, uno ciego, el otro arruinado en la Primera Guerra Mundial, hijos de una importante familia de Nueva York, se van encerrando en la gran casa familiar en Quinta Avenida en esta sombría pero hermosa novela de E.L. Doctorow basada con licencias en hechos reales. (De Doctorow leí también The Book of Daniel.)
El hermano ciego, pianista, nos cuenta todo y, a través de este relato, nos cuenta medio siglo de Estados Unidos. Desde la mirada de este ciego y las opiniones cáusticas del hermano, dos representantes tardíos del siglo XIX, pasa la Primera Guerra Mundial que deja al hermano con problemas pulmonares víctima de un ataque con gas; la Gran Depresión ("nos distinguíamos, nosotros los hermanos quiero decir, por haber perdido una gran parte de nuestro dinero mucho antes del crack del mercado" - p. 62); el jazz traído por el hijo de la cocinera; la Segunda Guerra y el Holocausto (cuando se lo cuentan, dice Homer, "Yo no tenía duda de que lo que estaba diciendo era verdad, pero al mismo tiempo era tan impactante casi al punto de exigir que no fuera creído" - p. 93); Corea, Vietnam, los hippies, la llegada a la Luna y el rock ("músicos electrificados que se dan nombres existenciales y demandan grandes públicos de gente apenas menor que quieren ellos mismos salir y bombear sus pelvis y gritar y hacer vibrar su música ensordecedora a estadios repletos de idiotas" - p. 154).
Los hermanos comienzan su "abandono del mundo exterior" en parte porque "Ambos habíamos fracasado en nuestras relaciones con mujeres" (p. 76) Viven una vida cada vez más centrada en su casa, "como si nuestra casa no fuera nuestra casa sino un camino en el que Langley y yo estuviéramos viajando como peregrinos" (p. 112), pero viajando a ningún lado más que a la muerte. Como señala Homer, el narrador, al volver del entierro de la vieja mucama de la casa: "Sólo podía pensar en lo fácil que se muere la gente. Y después estaba este sentimiento que a uno le agarra en un trayecto al cementerio detrás de un cuerpo en un cajón - una impaciencia con los muertos, el deseo de estar de vuelta en casa donde uno podía seguir con la ilusión de que la condición permanente no es la muerte sino la vida diaria." (p. 67)
Abandonan cada vez más el mundo exterior intentando esconder su locura detrás de una filosofía: "Autosuficiencia, dijo Langley, citando al gran filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson. No necesitamos ayuda de nadie. Seguiremos nuestros propios consejos. Y nos defenderemos a nosotros mismos." (p. 127) Pero al final, ese camino termina en la impotencia: "la decadencia de una Casa, la Caída de una familia respetable, la vergüenza de toda esa historia por el hecho de que llevó hasta nosotros." (p. 177) Y aunque son seres humanos ciertamente particulares, llevan una carga que sin duda no es única: "Hay momentos en los que no puedo soportar esta conciencia implacable. Sólo se conoce a sí misma. Las imágenes de las cosas no son las cosas en sí mismas." (p. 207)
Más allá del permanente tono sombrío, de la tristeza cada vez mayor, Doctorow construye una voz notable. La prosa de Homer, un ciego escribiendo en una Smith-Corona con teclado Braille en esa casa cada vez más oscura y más llena de objetos que el hermano acumuló durante décadas, no pierde nunca la brillantez del siglo XIX y la curiosidad de un niño más allá de los 60 o los 70 años. En esa voz, en ese estilo sostenido, impotente y cálido y sombrío y brillante y humano, está toda la novela. 

Originales de las citas usadas
"we were distinguished, we two brothers I mean, in having lost a good deal of our money well before the market crash". (p. 62)
"I had no doubt that what he was saying was true, but it was at the same time so shocking as almost to demand not to be believed." (p. 93)
"It's electrified musicians who give themselves existential names and command huge audiences of slightly younger people who want themselves to go out and pump their pelvis and scream and twang their earsplitting music to stadiums full of idiots." (p. 154)
"this time marked the beginning of our abandonment of the outer world", in part because "Both of us had failed in our relations with women". (p. 76)
"as if our house were not our house but a road on which Langley and I were traveling like pilgrims." (p. 112)
"I could only think of how easily people die. And then there was that feeling one gets in a ride to a cemetery trailing a body in a coffin - an impatience with the dead, a longing to be back home where one could get on with the illusion that not death but daily life is the permanent condition." (p. 67)
"Self reliance, Langley said, quoting the great American philosopher Ralph Waldo Emerson. We don't need help from anyone. We will keep our own counsel. And defend ourselves." (p. 127)
"the decline of a House, the Fall of a reputable family, the shame of all that history in that it had led to us". (p. 177)
"There are moments when I cannot bear this unremitting consciousness. It knows only itself. The images of things are not the things in themselves." 207