¡Qué momento liberador cuando dejás ese libro
que te está aburriendo! Venís luchando, porque te parece que tiene que ser que
hay algo mal con vos, porque este autor es universal, o porque dicen los que
saben que es un monstruo, que el libro es profundo o inspirador o genial o
maravilloso o divertido pero vos no podés más. Y si estás en tu casa, antes que
agarrar el libro ponés los Juegos Olímpicos (¡uh, están las chicas del nado
sincronizado!, te decís) o te ponés a browsear en Netflix (donde nunca jamás encontrás
realmente lo que estabas buscando) y si estás en el tren sacás el celular, o te
ponés a ver qué está leyendo el flaco de al lado, o a mirar cómo se pinta la
chica sentada en el asiento de la ventana, cualquier cosa menos leer
este libro, pero le ponés huevo y de repente no sabés si el párrafo este ya lo
leíste o no lo leíste. ¡Listo! ¡Dejalo! Liberate.
Eso me pasó la semana pasada con una colección
de cuentos de Anton Chekhov, un consagrado, un grande pero, para mí, al menos
la semana pasada, un embole. Porque eso también hay que tener en cuenta: quizás
en dos meses lo agarrás de nuevo y lo amás, porque vos estás en otro lugar. En
esa línea, lo peor que podés hacer es insistir, porque sólo vas a lograr
agarrarle bronca. Y no quiero agarrarle bronca a Chekhov y sus cuentos sobre
la vida rusa, sobre siervos y amos y la naturaleza, sobre cómo viaja la
información dentro de una comunidad y sobre el tedio, el tedio matrimonial, el
aburrimiento como fuente de todo tipo de problemas e historias.
Además, tiene cosas buenísimas, como esto de “La
noche antes de Pascuas”: “Jerónimo tomó el cable con sus dos manos, se dobló en
la forma de un signo de interrogación, y gimió.” (p. 8) O esto otro de
“Sueños”: “El alma de otro hombre es como un bosque en penumbras.” (p. 66) Leí
la historia de un viudo que intenta educar a su hijo, todo impotencia y desconocimiento. Leí “Champagne”, la
historia de un hombre que equivocadamente cree que nada peor le puede suceder,
y que tiene un tono notablemente moderno por todo lo que deja sin decir.
(También suena moderna la interrupción del crítico dentro de un relato que se
produce en “Muerte de un funcionario”: “Pero repentinamente (es común encontrar
este ‘repentinamente’ en cuentos; los escritores tienen razón - la vida está
llena de lo inesperado” - p. 71 - es difícil imaginar un autor del siglo XIX con algo así). Noté la incapacidad total de comunicación
entre un simple hombre de campo que sacó una tuerca de las vías del tren para
usar de plomada para pescar y el juez que ve en eso un sabotaje en “El
malefactor”, similar a “Demasiado experimentado”, en el que un pasajero
asustado se hace el malo para que el chofer no se anime a robarle y que de
tanto hacerse el malo asusta al chofer, que sale corriendo y lo deja solo en el
medio del bosque. Otra parejita de cuentos, tristísimos, son “El ajuar”, la
historia de una familia que lucha por mantener su lugar social, concentrando
todos sus esfuerzos en preparar un ajuar que nunca será usado; y “El pequeño
Jack”, un aprendiz huérfano que vive en pésimas condiciones y le escribe una
carta a su abuelo pidiendo que lo rescate y que antes de poner el sobre en el
buzón escribe “Para mi abuelo en la aldea” (p. 62).
Para algunos, Chekhov es uno de los más grandes
cuentistas de la historia y puede ser, pero casi nunca vale la pena insistir
cuando el libro no te agarra del cogote y te dice leeme. Ya volverás a leerlo,
si llega el momento. A veces nuestra propia alma lectora es también un poco un
bosque en penumbras.
Originales de las citas usadas
“Jerome
took the cable in both hands, bent himself in the form of a question mark, and
gave a grunt.” (p. 8)
“The soul of another is a dark forest.” (p. 66)
“But
suddenly (in stories one often finds this suddenly; authors are right - life is
full of the unexpected)”. (p. 71)
No hay comentarios:
Publicar un comentario