miércoles, 10 de agosto de 2016

Liberación


¡Qué momento liberador cuando dejás ese libro que te está aburriendo! Venís luchando, porque te parece que tiene que ser que hay algo mal con vos, porque este autor es universal, o porque dicen los que saben que es un monstruo, que el libro es profundo o inspirador o genial o maravilloso o divertido pero vos no podés más. Y si estás en tu casa, antes que agarrar el libro ponés los Juegos Olímpicos (¡uh, están las chicas del nado sincronizado!, te decís) o te ponés a browsear en Netflix (donde nunca jamás encontrás realmente lo que estabas buscando) y si estás en el tren sacás el celular, o te ponés a ver qué está leyendo el flaco de al lado, o a mirar cómo se pinta la chica sentada en el asiento de la ventana, cualquier cosa menos leer este libro, pero le ponés huevo y de repente no sabés si el párrafo este ya lo leíste o no lo leíste. ¡Listo! ¡Dejalo! Liberate.
Eso me pasó la semana pasada con una colección de cuentos de Anton Chekhov, un consagrado, un grande pero, para mí, al menos la semana pasada, un embole. Porque eso también hay que tener en cuenta: quizás en dos meses lo agarrás de nuevo y lo amás, porque vos estás en otro lugar. En esa línea, lo peor que podés hacer es insistir, porque sólo vas a lograr agarrarle bronca. Y no quiero agarrarle bronca a Chekhov y sus cuentos sobre la vida rusa, sobre siervos y amos y la naturaleza, sobre cómo viaja la información dentro de una comunidad y sobre el tedio, el tedio matrimonial, el aburrimiento como fuente de todo tipo de problemas e historias.
Además, tiene cosas buenísimas, como esto de “La noche antes de Pascuas”: “Jerónimo tomó el cable con sus dos manos, se dobló en la forma de un signo de interrogación, y gimió.” (p. 8) O esto otro de “Sueños”: “El alma de otro hombre es como un bosque en penumbras.” (p. 66) Leí la historia de un viudo que intenta educar a su hijo, todo impotencia y desconocimiento. Leí “Champagne”, la historia de un hombre que equivocadamente cree que nada peor le puede suceder, y que tiene un tono notablemente moderno por todo lo que deja sin decir. (También suena moderna la interrupción del crítico dentro de un relato que se produce en “Muerte de un funcionario”: “Pero repentinamente (es común encontrar este ‘repentinamente’ en cuentos; los escritores tienen razón - la vida está llena de lo inesperado” - p. 71 - es difícil imaginar un autor del siglo XIX con algo así). Noté la incapacidad total de comunicación entre un simple hombre de campo que sacó una tuerca de las vías del tren para usar de plomada para pescar y el juez que ve en eso un sabotaje en “El malefactor”, similar a “Demasiado experimentado”, en el que un pasajero asustado se hace el malo para que el chofer no se anime a robarle y que de tanto hacerse el malo asusta al chofer, que sale corriendo y lo deja solo en el medio del bosque. Otra parejita de cuentos, tristísimos, son “El ajuar”, la historia de una familia que lucha por mantener su lugar social, concentrando todos sus esfuerzos en preparar un ajuar que nunca será usado; y “El pequeño Jack”, un aprendiz huérfano que vive en pésimas condiciones y le escribe una carta a su abuelo pidiendo que lo rescate y que antes de poner el sobre en el buzón escribe “Para mi abuelo en la aldea” (p. 62).
Para algunos, Chekhov es uno de los más grandes cuentistas de la historia y puede ser, pero casi nunca vale la pena insistir cuando el libro no te agarra del cogote y te dice leeme. Ya volverás a leerlo, si llega el momento. A veces nuestra propia alma lectora es también un poco un bosque en penumbras.

Originales de las citas usadas
“Jerome took the cable in both hands, bent himself in the form of a question mark, and gave a grunt.” (p. 8)
“The soul of another is a dark forest.” (p. 66)
“But suddenly (in stories one often finds this suddenly; authors are right - life is full of the unexpected)”. (p. 71)

No hay comentarios:

Publicar un comentario