Mi
amigo H. me regaló El despertar de la
señorita Prim. Me llegó en una bolsa a mi oficina, con una tarjeta que
decía "espero que te interese". El libro no me gustó, pero me
interesó.
El
despertar es, básicamente, una novela de ideas. Prudencia Prim, una joven
moderna y ultra-capacitada, responde a un extraño pedido de empleo como
bibliotecaria en un pueblo. El pueblo resulta ser San Irineo de Arnois, "una
floreciente colonia de exiliados del mundo moderno en busca de una vida
sencilla y rural." (p. 15) Los líderes de San Irineo son un viejo monje y
el jefe de Prim, un erudito que educa a sus sobrinos en los clásicos y las
viejas formas, y cuya biblioteca es tarea de Prim ordenar.
San
Irineo es una utopía conservadora en el siglo XXI. "Una tranquila y
pacífica comunidad de propietarios" (p 89) "cuyo objetivo es huir,
literalmente, del dragón. Quieren proteger a sus hijos del influjo del mundo,
volver a la pureza de costumbres, recuperar el esplendor de la vieja
cultura." (p. 91) Gran parte de la discusión es en torno de la educación (los
colegios se han transformado en "fábricas de indisciplina, criadores de
monstruos ignorantes y maleducados." - p. 300) pero en el fondo es algo
más profundo, es un enjuiciamiento de la modernidad y la defensa de una vida
cristiana. Para San Irineo, la historia es "una inmensa cadena de errores
repetidos a través de los siglos (...) adornados con distintos ropajes, ocultos
tras diversas caretas, camuflados bajo una multitud de disfraces, siempre los
mismos". (p. 304)
No
me preocupa tanto la inconsistencia y la falta de verosimilitud del planteo (la
supervivencia económica de San Irineo es difícil de creer pero de serlo sólo sería
imposible porque hay modernidad) sino su parcialidad: en El despertar... nadie defiende a la modernidad, para lo cual podría
hablarse de los avances de la ciencia, de la calidad de vida (medida por
ejemplo en la expectativa de vida) y de la igualdad. Por eso el conflicto
central de la novela, entre la modernidad de Prim y el apego de San Irineo a
las viejas formas, tiene gusto a poco, empezando por el hecho de que su resolución
ya está anunciada en el título del libro.
En
cuanto a la forma, en la página 23 escribí en el margen "mucho adjetivo
pero me gusta el ritmo". Para la página 102 ya había anotado "¡pará
de adjetivar todo!" El ritmo no se pierde, y por eso llegué al final a
pesar de la creciente irritación que me producía la forma y la defensa de esa "belleza
que ya no existe" (p. 97) sin aceptar ni por un segundo los logros de la
modernidad. Por algo los buenos vecinos de San Irineo se escribían cartas y no
aparece en todo el libro ni una computadora ni un teléfono.
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