sábado, 27 de agosto de 2016

Utopía conservadora


Mi amigo H. me regaló El despertar de la señorita Prim. Me llegó en una bolsa a mi oficina, con una tarjeta que decía "espero que te interese". El libro no me gustó, pero me interesó.
El despertar es, básicamente, una novela de ideas. Prudencia Prim, una joven moderna y ultra-capacitada, responde a un extraño pedido de empleo como bibliotecaria en un pueblo. El pueblo resulta ser San Irineo de Arnois, "una floreciente colonia de exiliados del mundo moderno en busca de una vida sencilla y rural." (p. 15) Los líderes de San Irineo son un viejo monje y el jefe de Prim, un erudito que educa a sus sobrinos en los clásicos y las viejas formas, y cuya biblioteca es tarea de Prim ordenar.
San Irineo es una utopía conservadora en el siglo XXI. "Una tranquila y pacífica comunidad de propietarios" (p 89) "cuyo objetivo es huir, literalmente, del dragón. Quieren proteger a sus hijos del influjo del mundo, volver a la pureza de costumbres, recuperar el esplendor de la vieja cultura." (p. 91) Gran parte de la discusión es en torno de la educación (los colegios se han transformado en "fábricas de indisciplina, criadores de monstruos ignorantes y maleducados." - p. 300) pero en el fondo es algo más profundo, es un enjuiciamiento de la modernidad y la defensa de una vida cristiana. Para San Irineo, la historia es "una inmensa cadena de errores repetidos a través de los siglos (...) adornados con distintos ropajes, ocultos tras diversas caretas, camuflados bajo una multitud de disfraces, siempre los mismos". (p. 304)
No me preocupa tanto la inconsistencia y la falta de verosimilitud del planteo (la supervivencia económica de San Irineo es difícil de creer pero de serlo sólo sería imposible porque hay modernidad) sino su parcialidad: en El despertar... nadie defiende a la modernidad, para lo cual podría hablarse de los avances de la ciencia, de la calidad de vida (medida por ejemplo en la expectativa de vida) y de la igualdad. Por eso el conflicto central de la novela, entre la modernidad de Prim y el apego de San Irineo a las viejas formas, tiene gusto a poco, empezando por el hecho de que su resolución ya está anunciada en el título del libro.
En cuanto a la forma, en la página 23 escribí en el margen "mucho adjetivo pero me gusta el ritmo". Para la página 102 ya había anotado "¡pará de adjetivar todo!" El ritmo no se pierde, y por eso llegué al final a pesar de la creciente irritación que me producía la forma y la defensa de esa "belleza que ya no existe" (p. 97) sin aceptar ni por un segundo los logros de la modernidad. Por algo los buenos vecinos de San Irineo se escribían cartas y no aparece en todo el libro ni una computadora ni un teléfono. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario