lunes, 12 de noviembre de 2018

Nace un gigante



Después de saltearme el volumen de 1896-1929, el período que probablemente más me interesa, porque el libro todavía no se publicó, seguí con el proyecto de leer la Oxford History de EE.UU. completa con Freedom from Fear: The American People in Depression and War, 1929-1945, de David M. Kennedy. Es, sin duda, un esfuerzo monumental, por la magnitud de los cambios ocurridos y porque hacia el final del período EE.UU. pasa a tomar una escala global que no tenía al comienzo. A diferencia de muchos de los otros volúmenes, a este le faltó un poco más de historia “desde abajo”: es una historia escrita mucho más desde los líderes, quizás en parte por la naturaleza de los problemas y en otra parte porque sabemos más de esas historias que lo que sabemos de la gente de, por ejemplo, 1776. Digo, cualquiera de nosotros tiene más información de lo que vivió un soldado americano en la segunda guerra que en la guerra civil a través del cine, la literatura, etc.
El primer tema que quiero destacar es el de la centralidad de la primera guerra mundial como nudo explicativo de todo lo que vendría después. El ascenso de Hitler, Mussolini e incluso de Stalin y la búsqueda de revancha de Alemania y, así, el surgimiento de la segunda guerra, son consecuencia directa de la primera. (De hecho, el libro empieza contando en qué andaban al final de la primera guerra los personajes principales de la segunda: Hitler, Churchill, Stalin y Roosevelt.) También explica, en parte, la búsqueda de expansión de Japón y su deseo de una “Asia para los asiáticos” y, así, de la guerra del Pacífico, que fue “una guerra en paralelo, peleada en simultáneo con el conflicto en Europa pero casi nunca tocándolo de manera directa.” (p. 809) La primera guerra también está involucrada causalmente con el surgimiento de la Depresión a través del problema de las reparaciones alemanas y de las deudas de los aliados.
En segundo lugar, el libro me sirvió para terminar con dos mitos. El primero es el del New Deal. Lo que yo tenía en la cabeza era algo así: que había sido un programa más o menos consciente en línea con el por entonces novedoso keynesianismo y que su aplicación más o menos metódica sacó a Estados Unidos de la Depresión. Pues ni uno ni lo otro; ni fue tan consciente ni fue exitoso en terminar con la Depresión, cosa que ocurrió sólo con el advenimiento de la guerra en la medida en que los recursos económicos de EE.UU. se ponían en marcha para convertirse en el “arsenal de la democracia”.
La Depresión fue pavorosa: “En 1933 el producto bruto nacional había caído a la mitad de su nivel de 1929” (p. 163). Eso generó una miseria nunca antes ni después vista en EE.UU., capturada notablemente por Lorena Hickok en reportes al gobierno y a Eleanor Roosevelt. “La nación más rica de la historia, la altiva ciudadela de la eficiencia capitalista, que hacía sólo cuatro años era el modelo de una prosperidad aparentemente perpetua, la tierra del orgullo de los peregrinos, de sueños de inmigrantes y fronteras invitantes, EE.UU. yacía tensa e inmóvil, un páramo de devastación económica.” (p. 133) La respuesta, sin embargo, no fue monolítica; de hecho, en 1938, ya en la segunda presidencia de Roosevelt, todavía había un debate dentro del gobierno entre los “equilibradores del presupuesto contra los gastadores, los conciliadores con las empresas y generadores de confianza contra los reguladores y anti-monopolistas.” (p. 356)
El New Deal tenía tres objetivos más o menos alineados y en conflicto: “reforma social, realineamiento político y recuperación económica”. (p. 117) El New Deal fue casi nada exitoso en la recuperación económica; algo exitoso en el realineamiento político, en el sentido que potenció a los sindicatos y los asoció al partido Demócrata, pero sin lograr desplazar dentro del partido a los conservadores del Sur. Y, sobre todo, fue muy exitoso en la reforma social a través, fundamentalmente, de la Social Security Act de 1935, pero también por un conjunto de regulaciones que darían más seguridad y equidad al funcionamiento del capitalismo. “El patrón se puede resumir en una sola palabra: seguridad - seguridad para individuos vulnerables (...) para capitalistas y consumidores, para trabajadores y empleadores, para grandes empresas y granjas y propietarios y banqueros y constructores también.” (p. 365)
El segundo mito fue el de la segunda como “la guerra buena”. Sin duda, fue “buena” en el sentido de que del otro lado estaba Hitler. Y fue “buena” para EE.UU. en tanto, a su fin, quedaba como única gran potencia y con el campo abierto para una prosperidad de años para su gente. Mientras el resto de las poblaciones civiles de los países beligerantes sufrían, “La mayoría de los americanos nunca habían estado tan bien” (p. 646); al terminar la guerra EE.UU. tenía más o menos la mitad de la capacidad industrial del mundo, producía más del doble del petróleo que el resto del mundo combinado y mucho más (l. 14678); y a la salida de la guerra comenzaría un notable proceso de crecimiento. Todo eso es cierto, pero los americanos, dice Kennedy, también prefirieron pensar en “la guerra buena” y olvidarse un poco de lo otro. De lo que tardaron en oponerse a Hitler y de lo poco que colaboraron con los judíos; de cómo pusieron material a disposición de la guerra mientras Rusia ponía millones de muertos; de la bestialidad que supieron adoptar en la guerra del Pacífico, que pusieron a miles de ciudadanos americanos de origen japonés en campos de concentración y que pelearon segregando a los negros; de cómo “mancillaron los estándares morales de su nación con los bombardeos terroristas en los últimos meses de la guerra (...) [y con] la incineración de cientos de miles de japoneses ya derrotados, primero en ataques incendiarios y después con explosiones nucleares”. (l. 14660)
Finalmente, dos grandes consecuencias adicionales del período para EE.UU., relacionadas entre sí. Una es la ganancia de importancia del estado federal en la vida económica, política y social. Si al principio del período el gobierno federal era “un cuerpo distante, tenue y sin movimiento en el firmamento político” (p. 30), desde el New Deal “los americanos comenzaron a suponer que el gobierno federal no tenía sólo un papel, sino una responsabilidad importante, en asegurar la salud de la economía y el bienestar de los ciudadanos.” (p. 377) Ese hecho, traído por la Depresión y el New Deal, se agigantó con la necesaria centralización durante la guerra. Y se prolongó después en la medida que ocurrió el segundo gran cambio: el fin del tradicional aislamiento internacional de EE.UU. Para Kennedy, ese aislacionismo es una de las causas de la guerra: Alemania, Italia y Japón podrían haber sido detenidos antes y con menos sufrimiento con otra política exterior, pero eso era (¿prácticamente?) imposible dado el aislacionismo general de la sociedad americana y de su dirigencia, que hasta Pearl Harbour le ataba las manos al presidente para actuar. En 1918, el Congreso vetó el ingreso de EE.UU. a la Liga de las Naciones propuesta por Woodrow WIlson. En 1945, en cambio, EE.UU. no se retiraría del mundo, ni lo haría, por lo menos, hasta ahora.

Originales de las citas usadas 
“The Pacific War was a parallel war, fought simultaneously with the conflict in Europe but almost never touching it directly.” (p. 809)
“Gross national product had fallen by 1933 to half its 1929 level.” (p. 163)
“History's wealthiest nation, the haughty citadel of capitalist efficiency, only four years earlier a model of apparently everlasting prosperity, land of the pilgrims' pride, of immigrant dreams and beckoning frontiers, America lay tense and still, a wasteland of economic devastation. (p. 133)
“For nearly five more months the debate within the administration churned on, pitting budget-balancers against spenders, business conciliators and confidence-builders against regulators and trust-busters.” (p. 356)
“these three purposes—social reform, political realignment, and economic recovery—flowed and counterflowed through the entire history of the New Deal.” (p. 117)
“That pattern can be summarized in a single word: security—security for vulnerable individuals, to be sure, as Roosevelt famously urged in his campaign for the Social Security Act of 1935, but security for capitalists and consumers, for workers and employers, for corporations and farms and homeowners and bankers and builders as well.” (p. 365)
“Most Americans had never had it so good.” (p. 646)
“on how they had sullied their nation’s moral standards with terror bombing in the closing months of the war (…) the incineration of hundreds of thousands of already defeated Japanese, first by fire raids, the by nuclear blast”. (l. 14660)
“a general unconcern in American culture for the federal government, which remained a distant, dim, and motionless body in the political firmament.” (p. 30)
“ever after, Americans assumed that the federal government had not merely a role, but a major responsibility, in ensuring the health of the economy and the welfare of citizens. That simple but momentous shift in perception was the newest thing in all the New Deal, and the most consequential too.” (p. 377)

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