Después de saltearme
el volumen de 1896-1929, el período que probablemente más me interesa, porque
el libro todavía no se publicó, seguí con el proyecto de leer la Oxford History
de EE.UU. completa con Freedom from Fear: The American People in Depression
and War, 1929-1945, de David M. Kennedy. Es, sin duda, un esfuerzo monumental,
por la magnitud de los cambios ocurridos y porque hacia el final del período
EE.UU. pasa a tomar una escala global que no tenía al comienzo. A diferencia de
muchos de los otros volúmenes, a este le faltó un poco más de historia “desde
abajo”: es una historia escrita mucho más desde los líderes, quizás en parte
por la naturaleza de los problemas y en otra parte porque sabemos más de esas
historias que lo que sabemos de la gente de, por ejemplo, 1776. Digo,
cualquiera de nosotros tiene más información de lo que vivió un soldado
americano en la segunda guerra que en la guerra civil a través del cine, la literatura,
etc.
El primer tema que
quiero destacar es el de la centralidad de la primera guerra mundial como nudo
explicativo de todo lo que vendría después. El ascenso de Hitler, Mussolini e
incluso de Stalin y la búsqueda de revancha de Alemania y, así, el surgimiento
de la segunda guerra, son consecuencia directa de la primera. (De hecho, el
libro empieza contando en qué andaban al final de la primera guerra los
personajes principales de la segunda: Hitler, Churchill, Stalin y Roosevelt.)
También explica, en parte, la búsqueda de expansión de Japón y su deseo de una
“Asia para los asiáticos” y, así, de la guerra del Pacífico, que fue “una
guerra en paralelo, peleada en simultáneo con el conflicto en Europa pero casi
nunca tocándolo de manera directa.” (p. 809) La primera guerra también está
involucrada causalmente con el surgimiento de la Depresión a través del
problema de las reparaciones alemanas y de las deudas de los aliados.
En segundo lugar, el
libro me sirvió para terminar con dos mitos. El primero es el del New Deal. Lo
que yo tenía en la cabeza era algo así: que había sido un programa más o menos
consciente en línea con el por entonces novedoso keynesianismo y que su
aplicación más o menos metódica sacó a Estados Unidos de la Depresión. Pues ni
uno ni lo otro; ni fue tan consciente ni fue exitoso en terminar con la Depresión,
cosa que ocurrió sólo con el advenimiento de la guerra en la medida en que los
recursos económicos de EE.UU. se ponían en marcha para convertirse en el
“arsenal de la democracia”.
La Depresión fue
pavorosa: “En 1933 el producto bruto nacional había caído a la mitad de su
nivel de 1929” (p. 163). Eso generó una miseria nunca antes ni después vista en
EE.UU., capturada notablemente por Lorena Hickok en reportes al gobierno y a Eleanor
Roosevelt. “La nación más rica de la historia, la altiva ciudadela de la
eficiencia capitalista, que hacía sólo cuatro años era el modelo de una
prosperidad aparentemente perpetua, la tierra del orgullo de los peregrinos, de
sueños de inmigrantes y fronteras invitantes, EE.UU. yacía tensa e inmóvil, un
páramo de devastación económica.” (p. 133) La respuesta, sin embargo, no fue
monolítica; de hecho, en 1938, ya en la segunda presidencia de Roosevelt,
todavía había un debate dentro del gobierno entre los “equilibradores del
presupuesto contra los gastadores, los conciliadores con las empresas y
generadores de confianza contra los reguladores y anti-monopolistas.” (p. 356)
El New Deal tenía
tres objetivos más o menos alineados y en conflicto: “reforma social,
realineamiento político y recuperación económica”. (p. 117) El New Deal fue
casi nada exitoso en la recuperación económica; algo exitoso en el
realineamiento político, en el sentido que potenció a los sindicatos y los
asoció al partido Demócrata, pero sin lograr desplazar dentro del partido a los
conservadores del Sur. Y, sobre todo, fue muy exitoso en la reforma social a
través, fundamentalmente, de la Social Security Act de 1935, pero también por
un conjunto de regulaciones que darían más seguridad y equidad al
funcionamiento del capitalismo. “El patrón se puede resumir en una sola
palabra: seguridad - seguridad para individuos vulnerables (...) para
capitalistas y consumidores, para trabajadores y empleadores, para grandes
empresas y granjas y propietarios y banqueros y constructores también.” (p.
365)
El segundo mito fue
el de la segunda como “la guerra buena”. Sin duda, fue “buena” en el sentido de
que del otro lado estaba Hitler. Y fue “buena” para EE.UU. en tanto, a su fin,
quedaba como única gran potencia y con el campo abierto para una prosperidad de
años para su gente. Mientras el resto de las poblaciones civiles de los países
beligerantes sufrían, “La mayoría de los americanos nunca habían estado tan
bien” (p. 646); al terminar la guerra EE.UU. tenía más o menos la mitad de la
capacidad industrial del mundo, producía más del doble del petróleo que el
resto del mundo combinado y mucho más (l. 14678); y a la salida de la guerra
comenzaría un notable proceso de crecimiento. Todo eso es cierto, pero los
americanos, dice Kennedy, también prefirieron pensar en “la guerra buena” y
olvidarse un poco de lo otro. De lo que tardaron en oponerse a Hitler y de lo
poco que colaboraron con los judíos; de cómo pusieron material a disposición de
la guerra mientras Rusia ponía millones de muertos; de la bestialidad que
supieron adoptar en la guerra del Pacífico, que pusieron a miles de ciudadanos
americanos de origen japonés en campos de concentración y que pelearon
segregando a los negros; de cómo “mancillaron los estándares morales de su
nación con los bombardeos terroristas en los últimos meses de la guerra (...)
[y con] la incineración de cientos de miles de japoneses ya derrotados, primero
en ataques incendiarios y después con explosiones nucleares”. (l. 14660)
Finalmente, dos grandes
consecuencias adicionales del período para EE.UU., relacionadas entre sí. Una
es la ganancia de importancia del estado federal en la vida económica, política
y social. Si al principio del período el gobierno federal era “un cuerpo
distante, tenue y sin movimiento en el firmamento político” (p. 30), desde el
New Deal “los americanos comenzaron a suponer que el gobierno federal no tenía
sólo un papel, sino una responsabilidad importante, en asegurar la salud de la
economía y el bienestar de los ciudadanos.” (p. 377) Ese hecho, traído por la Depresión
y el New Deal, se agigantó con la necesaria centralización durante la guerra. Y
se prolongó después en la medida que ocurrió el segundo gran cambio: el fin del
tradicional aislamiento internacional de EE.UU. Para Kennedy, ese aislacionismo
es una de las causas de la guerra: Alemania, Italia y Japón podrían haber sido
detenidos antes y con menos sufrimiento con otra política exterior, pero eso
era (¿prácticamente?) imposible dado el aislacionismo general de la sociedad americana y de su
dirigencia, que hasta Pearl Harbour le ataba las manos al presidente para
actuar. En 1918, el Congreso vetó el ingreso de EE.UU. a la Liga de las
Naciones propuesta por Woodrow WIlson. En 1945, en cambio, EE.UU. no se
retiraría del mundo, ni lo haría, por lo menos, hasta ahora.
“The Pacific War was a parallel war, fought
simultaneously with the conflict in Europe but almost never touching it
directly.” (p. 809)
“Gross national product had fallen by 1933 to half its
1929 level.” (p. 163)
“History's wealthiest nation, the haughty citadel of
capitalist efficiency, only four years earlier a model of apparently
everlasting prosperity, land of the pilgrims' pride, of immigrant dreams and
beckoning frontiers, America lay tense and still, a wasteland of economic
devastation. (p. 133)
“For nearly five more months the debate within the
administration churned on, pitting budget-balancers against spenders, business
conciliators and confidence-builders against regulators and trust-busters.” (p.
356)
“these three purposes—social reform, political
realignment, and economic recovery—flowed and counterflowed through the entire
history of the New Deal.” (p. 117)
“That pattern can be summarized in a single word:
security—security for vulnerable individuals, to be sure, as Roosevelt famously
urged in his campaign for the Social Security Act of 1935, but security for
capitalists and consumers, for workers and employers, for corporations and
farms and homeowners and bankers and builders as well.” (p. 365)
“Most Americans had never had it so good.” (p. 646)
“on how they had sullied their nation’s moral
standards with terror bombing in the closing months of the war (…) the incineration
of hundreds of thousands of already defeated Japanese, first by fire raids, the
by nuclear blast”. (l. 14660)
“a general unconcern in American culture for the
federal government, which remained a distant, dim, and motionless body in the
political firmament.” (p. 30)
“ever after, Americans assumed that the federal
government had not merely a role, but a major responsibility, in ensuring the
health of the economy and the welfare of citizens. That simple but momentous
shift in perception was the newest thing in all the New Deal, and the most
consequential too.” (p.
377)
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