Me regalaron La
mitad de la verdad, una novela policial polaca, escrita por un señor cuyo
nombre no puedo escribir - Zygmunt Miloszewski pero con una especie de tilde
cruzando la l de Miloszewski - y traducido por un señor que imagino español,
Francisco Javier Villaverde González. No dudo de la capacidad del señor
Villaverde González ni de la del señor Milszewski con l con tilde, pero no
pude, no pude, no pude ni por un segundo imaginarme que eso que sonaba tan
jodidamente español estuviera ocurriendo en Polonia; ni pude saber si las
referencias geográficas polacas tenían algún significado ulterior; ni logré que
me interesaran las referencias culturales
polacas incluidas en las notas del traductor.
Hay cosas intraducibles. O, más bien, todo es intraducible pero hay algunas
a las que llegamos aunque sea a través de un puente estrecho y sabiendo que
perdemos cosas en el camino; la traducción es cruzar un puente colgante de una montaña a otra con bolsos y mochilas y cajas de significados en nuestras
espaldas, y algunos bártulos se caen de ese puente colgante hacia una quebrada
sin fin pero a veces algo llega. Hace poco me cargaron porque dije en Twitter que no puedo ver series o
películas en idiomas que me son totalmente ajenos: en español e inglés me
manejo perfecto; en francés, italiano, portugués, entiendo algunas palabras y
logro oler un poco las emociones por los sonidos; del alemán o el croata no me
llega nada, nada. Mi aprendizaje de La mitad de la verdad, la verdad que saco de ahí habiendo leyendo dos
capítulos, es que cuando me regalan estas cosas debo cambiarlas.
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