miércoles, 21 de agosto de 2019

En el mismo laberinto



Leí, poco antes de las elecciones primarias del 11 de agosto, la reedición de Los deseos imaginarios del peronismo de Juan José Sebreli. Y vale la pena la aclaración porque ya en el prólogo el autor afirma que espera que el libro “contribuya, a su manera, a la batalla cultural siempre oscilante e inconclusa, entre la democracia republicana y la libertad de los ciudadanos, contra el populismo irracional autoritario (...) En las elecciones de 2019 no se trata tan sólo de un cambio de hombres, ni siquiera de partidos; se trata de un punto nodal, del pasaje crucial de un sistema político, social, económico y ético regido por el estatismo antidemocrático y aislado del mundo, en dirección de una república integrada al mundo democrático.” (l. 44-50)
El libro tiene las ventajas y las desventajas de un planteo simple. El autor pasa por definir ciertas categorías de regímenes políticos y luego busca encasillar al peronismo en alguna de esas categorías. “Los regímenes que por apartarse de la democracia parlamentaria, característica de las sociedades capitalistas “normales”, se han dado en llamar “Estado de excepción”, pueden clasificarse en tres tipos: dictadura militar tradicional, bonapartismo y fascismo.” (l. 288-290) “No hay una contraposición excluyente entre bonapartismo y fascismo. El bonapartismo es una forma atenuada del fascismo, y el fascismo, una exacerbación del bonapartismo. Si bien no todo bonapartismo es fascismo, siempre hay en él gérmenes de fascismo. El peronismo participó en realidad de los tres tipos del Estado de excepción, surgió como una dictadura militar de corte clásico, derivó hacia el bonapartismo, aspiró siempre a ser un fascismo y realizó la mayor cantidad de fascismo que le permitieron la sociedad argentina y la época en que le tocó actuar.” (l. 346-350)
La otra simplificación es que, siguiendo una perspectiva marxista, los actores son actores colectivos, las clases sociales o determinadas corporaciones, y las personas, incluso las que lideran, son secundarias. “En los años 1943-1945 (...) La dictadura militar bonapartista-fascista estaba en el aire y Perón no hizo sino ocupar un lugar preexistente y no creado por él. La historia no es, como pretenden los ideólogos del bonapartismo, el producto de la acción extraordinaria del Grande Hombre, el hombre del destino, el superhombre, el genio individual, la personalidad creadora, el salvador supremo. Por el contrario, muy frecuentemente los conductores de pueblos son personajes insignificantes. La biografía de Perón lo muestra como un pequeñoburgués diletante, de vida sedentaria y mediocre hasta los cincuenta años, de ideas simples y estereotipadas y de gustos vulgares (...) La relación entre el personaje y la circunstancia histórica es sumamente compleja, porque en la historia la necesidad está indisolublemente ligada al azar.” (l. 459-471)
Para decirlo en pocas palabras, el peronismo sería un fascismo en el sentido de ser un movimiento conservador de masas, un mecanismo por el cual se moviliza a las masas para preservar a la burguesía de la verdadera revolución proletaria. “El papel doble jugado por el bonapartismo peronista consistía en presentarse a la clase trabajadora como portavoz de sus reclamos a la burguesía, haciéndole sentir a ésta la presión de las masas detrás de ella, pero a la vez ofrecerse a la burguesía como el único capacitado para frenar a las masas y evitar el desborde, y, por lo tanto, el verdadero protector de las clases burguesas contra las masas, como el defensor del capitalismo ante la posible revolución social”. (l. 720-724) Y para ello el peronismo habría adoptado, hasta donde pudo, las características del “fascismo clásico (...): apoyo y movilización de masas, formación de una elite del poder compuesta en gran parte por marginales, creación de una ideología nueva aparentemente opuesta a la tradicional, intento de estructurar un Estado totalitario alrededor del partido único y del jefe carismático.” (l. 1119-1122)
El resultado fue una transformación radical de la economía y la sociedad argentinas (que se explica muy bien en La larga agonía de laArgentina peronista de Tulio Halperín Donghi). “Las causas de la crisis económica estructural a partir del peronismo deben buscarse no, como gusta la derecha, en el obrerismo —al fin el distribucionismo fue frenado ya en 1949— sino en la protección a esa pequeña y mediana burguesía industrial. El predominio de la industria ligera sobre la pesada, de la industria de bienes de consumo sobre la generadora de bienes de producción, del mercado interno sobre el comercio exterior, provocó el desequilibrio permanente de la balanza de pagos, la escasez de divisas, la inflación, lo que trajo a su vez la incapacidad para importar bienes de capital, maquinarias y equipos. El rezago tecnológico y los altos costos de la producción impedirían a la industria argentina elaborar bienes exportables, competir en el mercado internacional, subordinándola cada vez más a la sobreprotección del Estado —créditos, exención de impuestos, barreras aduaneras— y, lo que resulta paradójico, haciéndola dependiente de las exportaciones agropecuarias, que se habían desalentado para beneficiar a los industriales.” (l. 2751-58)
El cambio excede lo sociológico: “La historia argentina del último medio siglo, donde los débiles y vacilantes regímenes democráticos fueron esporádicos y fugaces, siendo el resto dictaduras reaccionarias surgidas de golpes militares o regímenes semifascistas plebiscitados, nos permite definir a la Argentina como una sociedad política autoritaria con fuertes tendencias al totalitarismo que forma a una sociedad civil sumisa y conformista, acostumbrada a que le den órdenes y decidan por ella, y a la vez plena de odio y fanatismo, proclive a estallidos de violencia irracional.” (l. 3860-3865) Por eso el desafío de fondo es tan complejo, porque se trata de “democratizar una sociedad que desde hace décadas es esencialmente antidemocrática” (l. 4119-4120) Para el autor, seguramente, el primer paso electoral de 2019 no es alentador en este “momento crucial en la historia argentina” en la que se produce “una nueva confrontación entre la república democrática y el paso a un régimen autoritario con visos totalitarios.” (l. 4366-4367)

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