lunes, 16 de enero de 2023

El arte de injuriar

 


Leí Textos cautivos, recopilación de textos publicados por Jorge Luis Borges entre 1936 y 1940 en El Hogar. Lo leí un poco porque sigo queriendo leer todas las obras completas y ya estoy cerca, otro poco pensando que alguna cosa puede quedar para más adelante, como una inversión de conocimiento, un poco aburriéndome y otro poco con alegría. Pero igual hago algunos comentarios generales.

El primero es que las opiniones políticas en sentido amplio de Borges han envejecido muy bien. Acá lo vemos una vez más del lado de la civilización y contra el nazismo, mofándose del antisemitismo y denigrando al germanófilo local, que tiene una “ignorancia plenaria de lo germánico” y que es otra cosa: “el germanófilo es realmente un anglófobo” (p. 452). E incluso lo vemos con posturas de igualdad no impostada en cuestiones de género y raciales que casi podríamos llamar “anti-woke”. Por ejemplo, sobre Santa Juana de Arco de Victoria Sackville-West dice: “Hay, eso sí, una carencia total de sensiblería: carencia natural en una mujer que habla de otra mujer, sin las supersticiones que tiene el hombre.” (p. 235). Y de “la literatura negra” dice que “adolece de una contradicción que es inevitable. El propósito de esa literatura es demostrar la insensatez de todos los prejuicios raciales, y sin embargo no hace otra cosa que repetir que es negra: es decir, que acentuar la diferencia que está negando” (p. 266).

El segundo comentario es sobre el arte de injuriar. Borges lleva aquí este arte a niveles de preciosismo pocas veces visto. Van ejemplos, algunos más irónicos, otros directamente violentos.

·       Sobre Eden Phillpotts: “A los dieciocho años fue a Londres. Tenía la esperanza y la voluntad de ser un gran actor. El público logró disuadirlo” (p. 282).

·       Sobre S. S. Van Dine: “El universo había examinado esas obras con más resignación que entusiasmo. A juzgar por los atolondrados fragmentos que sobreviven incrustados en sus novelas, el universo tenía toda razón…” (p. 302).

·       Dice de algunos poemas de T. S. Eliot que fueron “perpetrados en un francés desvalido” (p. 305).

·       Sobre How to write novels de Nigel Morland: “El texto, empero, es fácilmente reducible a tres elementos: el plagio, la perogrullada, el error absoluto” (p. 317).

·       “lo primero que llama la atención en la obra de Cummings (...) son las travesuras tipográficas (...) Lo primero, y muchas veces lo único” (p. 321).

·       “Que un hombre que se llamó Doménico Theotocópuli, que se educó en Italia y a quien los toledanos siempre le dijeron el Griego, sea (unos cuatro siglos después) pretexto de variadas efusiones sobre la raza hispana, es un hecho humorístico y misterioso” (p. 409).

·       “Dorothy Sayers suele compensar con excelentes antologías la publicación de novelas imperdonables. Ahora, sin embargo, parece haber extendido a otros escritores la culpable indulgencia que antes guardaba para uso particular” (p. 426).

Tercero, sobre las gustaciones de Borges por aquellos años. Habla particularmente bien de Virgina Woolf, de John Steinbeck, de Alfred Döblin (?), de Graham Greene, pero sobre todo de William Faulkner, en cuyas novelas “uno a veces no sabe lo que sucede, pero uno sabe que lo que sucede es terrible” (p. 233). A Faulkner, como a Conrad, “le interesaron por igual los procedimientos de la novela y el destino y el carácter de las personas. (...) le infunde una intensidad que es casi intolerable. Una infinita descomposición y negra carnalidad hay en este libro de Faulkner. ¡Absalom, Absalom! es equiparable a El sonido y la furia. No sé de un elogio mayor” (p. 255). Dice de The Unvanquished: “Hay libros que nos tocan físicamente, como la cercanía del mar o de la mañana. Este –para mí– es uno de ellos.” (p. 383). Y de un libro suyo que evidentemente no le gustó dice: “Es verosímil la afirmación de que William Faulkner es el primer novelista de nuestro tiempo. Para trabar conocimiento con él, la menos apta de sus obras me parece The Wild Palms, pero incluye (como todos los libros de Faulkner) páginas de una intensidad que notoriamente excede las posibilidades de cualquier otro autor” (p. 441).

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