Leí Textos cautivos, recopilación de textos publicados por Jorge Luis
Borges entre 1936 y 1940 en El Hogar.
Lo leí un poco porque sigo queriendo leer todas las obras completas y ya estoy
cerca, otro poco pensando que alguna cosa puede quedar para más adelante, como
una inversión de conocimiento, un poco aburriéndome y otro poco con alegría.
Pero igual hago algunos comentarios generales.
El primero es que las
opiniones políticas en sentido amplio de Borges han envejecido muy bien. Acá lo
vemos una vez más del lado de la civilización y contra el nazismo, mofándose
del antisemitismo y denigrando al germanófilo local, que tiene una “ignorancia
plenaria de lo germánico” y que es otra cosa: “el germanófilo es realmente un
anglófobo” (p. 452). E incluso lo vemos con posturas de igualdad no impostada
en cuestiones de género y raciales que casi podríamos llamar “anti-woke”. Por
ejemplo, sobre Santa Juana de Arco de
Victoria Sackville-West dice: “Hay, eso sí, una carencia total de sensiblería:
carencia natural en una mujer que habla de otra mujer, sin las supersticiones
que tiene el hombre.” (p. 235). Y de “la literatura negra” dice que “adolece de
una contradicción que es inevitable. El propósito de esa literatura es
demostrar la insensatez de todos los prejuicios raciales, y sin embargo no hace
otra cosa que repetir que es negra: es decir, que acentuar la diferencia que
está negando” (p. 266).
El segundo comentario es
sobre el arte de injuriar. Borges lleva aquí este arte a niveles de preciosismo
pocas veces visto. Van ejemplos, algunos más irónicos, otros directamente
violentos.
·
Sobre
Eden Phillpotts: “A los dieciocho años fue a Londres. Tenía la esperanza y la
voluntad de ser un gran actor. El público logró disuadirlo” (p. 282).
·
Sobre
S. S. Van Dine: “El universo había examinado esas obras con más resignación que
entusiasmo. A juzgar por los atolondrados fragmentos que sobreviven incrustados
en sus novelas, el universo tenía toda razón…” (p. 302).
·
Dice
de algunos poemas de T. S. Eliot que fueron “perpetrados en un francés
desvalido” (p. 305).
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Sobre
How to write novels de Nigel Morland:
“El texto, empero, es fácilmente reducible a tres elementos: el plagio, la
perogrullada, el error absoluto” (p. 317).
·
“lo
primero que llama la atención en la obra de Cummings (...) son las travesuras
tipográficas (...) Lo primero, y muchas veces lo único” (p. 321).
·
“Que
un hombre que se llamó Doménico Theotocópuli, que se educó en Italia y a quien
los toledanos siempre le dijeron el Griego, sea (unos cuatro siglos después)
pretexto de variadas efusiones sobre la raza hispana, es un hecho humorístico y
misterioso” (p. 409).
·
“Dorothy
Sayers suele compensar con excelentes antologías la publicación de novelas
imperdonables. Ahora, sin embargo, parece haber extendido a otros escritores la
culpable indulgencia que antes guardaba para uso particular” (p. 426).
Tercero, sobre las
gustaciones de Borges por aquellos años. Habla particularmente bien de Virgina
Woolf, de John Steinbeck, de Alfred Döblin (?), de Graham Greene, pero sobre
todo de William Faulkner, en cuyas novelas “uno a veces no sabe lo que sucede,
pero uno sabe que lo que sucede es terrible” (p. 233). A Faulkner, como a
Conrad, “le interesaron por igual los procedimientos de la novela y el destino
y el carácter de las personas. (...) le infunde una intensidad que es casi
intolerable. Una infinita descomposición y negra carnalidad hay en este libro
de Faulkner. ¡Absalom, Absalom! es
equiparable a El sonido y la furia.
No sé de un elogio mayor” (p. 255). Dice de The
Unvanquished: “Hay libros que nos tocan físicamente, como la cercanía del
mar o de la mañana. Este –para mí– es uno de ellos.” (p. 383). Y de un libro
suyo que evidentemente no le gustó dice: “Es verosímil la afirmación de que
William Faulkner es el primer novelista de nuestro tiempo. Para trabar
conocimiento con él, la menos apta de sus obras me parece The Wild Palms, pero incluye (como todos los libros de Faulkner)
páginas de una intensidad que notoriamente excede las posibilidades de
cualquier otro autor” (p. 441).
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