Porque soy fanático del fútbol inglés, y no de la Premier y no de ayer, quise ver la serie de Ryan Reynolds sobre Wrexham, una pequeña ciudad y club de fútbol en el norte de Gales. Welcome to Wrexham, que así se llama la serie, se da por Star+ y me pareció mala. Igual la vi toda porque estaba de vacaciones y porque los episodios son cortos y porque me sigue gustando el fútbol y porque soy, todavía, bastante superyóico con mis consumos culturales. Un boludo, bah.
Welcome
to Wrexham es
mala porque parece escrita por un equipo de relacionistas públicos. Esto no es
un ataque a los relacionistas públicos (hey, hasta fui uno de ellos sort of por
un buen trecho de eso que ya ni da siquiera llamar “mi carrera”). Simplemente
se trata de que prefiero que mis consumos culturales sean consumos culturales,
y no el intento de alguien por convencerme de algo, que para eso está la
publicidad rodeando a los consumos culturales, o algunos de ellos, y a muchas
otras cosas, claro. Welcome to Wrexham
parece hecho por el relacionista público de Reynolds, queriendo mostrar todo lo
bueno que es y cómo quiere hacer lo mejor para el club y la comunidad. Entonces
tenemos un episodio sobre lo que hacen para la comunidad con esto y con lo
otro, y meten algunas minorities, en un episodio me hablan de todo lo que
hicieron por los hinchas con discapacidades y en otro del autismo (ligando al
hijo de un jugador con una hincha), y nos muestran a distintos tipos de hinchas
y a la comunidad, y la importancia del fútbol femenino, y etc. Pero no es
fútbol. O sólo de costado. O un poco.
Welcome
to Wrexham me
molestó, además, porque es muy sobre Ryan (y un poco menos de Rob, el amiguito
que juega muy bien su papel de sidekick, de minor celebrity amiga de la big
celebrity). El título, después de un rato, parece que es en verdad que la gente
de Wrexham le están dando a Ryan y Rob la bienvenida a Wrexham: qué buenos que
son que vinieron para salvarnos. Pero hay algo que me irrita más. Y es que este
pibe, este neófito total, de pronto tiene un club de fútbol, lo compra, y no
tiene la más puta idea de lo que es el fútbol. Aprende a sufrir fútbol siendo
dueño de un club, a los 40 o algo así. Eso no da, está mal. Uno tiene que
sufrir de chico en los tablones, con su papá, y después hacerse millonario y
comprar un club de fútbol. Pero además, un poco pasa a ser una gran publicidad
del fútbol para gringos, una explicación, un tell don’t show, vía el simpático
de Ryan (quien, aunque odié la serie, me sigue pareciendo simpatiquísimo, no lo
puedo evitar), y el título podría pasar a ser “Welcome to soccer, ehem,
football, Ryan”.
Si esto no es el
fútbol, el fútbol dónde está, me preguntarán, y se los responderé. No creo que
pueda haber mejor consumo cultural sobre el fútbol que la bellísima novela
Fever Pitch, de Nick Hornby (nota mental: releerla pronto, ya). Y en el mundo
series, la del Leeds de Bielsa está muy bien, sobre todo porque tiene las dos
partes, la debacle y la redención. Pero la mejor serie de fútbol que vi, y
acepto de mis fieles lectores, ustedes dos que andan por ahí, recomendaciones,
la mejor, lejos, es Sunderland ‘Til I Die. Un club de verdad, hinchas de verdad
y fracaso mucho fracaso, que es lo que pasa siempre al final. Y me acabo de enterar, después de escribir esto y antes de publicarlo, que ya está la tercera temporada. En Netflix.
Por lo menos así /
leo veo / yo.
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