Leí The Handmaid’s Tale (1985), de Margaret Atwood (de quien leímos también Life Before Man, de 1979, y Alias Grace, de 1996). Las tres son novelas que podríamos llamar feministas, pero lo son de maneras muy distintas. La primera es básicamente un triángulo amoroso, casi una novela “normal”, para decirlo de alguna manera, pero donde casi toda agencia está en las mujeres. La segunda es una reconstrucción de un crimen real cometido por una mujer, y en donde la cuestión de género está muy presente, es una historia de crimen reconstruida como novela. The Handmaid’s Tale es, finalmente, una distopía dramática en la que Estados Unidos ha desparecido para dar lugar a Gilead, una teocracia totalitaria patriarcal que le quita todo derecho a las mujeres, al punto tal de obligar a un conjunto de ellas a procrear hijos de los hombres más importantes del país (los “comandantes”).
Para mí fue
imposible leer The Handmaid’s Tale (nunca la había leído antes y conscientemente
no vi la serie ni la película para leer la novela antes) sin pensar en las
otras grandes distopías que he leído. Y se me ocurrió hacer un taller de
lectura de distopías sumando a esa Brave New World de Aldous Huxley
(1932), 1984 de George Orwell (1949), Fahrenheit 451 de Ray Bradbury (1953) y
The Road de Cormac McCarthy (2006). Ampliaremos. Pero lo que resalto acá como idea,
quizás como hipótesis, es que las distopías comparten generalmente la idea de
la deshumanización, que el individuo inserto en una distopía, ya sea un régimen
totalitario como el de Orwell o el de Atwood, o un mundo en estado de naturaleza
postapocalíptico como en McCarthy, va perdiendo el carácter humano.
Así, Offred
se da cuenta del verdadero poder de Gilead cuando ve que está dispuesta a cualquier
cosa para sobrevivir, casi como un animal: “No quiero ser una muñeca colgando
de la Pared, no quiero ser un ángel sin alas. Quiero seguir viviendo, en
cualquier forma. Renuncio libremente a mi cuerpo, a los usos de otros. Pueden hacer
lo que quieran conmigo. Soy abyecta.
Siento, por
primera vez, su verdadero poder” (p. 294). Cuando Hannah Arendt escribe sobre
el totalitarismo se refiere a esto, a regímenes opresivos que buscan negar la esencia
humana, incluyendo la capacidad de amar. En el régimen de Gilead no parece estar
permitido amar, y eso los deja al borde de la muerte: “nadie se muere por falta
de sexo. Es por falta de amor que nos morimos” (p. 109).
Mi segundo comentario
es que, mientras nos oprime, la novela de Atwood no deja de darnos belleza. Me
parece brillante una escena en que la Esposa le pide a Offred que la ayude con
su madeja de lana, y así nos metaforiza con una imagen la opresión del régimen:
“Coloca la madeja de lana sobre mis dos brazos extendidos, comienza a enrollar,
estoy amarrada, parece, esposada; entelarañada, sería más cercano” (p. 209). O
esta manera en que hasta lo natural parece oprimido: “La luna en el pecho de la
nieve recién caída. El cielo está claro pero es difícil distinguirlo, debido a
los reflectores, pero sí, en el cielo oscurecido sí flota una luna, recientemente,
una luna que desea, una fina rodaja de piedra antigua, una diosa, un guiño” (p.
104).
Y el tercer
comentario es sobre la historia, sobre contar la historia. En The Handmaid’s
Tale (como en su continuación The Testaments, ampliaremos), quizás contar lo que
se vive o se vivió, rescatar la palabra, aun con el temor de que nadie jamás
lea o escuche sus palabras, es de lo último que se pueden agarrar los
narradores para sobrevivir, para mantenerse humanos. La palabra como el último
salvavidas en un naufragio. No es casualidad, claro, que en el nuevo régimen se
prohíba a las mujeres leer y escribir:
“Si es una
historia lo que estoy contando, entonces yo tengo control sobre el final.
Entonces habrá un final, de la historia, y la vida real vendrá después.
No es una historia
lo que estoy contando.
También es
una historia lo que estoy contando, en mi cabeza, mientras sigo adelante” (p.
45). Y contar la historia es también un antídoto contra la soledad, aunque sea totalmente imaginario: “Al contarte cualquier cosa estoy por lo menos creyendo
en vos, creo que estás ahí, con mi creencia en vos te hago existir. Porque te
cuento esta historia mi voluntad crea tu existencia. Cuento, por lo tanto sos”
(p. 275).
Al final,
siempre, la literatura nos salva.
Detalle
Alguien, creo que @hernanii, decía hace poco que le divertía de la ciencia ficción la diferencia entre aquello que parecía obvio que existiría en ese futuro imaginado y no existe (por ejemplo, autos voladores) y entre lo que a nadie se le ocurrió que existiría y hoy sí existe. Pues bueno, los historiadores del año 2159 de “The Handmaid’s Tale” reconstruyen un aparato para escuchar cassettes del pasado, pero luego deben encargarse del “meticuloso trabajo de transcripción”. En 2025, claro, la IA te transcribe horas de audio en minutos.
“I don’t want to be a doll hung up on the Wall, I don’t want to be a wingless angel. I want to keep on living, in any form. I resign my body freely, to the uses of others. They can do what they like with me. I am abject.
I feel, for the first
time, their true power” (p. 294).
“nobody dies from lack
of sex. It’s lack of love we die from” (p. 109).
“She fits the skein of
wool over my two outstretched hands, starts winding, I am leashed, it looks
like, manacled; cobwebbed, that’s closer” (p. 209).
“The moon on the
breast of the new-fallen snow. The sky is clear but hard to make out, because
of the searchlights, but yes, in the obscured sky a moon does float, newly, a
wishing moon, a sliver of ancient rock, a goddess, a wink” (p. 104).
“If it’s a story I’m
telling, then I have control over the ending. Then there will be an ending, to
the story, and real life will come after.
It isn’t a story I’m
telling.
It’s also a story I’m
telling, in my head, as I go along” (p. 45).
“By telling you
anything at all I’m at least believing in you, I believe you’re there, I
believe you into being, Because I’m telling you this story I will your
existence. I tell, therefore you are” (p. 275).
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