Como con la otra novela que leí de Martín Kohan (Bahía Blanca), me costó mucho hacer la reseña de Cuentas Pendientes, también editada por Anagrama. En parte porque andaba con mucho trabajo, en parte porque no encontraba quizás cómo hacerlo sin contar demasiado. Así que lo hice así:
Por
un largo tiempo, nos cuentan la historia de un hombre sórdido. Un hombre
desagradable que pone en duda el Holocausto, que se calienta con nenitas, a
quien "todavía le cuesta un poco aceptar esto de que las mujeres
manejen" (p. 119), un xenófobo y antisemita. Pero de pronto todo cambia y
la novela no es tanto sobre el tipo de quién nos hablan sino de alguien más, alguien
que estuvo siempre allí pero escondido. Lo desagradable viene bien rápido: a
Giménez, que así se llama el hombre desagradable, se le rompe un huevo, y "La
clara es moco flojo, es babosa y gelatina, es un asco que se derrama y no tarda
en impregnarse." (p. 14) Nos dicen que el hombre tiene sueños pequeños: "¿y
si le juega a ese caballo y gana (...) y con esa pequeña fortuna cambia para
siempre la vida que le queda: levanta el empeño del reloj que fue de su padre,
le paga la deuda al Dueño y se lo saca para siempre de encima, visita a una
puta que tenga completos los dientes y la entrepierna sin marcas, mejora el
vino que busca el olvido, se compra zapatos, se hace afeitar?" (p. 16) Nos
dicen que Giménez "repasa su vida y en conclusión se aborrece. Se juzga un
desastre, una suma sin fin de fracasos y vacilaciones." (p. 31) (También
Giménez nos cuenta Casablanca en lunfardo en las páginas 96 a 98, y eso vale la
pena). Pero después nos enteramos que quizás no, que quizás la hija no se llama
Inesita sino Mercedes, y eso de que es hija apropiada de desaparecidos quizás
sea una ilusión, una suposición, un prejuicio, porque no se trata de Giménez,
se trata de alguien más, siempre se trata de uno, del lector, o del escritor, o
del narrador, porque "Hay gente que inventa cosas, que gusta de ser
insidiosa, hay gente que cree ver lo que en verdad no ve, que fabula o
exagera." (p. 174) Y quizás siempre estamos frente a ellos, sobre todo
frente al espejo.
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