martes, 9 de diciembre de 2014

Retrato de un cambio de época


Supongo que les pasa a muchos, pero yo leo distinto los libros de autores que conozco. Con Golden Boys, de Hernán Iglesias Illa, me pasó un poco eso. Habiendo trabajado con él por casi un año ya, y habiendo leído sus otros libros (acá la reseña de Miami y acá la de American Sarmiento), leí el libro más pensando en el camino de Hernán como escritor que por el libro mismo.
El libro describe a los jóvenes argentinos que triunfaron en Wall Street en los años noventa. Publicado en 2007, el autor me preguntó estos días si el libro mantiene vigencia; mi respuesta fue que se lee muy bien como un retrato del cambio de época, de la convertibilidad donde reinaban las finanzas a un primer kirchnerismo que las condenaba al infierno. El libro muestra bien lo que era esa realidad y, salvo tres o cuatro veces, logra hacerlo sin juzgar a sus protagonistas.
Golden Boys está muy bien escrito (una rareza en el género de libros periodísticos) y bien editado (vi una sola errata y yo las veo a todas...) Personalmente, me gusta cómo metaforiza determinadas situaciones (muchas usando ese lenguaje paralelo de la vida que es el fútbol) y tiene algunas perlas que son, más que metáforas, comentarios sobre una época; por ejemplo, cuando define a Bernardo Neustadt como el "árbitro sociocultural del primer menemismo" (p. 49). Otro camino estrecho que, en mi opinión, el autor recorre con éxito es el de la caricatura; utiliza por momentos una caricatura para dar una primera impresión de un personaje y después afina la descripción. Por ejemplo: "No es un nerd: es un clásico petiso porteño fanfarrón" (p. 87), dice al introducir a un nuevo personaje.
Quizás el gran logro del libro no haya sido uno de sus objetivos principales y es el de describir a los argentinos afuera. El tipo de amistades que se forman, los patrones de sociabilidad, las tensiones típicas entre los maridos (que quieren quedarse) y las esposas (que quieren volver a Argentina), son temas que se repiten, con matices pero con formas similares, en otras ciudades que no son Nueva York y en otras actividades que no son las finanzas. En esta descripción juega un gran papel en el libro una serie de capítulos escritos en primera persona por una suerte de narrador múltiple; son testimonios de muchas fuentes distintas, mujeres, varones, más jóvenes, más viejos, juntados como si fueran uno y que hacen las veces de un narrador comunitario.
Más que nada, igual, yo estaba leyendo al autor. Con esto termino de leer toda su obra publicada (que leí en orden inverso al de su aparición). Por un lado, es muy claro cómo él se fue metiendo cada vez más en los libros, haciendo más explícita su mirada subjetiva, sin pretender una mirada desde un lugar de verdad. Pero al mismo tiempo, es claro que eso estaba presente desde este libro y que eso es parte de la riqueza de Hernán; mientras te está contando algo está poniendo en duda el lugar desde dónde cuenta: "Me podía permitir esta actitud, útil para mi amor propio y habitual entre los pobretones y orgullosos miembros del campo cultural" (p. 18). O, más fuerte aún, se está preguntando a sí mismo de qué vale contar: "siento la punzada de envidia que a veces sufrimos los periodistas con nuestras fuentes: cansados de nuestro comercio de palabras, siempre una o dos capas de sentido por encima de la vida real, vemos a nuestras fuentes modificar el mundo de una manera concreta - moviendo plata, decretos, balones, películas, cadáveres - y nos duele que el nuestro sea un trabajo para espectadores, escribas de lo que hacen las personas verdaderamente importantes, que siempre son otros." (p. 153) Al final del día, es eso, el hecho de que es una mirada particular y limitada, lo que genera valor al relato.

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