En El común olvido Sylvia Molloy vuelve a los temas de siempre: la
memoria, vivir entre distintos lenguajes, la homosexualidad. Y lo hace de una
manera que me divirtió más que en enbreve cárcel, que me aburrió aunque no pude dejar de leerlo, y de Desarticulaciones, que es un poco más
dramático.
La madre de Daniel se muda a Estados
Unidos cuando él es un niño. Muchos años después, Daniel vuelve a Buenos Aires con
la misión de esparcir los restos de su madre en el Río de la Plata pero en
realidad para unir los fragmentos de su memoria. En la primera página dice "No
puedo explicar la desazón que me causa volver a Buenos Aires, esa sensación de
estar abriendo puertas que dan siempre a cuartos vacíos, de leer páginas que
están siempre en blanco, de asir recuerdos que se me ahuecan en cuanto procuro
darles sentido." (p. 13) Sin embargo, a lo largo de la novela Daniel va a
descubrir mucho sobre la vida de su madre y la suya propia, dándole sentido a
buena parte de su pasado. Lo verdaderamente interesante es que la búsqueda no
es tanto externa, no se trata de encontrar pistas, sino interna, de ir
preparándose para reconstruir lo que su memoria había olvidado.
La memoria, así, es menos el
registro del pasado que la elaboración de la propia historia. "Decía mi
madre (...) que la memoria es un don elusivo, a menudo infernal." (p. 14)
dice Daniel al comienzo y él mismo se debate a veces entre la búsqueda de una
supuesta verdad y el deseo de "borrar lo que prefiero olvidar" (p. 113)
Simón, su novio, le aclara a Daniel desde Nueva York esta diferencia: "Esa
es la memoria que parecerías querer tener, me dice Simón, una memoria que te
permita recuperar todos los datos, con total precisión, una memoria donde no
hay huecos, interrupciones. Esa es la memoria que no te enseña nada, mi
querido, porque para entender tienes que aceptar los huecos, incluso
provocarlos, tienes que aprender a olvidar." (p. 220)
La novela pasa así a ser casi una
demostración de una cita de Proust: "La réalité ne se forme que dans la
mémoire." (p. 346) Es nuestra memoria lo que arma nuestra identidad, lo
que reconstruye lo que somos. Y es quizás en ese punto donde se juntan los
otros dos temas. En al menos tres lugares se usa casi la misma expresión para
hablar de la cuestión de la nacionalidad, del idioma y de la sexualidad:
"esas cosas siempre se saben" (p. 52), "a mí también se me debe
notar" (p. 261) y "Esas cosas siempre se saben" (p. 352). Cada
uno reconstruye para sí mismo lo que es mientras para todos los demás eso
parece evidente, siempre se sabe.
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