martes, 8 de noviembre de 2016

El primer peronismo sin Perón



¿Qué pasó en la economía durante los gobiernos radicales? ¿Cuánto de eso se debe a las decisiones políticas de los gobiernos radicales? Y: ¿cómo fue la interacción en esa primera experiencia democrática entre democracia plena y economía? Esas son las tres principales preguntas que se hace Pablo Gerchunoff en El Eslabón Perdido. La economía política de los gobiernos radicales (1916-1930), libro que leí a pesar de su obvio carácter de no ficción principalmente debido a que es el período sobre el que hice mi tesis de maestría y porque el autor, además de ser una voz más que interesante en la reflexión sobre Argentina, fue miembro del jurado ante el cual defendí aquella tesis.
¿Qué pasó en la economía? Primero, hubo un cambio importante (aunque no tan visible para los contemporáneos) en el patrón productivo: tras el fin de la guerra, la producción agropecuaria volvió a crecer pero más por un aumento de los rendimientos que por la extensión de la frontera; las actividades urbanas (industria, construcción y servicios públicos) crecieron más que el agro; y esto último llevó al primer atisbo de algo que volvería muchas veces en el siglo XX, “un desequilibrio potencial en el frente externo” (p. 198). En segundo lugar, hubo una “mejora sustantiva en las condiciones de vida de la clase trabajadora” y “una mejora como nunca antes vista” en la distribución del ingreso (p. 200)
¿Cuánto de esto se debe a las decisiones de los gobiernos de Yrigoyen y Alvear? Gerchunoff, que es mucho más generoso con el yrigoyenismo de lo que yo lo fui en mi tesis, dice que poco en lo que hace a los cambios productivos y bastante a los distributivos. En cuanto a lo productivo, los cambios tuvieron más que ver con la protección que brindó la guerra, los cambios tecnológicos y el propio crecimiento y diversificación de la sociedad y la economía argentinas. Los gobiernos radicales no creyeron en la necesidad de ser más industrialistas ni vieron las restricciones externas, pero, dice Gerchunoff, nadie las vio, como nadie vio venir la crisis de 1930.
En cambio, Gerchunoff argumenta que los gobiernos radicales sí buscaron por distintas vías una mayor participación de las clases trabajadoras en el ingreso. Aunque parte de ese cambio se debió a los cambios propios de la economía, otra parte fue el resultado de medidas de un gobierno que - aunque no llegó tan lejos como para crear un impuesto a la renta ni un banco central - ante la crisis fiscal trató de mantener el empleo público e instauró retenciones a la exportación; que tuvo una política monetaria relativamente laxa; que estableció en los hechos una jornada máxima de trabajo, sancionó una ley de alquileres e intentó arbitrar a favor de los trabajadores con el Departamento Nacional del Trabajo, etc.
Así, Gerchunoff llega a la tercera pregunta. El crecimiento electoral del radicalismo, desde los 340.000 votos (49%) de 1916 a los 840.000 (59%) de 1928, se debió no sólo a una expansión territorial aguijoneada por las intervenciones federales y por una política fiscal centralista y a la creación de una maquinaria partidaria moderna sino también por un set de políticas públicas que buscó y logró una “ampliación electoral en términos de ‘clase’” (p. 189). Así, “la Unión Cívica Radical (…) se fue expandiendo socialmente y territorialmente hasta convertirse en una fuerza política que lo abarcaba todo, al estilo del Partido Autonomista Nacional pero en democracia plena, prefigurando en sus rasgos esenciales lo que sería el peronismo.” (p. 206) El radicalismo, ese primer peronismo sin Perón, concluye Gerchunoff, “nunca volvió a ser lo que fue” (p. 206). Así, el libro se convierte ineludible no sólo para quienes piensen ese período sino también para quienes piensen sobre los partidos políticos en Argentina. 

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