Lloré y lloré,
generalmente en el tren Retiro-Tigre, leyendo Nada es como era, de Mercedes Güiraldes. Es un libro directo y
real, en primera persona, sobre la lucha de la autora con el cáncer durante un
largo tiempo. La primera vez que me emocioné, a las pocas páginas de haber empezado, hice un dibujito como de un triángulo para abajo en el margen de la página. A
partir de ahí hice el triangulito cada vez que quería llorar; sin hacer una
estadística muy estricta, resulta que me emocioné cada cuatro o cinco páginas.
¿Por qué tanto? En
parte porque el libro está bien contado, sin duda. Güiraldes no busca ni un
tono épico ni poético sino directo. Te va contando paso a paso lo que la
enfermedad le hacía a su cuerpo, a su espíritu, a su pareja, a su familia, a
sus relaciones con sus amigos. Ayuda que incorpora muchas citas (la autora es
editora y pone a nuestra disposición su riqueza de lecturas) e incluso mensajes
que le escribieron sus amigos. Te lo va contando paso a paso y, entonces, cuando
dice “Estaba cansada de sentirme mal todo el tiempo, harta de ver gente
sufriendo, del miedo, de la humillación y las indignidades que la enfermedad
inflige, del abismo sádico entre el deseo de curarse y la indiferencia de la
biología” (p. 172) es una conclusión directa de una construcción lenta y sin
vueltas.
También explica mi
llanto persistente el hecho de que me identifiqué mucho con la historia. Esto
se dio, en parte, porque mi cabeza me había jugado una trampita. Cuando compré
el libro algo sabía, o intuía, o creía que sabía respecto del tema del libro y
de la autora, pero no lo había pensado demasiado abiertamente. Sólo cuando
empecé a leerlo me di cuenta de que conozco al marido y a la familia del marido
de Güiraldes y eso hizo que me identificara más con la historia, sobre todo con
el personaje (real y concreto) del marido.
Güiraldes explica
por qué escribió el libro. Porque, como le había dicho un amigo, “hay dos cosas
de las que estoy convencido desde entonces. Una es que para salvarse hay que
contarlo. La otra es que nadie se salva solo.” (p. 98) La autora lo escribe
para terminar de vivirlo y procesarlo y también porque, así como otras lecturas
suyas la ayudaron a transitar este proceso, supone (a mi juicio correctamente)
que leer esto puede ayudar a otros en el futuro. Es un libro duro pero que se
lee bien, y al terminarlo siento que puedo llegar a entender y a acompañar
mejor a quienes pasen directamente o a través de alguien querido por ese
proceso de mierda que es un cáncer.
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