Leí con mucho gusto La mala educación. ¿Qué pasó con la escuela en la Argentina?, de mi
amiga Helena Rovner y Eugenio Monjeau. El libro es, ante todo, un alegato a
encarar en serio la cuestión educativa, después de años en los que, en palabras
de Mariano Narodowski en el prólogo, no mandaron “la exigencia, el pensamiento
crítico y la igualdad de oportunidades en el ámbito educativo, sino la
superficialidad y lo políticamente correcto”. (p. 20) Y la importancia de ese alegato se sostiene en la convicción sarmientina de que nada es más importante que la educación para construir un país desarrollado y con oportunidades.
Efectivamente, “es antes que nada un libro
ideológico. (...) La parte central del texto es una defensa de ideas liberales
en el ámbito de la educación” (p. 12) y un enjuiciamiento de lo que el
“progresismo” hizo o dejó de hacer con la educación. Los autores dicen que “las
orientaciones educativas autoidentificadas como latinoamericanistas, o como de
izquierda (...) cubrieron los cargos disponibles durante distintas gestiones en
las carteras educativas de gobiernos nacionales y provinciales”. (p. 79) Y que
los resultados fueron lamentables: “La educación en democracia solo mejoró la
cobertura educativa básica (...) pero sigue siendo incapaz de retener a los más
vulnerables cuando traspasan el difícil umbral de la adolescencia, y
sistemáticamente demuestra impartir una educación de peor calidad entre los más
pobres y los que viven en zonas más remotas y aisladas.” (p. 78-79) El
kirchnerismo es en esta línea algo así como la frutilla del postre, la “fase
superior del progresismo”.
En segundo lugar, el libro es un buen inventario de
los problemas que afronta la educación en Argentina. Los “déficits más graves
(...) En el nivel primario (...) un proceso constante de migración del sistema
público al privado. (...) En el nivel secundario, los problemas de eficiencia
educativa y de inequidad son alarmantes (...) el ausentismo escolar argentino
es el más elevado de entre los países evaluados por la OCDE (...) La calidad
educativa (...) no cesa de descender (...) las universidades argentinas
producen menos egresados que sus pares brasileñas o chilenas”. (p. 60-63) Al
mismo tiempo, los autores son claros en que la prioridad es el nivel
secundario.
Rovner y Monjeau no explican cómo podemos resolver
todos estos problemas, lo cual tampoco pedimos. Pero sí dan un argumento
general sobre la salida posible, que pasa antes que nada por fortalecer a los
usuarios de la educación, a las familias, con información útil y confiable
(frente a la “era de oscurantismo estadístico” que significó el kirchnerismo - p.
51) El argumento básico, central al libro, es el del contrato social educativo
roto, lo que genera la dinámica perversa de la migración al sistema privado, lo
que hace que cada vez menos gente demande cambios. “Una gestión comprometida
con el futuro del país debería hacer dos cosas: en primer lugar evitar que la
gente tome la opción de salida de la educación pública; en segundo lugar,
fortalecer los mecanismos de los que eligen la opción de la voz.” (p. 105) Eso
implica que “Los gestores de la educación tienen que empezar a ser públicamente
responsables” (p. 126) y “debilitar la opción de salida a la vez que se
fortalece la de voz. Para ello, son fundamentales la autonomía escolar y poner
al docente en el centro”. (p. 151)
Pedir a los autores que avancen mucho más allá que
esto en la posibilidad y mecanismo del cambio es imposible. (Tampoco pedimos
estar de acuerdo en todo, y no estoy de acuerdo con el tratamiento que dan al
tema Ecuador, pero no es algo central al argumento del libro y ya lo he
discutido con la autora.) Lo importante es que es un libro que explica bien los
problemas centrales de la educación en Argentina, y lo hace con buena prosa, explicando
simple, con ritmo y hasta humor. Nos queda claro, al final, que “El sistema
educativo argentino, después de décadas y experimentos fallidos, educa a pocos,
y los educa mal.” (p. 227) Y nos da una idea del camino del cambio: “el paso
inicial para recomponer un contrato social educativo es admitir que las cosas
sí son tan malas como parecen, y volver a los reclamos básicos.” (p. 229)
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