lunes, 16 de julio de 2018

Democracia



Siguiendo con el proyecto de leer toda la Historia Oxford de EE.UU., leí Empire of Liberty: A History of the Early Republic, 1789-1815, de Gordon S. Wood. Empire of Liberty es mucho más arduo que su antecesor, The Glorious Cause: da más cosas por sentadas, es un poco más teórico, tiene menos casos particulares o pequeñas biografías que ayudan a anclar ideas en personas de carne y hueso y, al mismo tiempo, quizás no suficientemente esquematizado para que un lector amateur se quede con lo principal rápidamente. Quizás, también, porque lo que tiene para contar es tan extraordinario.
Lo ocurrido en América del Norte entre 1789 y 1815 es realmente extraordinario. Al comenzar el período, un país recién nacido de una guerra colonial llevada adelante por un grupo de colonias con mucho en común pero separadas, quizás tan separadas como Santiago de Chile, Buenos Aires, Montevideo y el Alto Perú, luchaba por sobrevivir como país y como república. Y luchaba en un contexto difícil: por un lado, tenía las presiones de tres grandes estados europeos (Gran Bretaña en Canadá, España en la Florida y Louisiana, y Francia en Louisiana), y de los americanos nativos en el Oeste. Por otro lado, esta consolidación nacional y política debía darse en uno de los contextos ideológicos más convulsionados de la historia a partir de la Revolución francesa; y en parte por esto último, en un contexto de guerra permanente. (“Entre 1792 y 1815, excepto por algunos armisticios breves, Europa estuvo desgarrada por una feroz lucha por la dominación entre la Francia revolucionaria y después Napoleónica y sus muchos enemigos europeos, especialmente Gran Bretaña. Se convirtió en la guerra global sostenida más larga de la historia moderna”. - p. 620)
Extraordinariamente, el país no sólo sobrevivió y sobrevivió unido y como república, sino que al mismo tiempo se produjo una profunda democratización. Nada de esto era obvio. Muchas veces en el período hubo líderes pensando en que sus estados se separaran de la unión, y “Muchos americanos en la década de 1790 tomaban en serio la posibilidad de que en EE.UU. se desarrollara algún tipo de monarquía”. (p. 74)
Tampoco era obvio el proceso democratizador, el hecho de que el antiguo régimen pasara a ser cosa del pasado y que todos los americanos fueran iguales por nacimiento. (“Hacia el comienzo del siglo diecinueve mucho de lo que quedaba de la jerarquía tradicional del siglo dieciocho estaba derruida - quebrada por cambios sociales y económicos y justificado por el compromiso republicano a la igualdad.” - p. 347) Esto fue fruto del triunfo de la Ilustración, en gran medida gracias a la “revolución jeffersoniana”, llevada a cabo irónicamente por un esclavista como era Jefferson (al igual que Madison y Washington y tantos más). Y también por el hecho de que “los federalistas inevitablemente capitularon la autoridad nacional de gobierno sin pelea - y fue su disposición a capitular lo que permitió que la transición histórica fuera tan pacífica.” (p. 304) Pero sobre todo por una contingencia: “Que la Revolución Americana ocurriera en el apogeo de lo que más tarde se conocería como la Ilustración hizo toda la diferencia: la coincidencia transformó lo que de otra manera hubiera sido una mera rebelión colonial en un evento histórico global que prometía (...) un futuro nuevo no sólo para los americanos sino para toda la humanidad.” (p. 37)
Hacia el final del período, Estados Unidos se había duplicado en tamaño (con la adición de Louisiana, parte de la Florida y territorios hacia el Oeste) y en población. Más importante, su sociedad había sido “dramáticamente transformada. Los americanos, o al menos los del Norte, eran más igualitarios, más emprendedores y tenían más confianza en sí mismos que en 1789.” (p. 701) Los Estados Unidos eran el “único faro del republicanismo que permanecía en un mundo completamente monárquico” (p. 701) y ahora miraba ya no hacia el Este sino al Oeste. Esos americanos, en una sociedad ahora igualitaria, fueron “la generación que imaginó el mito del sueño americano” (p. 732) y del “self-made man” (p. 714). Quedaba en el horizonte, eso sí, un gran conflicto a resolver. “La Guerra Civil fue el clímax de una tragedia que estaba prefigurada desde los tiempos de la Revolución. Sólo con la eliminación de la esclavitud podría esta nación, que Jefferson había llamado ‘la mejor esperanza en el mundo’ para la democracia, al menos comenzar a satisfacer su gran promesa.” (p. 738) Pero había ocurrido algo extraordinario, para EE.UU. y para el mundo, que desde entonces tuvo en su menú de opciones políticas, este invento, hasta entonces inexistente, de una república democrática y liberal en un territorio amplio.

Originales de las citas usadas
“From 1792 to 1815, except for some brief armistices, Europe was torn apart by a ferocious struggle for dominance between revolutionary and later Napoleonic France and her many European enemies, especially Great Britain. It became the longest sustained global war in modern history.” (p. 620)
“Many Americans in the 1790s took seriously the prospect of some sort of monarchy developing in America.” (p. 74)
“By the early nineteenth century much of what remained of traditional eighteenth-century hierarchy was in shambles—broken by social and economic changes and justified by the republican commitment to equality.” (p. 347)
“With no real alternative to the people’s will, the Federalists inevitably surrendered the national ruling authority in 1801 without a fight—and it was their willingness to surrender that made the historic transition so peaceful.” (p. 304)
“That the American Revolution occurred at the height of what later came to be called the Enlightenment made all the difference: the coincidence transformed what otherwise might have been a mere colonial rebellion into a world-historical event that promised, as Richard Price and other foreign liberals pointed out, a new future not just for Americans but for all humanity.” (p. 37)
“Not only had the United States doubled in size, but its older eighteenth-century society, especially in the North, had been dramatically transformed. Americans, or at least the Northerners among them, were more egalitarian, more enterprising, and more self-confident than they had been in 1789. (...) the only beacon of republicanism remaining in a thoroughly monarchical world.” (p. 701)
“These ambitious, risk-taking entrepreneurs, who were coming into their own by the second decade of the nineteenth century, were the generation that imagined the myth of the American dream.” (p. 732)
“The Civil War was the climax of a tragedy that was preordained from the time of the Revolution. Only with the elimination of slavery could this nation that Jefferson had called ‘the world’s best hope’ for democracy even begin to fulfill its great promise.” (p. 738)

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