Leí (algo así como dos tercios) de Drácula, de Bram Stoker y, como ya se imaginará el lector, me aburrió. Nunca antes había leído la novela; la verdad es que nunca me había interesado mucho, pero hace unas semanas hice una audición para una puesta teatral de esta historia, porque ahora, como diría mi abuela, “se me ha dado por la actuación”, y me pareció que tenía que leerla. Un embole.
La obra de teatro en la que finalmente no participaré aclara en el subtítulo que se trata de un melodrama victoriano. El melodrama, la exageración de sentimientos y situaciones, lo hace un poco aburrido. Hay unos pronunciamientos de los distintos personajes que son exagerados, largos discursos ponderándose mutuamente y cosas por el estilo. Otra razón del aburrimiento es que para el lector de 2025 la novela es una gran obviedad. Stoker va dejando pistas de que se trata de una historia de vampiros por todos lados. Para el lector de 1897 todo eso se condensa en un momento de gran revelación, ¡el Conde Drácula es un vampiro!, pero para el de 2025, que conoce a Drácula desde los 5 años, no hay ninguna sorpresa y cada indicio parece una tontería.
Lo victoriano trae el componente más ideológico, si se quiere. Los críticos hablan de Drácula como una novela victoriana profundamente conservadora en términos del lugar de la mujer, que expresa una supuesta ansiedad de Occidente ante otras razas y por la pérdida de fuerza del cristianismo y de la religión en general frente a otras culturas y a las fuerzas del secularismo y la ciencia. Lo primero es clarísimo, con una crítica directa a un movimiento precursor del feminismo, el de la “Nueva Mujer”. Mina se mofa de ellas en su diario (la novela se construye con diarios de los personajes, más recortes de periódicos y cosas por el estilo): “Algunas de las escritoras de las ‘Nuevas Mujeres’ algún día vendrán con la idea de que debería permitirse a hombres y mujeres que se vean el uno al otro durmiendo antes de proponer o aceptar el matrimonio. Pero supongo que la Nueva Mujer no condescenderá a aceptar; ella misma será la que propondrá” (p. 77). Todo esto, claro, resulta inconcebiblemente viejo.
Lo que es gracioso, si se quiere, es la forma del argumento en defensa de lo religioso. Durante toda la novela se presenta a los personajes situaciones sobrenaturales, y frente a ellas los personajes siempre encuentran explicaciones no sobrenaturales: algo así como “ah, debe ser que vi mal”. Por ejemplo, cuando el Dr. Seward ve la herida que el vampiro dejó en el cuello de Lucy, se siente mal pensando que él la había lastimado con un alfiler de gancho (p. 80). El que finalmente descubre que se trata de vampirismo, el Dr. Van Helsing, tarda mucho en decirlo a los demás porque sabe que sus interlocutores -personas modernas, científicas- descreerán. Por eso, finalmente, cuando les presenta todas las pruebas, le dice a Seward: “Vos sos un hombre inteligente, John; razonás bien, y tu genio es valiente; pero estás muy prejuiciado. No dejás que tus ojos vean ni que tus oídos oigan, y aquello que está fuera de tu vida diaria no te interesa. ¿No pensás que hay cosas que no podés comprender y que sin embargo son, que algunas personas ven cosas que otros no pueden ver?” (p. 163). Hay vampiros, John, y hay un Dios al que debemos hacerle caso, aunque tu paradigma no te lo permita ver. Me causa un poco de gracia esto porque la forma de ese argumento vale contra cualquier pensamiento predominante; aunque en ese momento es conservardor (creamos en los vampiros y que se los combate con crucifijos y que hay una vida eterna), es la forma del argumento de la rebeldía, no del orden.
Bueno, eso. Aburrido. Otra curiosidad: la novela, como tal, claramente no soportó bien el paso del tiempo; pero Drácula, como objeto cultural, como personaje, como idea, está claramente asentado en el acervo cultural de Occidente. Es un clásico inolvidable, todos los llevamos dentro nuestro: pero no vale la pena leerlo.
Originales de las citas
“Some of the “New Women” writers will some day start an idea that men and women should be allowed to see each other asleep before proposing or accepting. But I suppose the New Woman won’t condescend in future to accept; she will do the proposing herself.” (p. 77)
“I was sorry to notice that my clumsiness with the safety-pin hurt her. Indeed, it might have been serious, for the skin of her throat was pierced. I must have pinched up a piece of loose skin and have transfixed it, for there are two little red points like pin-pricks, and on the band of her nightdress was a drop of blood.” (p. 80)
“You are clever man, friend John; you reason well, and your wit is bold; but you are too prejudiced. You do not let your eyes see nor your ears hear, and that which is outside your daily life is not of account to you. Do you not think that there are things which you cannot understand, and yet which are; that some people see things that others cannot?” (p. 163)
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