miércoles, 9 de marzo de 2011

Lobos en Buenos Aires

Ayer, a eso de las 21:30, estaba leyendo Cortés Conde en la cama - y sí, claudiqué con Halperín - cuando escuché llorar a mi hija. Fui a su cuarto y la calmé, pero apenas yo amagaba con irme volvía el llanto.
Entonces, me acordé del poder curativo de la palabra: “¿qué pasó?”, pregunté, “¿por qué no querés dormir?” Sin respuesta coherente, guié: “¿tuviste un sueño feo?” “Sí.” “Con qué soñaste?” Justo antes de seguir guiando (monstruo), respondió: “había un lobo”.

Who's afraid of the big bad wolf, the big bad wolf?

“No te preocupes, hija; papá cerró la puerta con llave. Nada malo puede entrar.” Después me corregí: “No te preocupes, hija, no hay lobos en Buenos Aires.”
Lamentablemente, lo segundo me dejó mucho más cómodo que lo primero.

1 comentario:

  1. Que melancolía, me encantó. A mi también me genera eso la inseguridad.
    Pili

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