Hace unos cuantos
libros de Roth que me digo que ya está, que tengo que dejar de leerlo, al menos
por un rato, pero siempre vuelvo. Estos días leí Némesis, que será, según dijo,
su última novela. No sé si ya sabía eso o no antes de leerla o si eso ahora
afecta mi juicio, pero mi sensación es que Némesis tiene todo lo bueno que puede tener un
libro de un escritor formidable y de tanta experiencia, y todo lo malo también.
Es un libro bien estructurado, bien investigado y que plantea una discusión de fondo, pero al mismo tiempo
parece un ejercicio demasiado profesional, demasiado pensado.
Némesis vuelve al Newark judío
de la niñez de Roth, y retrata la gran epidemia de polio en esa ciudad en
medio de la Segunda Guerra Mundial, en 1944. El héroe de esta tragedia es Bucky Cantor,
un profesor de educación física que no puede ir a la guerra por problemas de
vista. Casi huérfano, Bucky había sido educado en el deber por su abuelo, un
inmigrante almacenero durísimo, "para ser un luchador sin miedo, entrenado
a pensar que debía ser un hombre de enorme responsabilidad, listo y preparado
para defender lo correcto". (p.
173)
La epidemia
encuentra a Bucky como coordinador de juegos de un parque, a cargo de un grupo
de chicos en el centro geográfico de la epidemia. Bucky sabía qué tenía que
hacer. "Cualquier demanda que se le hiciera, él tenía que cumplirla, y la
demanda ahora era cuidar a sus chicos del parque, en peligro. Y tenía que
cumplirla no sólo por los chicos sino por el respeto a la memoria del tenaz
almacenero quien, con toda su dura intensidad y a pesar de todas sus
limitaciones, había cumplido todas las demandas que había enfrentado." (p.
90)
Pero Roth pone a
Cantor en un problema. Una mujer, su prometida, le ofrece una salida del centro
de la epidemia, y Roth ejemplifica esa tentación no con una manzana sino con un
durazno que Cantor come con el padre de su prometida mientras busca consuelo
por la muerte de algunos niños del parque. En el entierro de uno de ellos,
Cantor había comenzado a dudar de su Dios. "Todos acompañaron al rabino
recitando la oración de los muertos, alabando a Dios todopoderoso, alabando
extravagantemente, sin escatimar esfuerzos, al mismo Dios que había permitido
que todo, incluyendo a los niños, fuera destruido por la muerte." (p. 74)
A partir de allí
comienza el camino de la tragedia, y en el capítulo final, que ocurre décadas
después, aparecen las dos interpretaciones posibles de lo ocurrido. Una es la
del propio Bucky, quien a pesar de renegar de su Dios no se perdona su supuesta
responsabilidad: "Tiene que convertir su tragedia en culpa. Tiene que
encontrar necesidad para lo que ocurre." (p. 265) La otra versión es la
del narrador, uno de los niños del parque: "A veces tenés suerte y a veces
no. Cualquier biografía es fortuna y, comenzando por la concepción, la fortuna
- la tiranía de la contingencia - es todo." (p. 243) Con frialdad, con profesionalidad,
Roth cuenta una historia fuerte y con sentido, pero a la que quizás le falta un
poco de espontaneidad, de corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario