viernes, 11 de abril de 2014

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En el auto de atrás mío, ella le acaricia la cara a él. Él hace que le molesta, pero acomoda el cachete para facilitarle la tarea. Los dos tienen anteojos de sol muy oscuros. El sol viene de la izquierda, del río, cuando las torres de Vicente López lo dejan pasar.
A la derecha hay un Alfa Romeo T-Spark de 1994 bordó. En el baúl, el emblema de la marca italiana cuelga, torcido. El papá, canoso, maneja en silencio. Al lado suyo, en el asiento del acompañante, su hijo mayor trata de dormir, todo torcido, con sus All Star rojas contra el parabrisas. Atrás, el hermano menor, el que quiere recibirse de ingeniero, chatea con una compañera a quien quiere cambiar de categoría.
En un Hyundai Athos 2003 gris, un narigón, solo y sin radio, tuitea descripciones con poca imaginación.
En la subida de Libertador a General Paz se escuchan bocinas. Quedo al lado de una camioneta oscura. Maneja una mujer que está más cerca de los 50 que de los 40. Está sola esa mujer. Desde atrás de los anteojos negros cae una lágrima. Está sola esa lágrima. Viene de dejar a sus hijos en el colegio. Duda de su esposo. Extraña a su mamá. Es esa lágrima sola. Se concentra en manejar.
En Lugones, hay dos hermanos en una Eco-Sport. Tienen las ventanas bajas y entra el viento fresco desde el río. Son iguales los hermanos, idénticos, salvo que uno es pelirrojo y el otro tiene pelo bien negro. Sangre y luto, son como una bandera de Newell's en movimiento. Hace años que sólo se hablan con miradas y que no faltan a una fiesta de San Patricio en la calle Reconquista. Hace años que amenazan con ir al carnaval de Gualeguaychú.
En Dorrego, una Journey blanca con vidrios polarizados deja ver menos de lo que creemos ver. Pasan cosas ahí, como pasan cosas siempre, nunca sabemos qué está pasando, en el auto familiar.
En el semáforo frente al hipódromo, el flaquito con buzo azul camina toda la fila de autos pero nadie le agarra una copia de El Argentino. Después va a volver a la punta de la cola y va a repetir la bajada, mostrando un diario con su mano derecha y llevando más copias de las que repartirá en todo el día con la izquierda. Doblo a la izquierda y debajo del puente, un pibito muerde una galleta. No hace falta que escuche para saber que no crujió. El sol de otoño pasa por encima del Rosedal y lo abraza. Hace mucho que no lo abrazan.
Hay una señora en un Fiat 500 rojo Ferrari. No hace falta ver más nada para saber que sus zapatos y su cartera combinan a la perfección. La señora hace una maniobra extraña pero no logra cambiarle el humor al barbudo del Toyota, un Toyota gris corporativo, de multinacional. La barba semicanosa baila, va de un lado a otro. No llego a escuchar a qué música baila el barbudo, que no se anima a confesar que ama el tráfico de la mañana y el tráfico de la tarde, de casa al trabajo y del trabajo a casa.
Llegando a Bellas Artes, un Focus cambia de carril una y otra vez y sigue siempre cerca mío. Él mete los cambios con bronca. Tiene el pelo un poco más largo de lo que suele tenerlo la gente de su edad. Ella se mira las uñas y mira por la ventana y vuelve a sus uñas. Ayer no funcionó nada, nada, nada. Las noches pasan pero no pasan, se acumulan y se suman, y después vienen los días, el trayecto al centro, el auto, el Focus, dónde está el foco. En las uñas.
Dos hermanas en un taxi. Demasiado jóvenes para sus labios con botox. Demasiado viejas para sus flequillos rectos que acomodan con rápidos movimientos de sus manos. Sus anteojos son glam, son los David Bowie de los anteojos. Me acuerdo de mi amigo Axel y su banda, Los Glamorosos Farsantes. Las chicas también lo son. Van camino a la clínica por mamá. El taxista las mira por el espejo retrovisor pero ya no intenta sacar conversación.
Los autos se acumulan en todas las calles. Subo por el nacimiento de Alvear, dejo a la derecha a la Recoleta. Una pickup blanca, Ford, con barro. En la luneta trasera de la doble cabina hay una calcomanía de la chaquetilla de un haras. Adentro huele a fardo y bosta y cuero. Maneja un hombre de 50 con camisa a cuadros de mangas cortas. Agarra el volante con fuerza. Aunque huele a sus caballos no los ve y no los toca y falta mucho para Cañuelas.
El Honda Fit frena frente al semáforo y ella deja el volante y se deja caer sobre él con teatralidad. Sus rulos morochos ocupan todo el auto y él los acaricia con las dos manos y ella sube y mira el semáforo. Los dos bostezan. Ella lo toca en el brazo. Sus uñas son rojas. Ese bostezo compartido dice todo.
Frente al hotel Alvear hay un Fiat Uno blanco de los viejos estacionado a la izquierda. Tiene el baúl abierto y se ven miles de flores. Alguien se casa hoy. Un montón de gente se casa hoy y mañana se van de luna de miel y no van a tener que ir a trabajar por unas semanas y después van a tener que trabajar, cuánto van a tener que trabajar. ¿Dónde están los novios? Se están despertando separados, están abriendo los ojos, pensando en todo lo que tienen que hacer, en que quieren verse, quiero un café pero no estoy seguro de si quiero un café.

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