Foto:
3milliondogs.com
Un
señor de más o menos 75 años paseaba su perro bajo el sol de Avenida
Libertador, cerca del Carrefour de Vicente López. El señor llevaba pantalón y
gorro blancos, y un rompevientos del mismo color: a eso de las seis de la
mañana había caído una lluvia fuerte, pero a las nueve, cuando el señor paseaba
a su perro, había salido el sol entre las nubes y hacía calor y estaba húmedo
como puede estarlo en enero en Buenos Aires. Un flaco de unos 25 años estaba
sentado en los escalones de acceso a un edificio; tenía bermudas de jean
oscuras y una musculosa de un verde chillón, y al lado suyo había una moto que
estoy seguro que era de él. El chico tenía el pelo rubio como hojas de palmera
que se movían con el viento del coletazo final de la tormenta. El chico abrazaba
al perro, un hermoso golden retriever, sus brazos alrededor del cuello del
perro, rascando detrás de las orejas. El chico sonreía y el perro movía la
cola. Los vi durante dos segundos, desde mi auto, yendo al centro. Algo me
venía molestando, una tristeza indefinida, mientras manejaba sin música, y en
esos dos segundos en que capté la escena vi ese abrazo y leí los labios del
chico decirle "gracias" al señor, que seguramente siguió su camino.
Nada como un perro para restaurar un haz de esperanza.
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