Qué paja ir al centro, de Martín Wilson, es un libro divertido y de muchas caras; es
una novela construida con narradores múltiples en fragmentos pequeños, y
estructurado alrededor de las memorias de un veterano de la segunda guerra
mundial: un inmigrante inglés a la Argentina que vuelve a las islas para volar
en la Royal Air Force. Del otro lado está la historia de su nieto, Willy,
contada desde la primera persona, la tercera y desde otros narradores que lo
retratan. En parte, la novela se lee como una historia de los anglo-argentinos:
el pasado coherente, el presente confuso y desordenado, Argentina como un
fracaso. Pero "Escribir mucho es de charlatán." (p. 75), y explicar
demasiado para vagos:
"Willy terminó de leer
lo que venía escribiendo hacía meses. Lo iba a cortar ahí nomás. Y se cagó de
la risa con la teoría del iceberg de Hemingway. Willy siempre se reía fuerte
con cosas así. Le servía lo no explicado.
_ Que piensen, que imaginen
el resto". (p. 109)
¿Se rearma toda la historia
en la cabeza del lector? Quizás no, pero quizás ese es justamente el punto:
"La interrupción, la incoherencia, la boludez sorpresiva, son las
condiciones habituales de nossa vida.", escribe Lucía. (p. 183)
En el medio, el libro se
lee rapidísimo y con placer. Wilson es un maestro de los detalles, como cuando
dice al pasar "Cuando subió al auto se olvidó de pasar la tarjeta del
parquímetro y se fue." (p. 12); y aunque sus personajes nunca son
descriptos del todo (por aquella misma construcción fragmentada), siempre logra
darles vida con algún detalle mínimo, como cuando dice que a Lucía "Le
daba un poco de pena imaginarse a su marido viendo porno a escondidas."
(p. 31)
Hay dos momentos
especialmente altos en el libro. Uno es la oda a la Avenida del Libertador, que
estructura la vida de un pedazo tan grande de los anglo-argentinos, los que
recalaron en el norte del conurbano (y de la vida del autor del libro y del de
esta reseña). La otra es un fragmento en el que un chico le aconseja a una
chica que elija novio según cómo se comporte en un avión, porque "la
convivencia puede ser tan antinatural como estar suspendido por los cielos en
un cilindro de fierro." (p. 230)
Es bastante notable leer un
libro que describe tanto de lo que yo mismo conozco (el conurbano norte,
Martínez, el mundillo anglo, los talleres de escritura creativa de Llach) y que
logra hacerlo de una manera tan propia del autor. Por esa visión propia,
finalmente, vale también la pena leer Qué
paja ir al centro: el ojo de poeta de Wilson para "contar historias,
cuentos, fragmentados, desordenados, enquilombados." (p. 249) Viviendo de
a pedazos, aceptando esos pedazos, reescribiendo esos pedazos.
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