La lenta furia,
de Fabio Morábito (Eterna Cadencia, 2009), es una colección de cuentos digna de
un poeta y traductor: la prosa va de la corrección a la meticulosidad de la
palabra, la lectura se hace fluida y amena. Pero los cuentos no me agarraron
desde donde me tienen que agarrar, zamarreándome con acciones o personajes únicos.
En
los cuentos hay una ciudad en la que mujeres en celo salen desesperadas a cazar
hombres para procrear; el hijo del verdulero a quien le roban la novia; una fantasiosa
familia de traductores que traduce colectivamente, encerrada en una casa; la
pareja que alimenta sus fantasías sexuales pensando que el personal doméstico
le roba; el pueblo que quiere mostrarle hasta el último detalle de supuesto
interés a un turista involuntario; el chico que va a jugar con otro a quien no
soporta; un hombre cuyo pasatiempo es huir por la ciudad; un padre que sale de
paseo con el hijo para mostrarle todo lo innecesario ("las piezas
secundarias, de refuerzo, cuya utilidad nunca está del todo comprobada",
p. 100); una descripción sobre "el oficio del temblor", del
terremoto. Los cuentos son, así, un poco como lo que muestra el personaje del
cuento "Mi padre": "al lado de un mundo esbelto y victorioso que
le habla de usted a la materia, hay un enorme fondo impenetrable, una masa sin
trabajar y sin redimir que todos cubren para no ver." (p. 99)
Para
los Vetriccioli, la familia traductora, "Lo que era común a todos era el
fervor, la entrega a la casa y la conciencia de que no se inventaba nada, de
que se trabajaba sobre lo trabajado por otros y se corregía para ser
corregidos, de que la originalidad no existía y ningún trazo personal era
digno". (p. 45) En esa línea, hay algo en esta colección que me hace
pensar en alguien que se entrega a la tradición literaria, sin busca de estilo
ni originalidad. Al mismo tiempo, está todo cuidado en esa prosa, lo que me despierta cierta ambivalencia: está todo bien, pero me resulta un poco antigua, como en un muy buen museo de la literatura, como una mujer hermosa que despierta al mismo tiempo frialdad y distancia. En definitiva, a pesar del título, faltó un poco de furia.
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