Maniobras de
evasión, de Pedro Mairal, es algo así como una autobiografía
literaria no autorizada. En 39 textos cortos, Mairal nos habla de momentos de
su formación como escritor; hace foco en algunos hitos que lo marcaron como
escritor; se recuerda a sí mismo que escribir le hace bien, se castiga por no
escribir suficiente y se intenta convencer de que “la literatura no existe más,
al menos para mí, y me alegra” (p. 11); nos cuenta algunas maniobras para
evitar evadirse de escribir, reflexiona sobre el lenguaje; convoca pero
mantiene a raya a la melancolía; se ríe del mundo que rodea al escritor, de la
“máquina de vender libros” (p. 63), de los congresos, de las charlas, de los
encuentros entre escritores, de las fiestas y los tiroteos nocturnos; pero
también de momentos de su niñez, de su madre, de un accidente que lo marcó, de
sus relaciones, de sus hijos.
En el primer texto
del libro (“Quiero escribir pero me sale espuma”) dice que está “tratando de
ver si hay un libro en todo lo que escribí estos últimos cinco años, un libro
que se llame ‘La novela que no estoy escribiendo’, pero no sé todavía, no sé lo
que mantiene unida en papel toda esa masa de textos.” (p. 13) El cemento,
además de la propia vida de Mairal, son las reflexiones sobre la palabra y
sobre el lugar del escritor. Está, por ejemplo, la idea de la imposibilidad de
escribir: “Siempre siento que es imposible superar al gran guionista del
mundo.” (p. 158); “no hay que escribir más, ¿para qué? No hay que leer tampoco.
Hay que asombrarse, nomás.” (p. 159); la idea de que eso que tenemos en la
cabeza siempre termina pareciendo torpe y pobre cuando finalmente llegamos al
teclado. Segundo, el lugar confuso del escritor: “Se renuncia a ser una persona
real, que trabaja y gana plata y construye algo palpable, y se acepta esa
condición algo fantasma, del que no va, falta, se sienta a escribir, entra en
la experiencia paralela, redacta, lee, no está presente.” (p. 234) Ese lugar que es en la vida y en los propios textos, y cómo lo escrito vuelve y afecta la vida real. En tercer
lugar, se puede hacer literatura con todo, con cualquier cosa, está todo allí
disponible si escuchamos y miramos lo que nos propone aquel gran guionista.
Digo que es una
autobiografía literaria no autorizada porque da la impresión de que el autor no
se autoriza a sí mismo a ir tan lejos, que no se toma a sí mismo tan en serio.
Pero al mismo tiempo, esto es lo que uno puede esperar de un escritor, esto es lo que queremos los que leemos literatura. El
crítico podría hacer esa biografía, para el escritor no puede haber algo tan
cerrado, tiene que quedar algo sin acabar, tiene que haber algo caleidoscópico
y contradictorio porque así es la subjetividad, y algo intersubjetivo junto a toda
esa tribu de escritores de su misma generación (y de lectores que andamos por ahí cerca).
Cada vez que leo a
Mairal (en el blog hablamos de Una noche con Sabrina Love, El año del desierto
y La uruguaya) me hace sentir al mismo tiempo que escribir es fácil, que por
qué no escribo más si es una boludez, y que no tengo chance, de que nunca voy a
lograrlo, de que es imposible llegar a ese equilibrio entre la tradición y la
propia época, entre el lenguaje preciso y elaborado y que los relatos suenen
reales y los personajes parezcan personas y no caricaturas. Al final del día, quizás tenga que
resignarme a escribir sin que me importe el resultado, a que no puedo escaparle
a esa necesidad y que entonces logre hacerlo, como Mermet según Marial, “sin
pretender nada a cambio: ni reconocimiento, ni lectores, ni aplausos, ni
premios, ni publicaciones.” (p. 107) Esperando que al final se ordene todo.
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