Leí Invisible Man,
de Ralph Ellison, que me pareció más importante que divertida. Tenía a Ellison
en un (larguísimo) listado de autores norteamericanos que quiero leer, listado
en el que cuando leo algún libro de algún autor pongo al texto en negrita y en
verde. Además, volvió a aparecer en la lectura de Grand Expectations (historia de EE.UU. entre 1945 y 1974) y está bien, porque Invisible Man es una
novela fundamental dentro de la historia de la literatura americana: es la
primera novela escrita por un negro en ganar el National Book Award, en 1953.
La novela cuenta la
historia de un joven negro del sur que es expulsado de una universidad
progresista para negros (basada seguramente en el Tuskegee Institute en el que
sobresalía Booker T. Washington). De ahí va a Nueva York (“Eso no es un lugar,
es un sueño” p. 152, mientras que Washington “No es más que otra ciudad
sureña”, p. 154.) y termina militando en Harlem en un movimiento político, la
Hermandad, basado en el comunismo, que lucha permanentemente contra un
movimiento nacionalista negro. Aparecen así todas las opciones políticas
disponibles para un joven negro: el progresismo del tipo de Booker T.
Washington, el marxismo y el nacionalismo separatista. Los primeros dos aparecen
dominados por los blancos, que nunca logran ver realmente a los negros, y el
último aparece como violento y ridículo, apelando a una identidad africana
ajena. El personaje termina - como anticipa en el primer capítulo - escondido,
hibernando en un agujero oscuro, porque no parece haber solución posible si no
es reconociendo “el hermoso absurdo de la identidad americana y de la mía
propia.” (p. 559) En esa línea, a veces se cataloga a Ellison como
existencialista.
En un mundo de
blancos, (“los blancos, la autoridad, los dioses, el destino, las
circunstancias - la fuerza que tira de los hilos hasta que te rehúses a que te
sigan tirando. El hombre grande que nunca está ahí, donde pensás que está.” -
p. 154), el personaje se pregunta dónde se ubica un negro, o los negros, y cuál
es su identidad. Y aunque la respuesta
nunca quede lejos del absurdo, el narrador parece decirnos que igual hay que
intentar responderla, y que se construye en el discurso, hablando o escribiendo,
con palabras.
Leída como una novela
de ideas, Invisible Man es más interesante que divertida. Por momentos se me
hizo francamente larga. Y a medida que avanzaba sentí que se reducían los
momentos más poéticos, con metáforas interesantes, muchas veces corridas (“Las
tejas torturadas por el sol descansaban en los techos como juegos de cartas
mojados por el agua desplegados para secarse” - p. 46; “Rayos de calor del sol
del final de la tarde trepaban desde el concreto gris, brillando como los tonos
cansados de un clarín lejano que soplan en el aire calmo de la medianoche.” -
p. 98) y me quedaba sólo con las aventuras de este personaje sin nombre y sus
cavilaciones excesivas.
Originales de las
citas usadas
“New York!” he said. “That’s not a place, it’s a
dream.” (p. 152)
“You going to Washington. It’s just another southern
town.” (p. 154)
“knowing now who I was and where I was and knowing too
that I had no longer to run for or from the Jacks and the Emersons and the
Bledsoes and Nortons, but only from their confusion, impatience, and refusal to
recognize the beautiful absurdity of their American identity and mine.” (p.
559)
“They? Why, the same they we always mean, the white
folks, authority, the gods, fate, circumstances—the force that pulls your
strings until you refuse to be pulled any more. The big man who’s never there,
where you think he is.” (p. 154)
“Sun-tortured shingles lay on the roofs like decks of
water-soaked cards spread out to dry.” (p. 46)
“Heat rays from the late afternoon sun arose from the
gray concrete, shimmering like the weary tones of a distant bugle blown upon
still midnight air.” (p.
98)
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