lunes, 4 de febrero de 2019

Una revolución interna



Días después de leer Grand Expectations, una historia de EE.UU. entre 1945 y 1974 por James Patterson, mi tía María me dijo que tenía que leer Revolutionary Road para ver con cuál de dos Richards quedarme entre Ford y Yates. A Ford lo amamos, sobre todo, por la tetralogía de Frank Bascombe (The SportswriterIndependence DayThe Lay of the Land Let me be Frank with You). A Yates lo había leído sin tanto amor en Eleven Kinds of Loneliness, pero entre la recomendación y la lectura reciente sobre la historia del período que retrata Revolutionary Road, decidí encararlo. Hice muy bien: la novela es excelente (y mucho mejor que la película, que había visto hacía poco tiempo aunque sólo me dí cuenta entrado unas páginas. La película es protagonizada por Di Caprio y Winslet, pero arrasa Kathy Bates como Mrs. Givings.)
En Revolutionary Road, Yates describe muchas de las cosas que Patterson muestra como centrales al período 1945-1974: el proceso de suburbanización; el despertar sexual de una nación que hacia afuera mantiene apariencias de un gran conservadurismo; la era como una era de ansiedades y el auge del psicoanálisis y de los problemas de salud mental. (El gran ausente es quizás el tema más importante del período: el racial, prácticamente sin lugar en la novela.)
Yates retrata esto a partir de la historia de una pareja de jóvenes (llegando a los treinta años) con dos hijos, April y Frank Wheeler. Hace unos años, los Wheeler se mudaron a los suburbios, comprando una casa en Revolutionary Road. (Se la compraron a Mrs. Givings, quien, junto a un marido que baja el volumen de su audífono cuando se cansa de ella y de su hijo, dan una mirada de los Wheeler desde afuera.) La ansiedad suburbana se describe desde la primera escena, con una obra de teatro amateur fallida que protagoniza April, y en muchas instancias. En una escena, después de leerle los chistes del diario a los hijos, Frank “luchó por ponerse de pie, respiró hondo silenciosamente, y se quedó ahí parado en el medio de la alfombra por varios minutos, cerrando con fuerza sus puños dentro de sus bolsillos para contenerse de hacer lo que de pronto pareció la única cosa en el mundo que real y verdaderamente quería hacer: levantar una silla y tirarla por la ventana al jardín.” (p. 59)
Para escapar a lo que Frank llama “el vacío sin esperanza de todo en este país” (p. 200), April embarca a Frank en el plan de mudar a toda la familia a París. Todos ven esta movida como una locura, incluyendo a los Givings y a sus amigos del barrio, Shep y Milly Campbell. El único que apoya y celebra el plan es el hijo de los Givings, que está internado en un manicomio: “hace falta un cierto nivel de huevos para ver el vacío, pero hace falta un buen pedazo más para ver la falta de esperanza” (p. 200), le dice a Frank. Y cuando Frank le dice a April que el plan suena poco realista ella le contesta: “A mí me parece que esto es poco realista. Me parece poco realista que un hombre con una buena cabeza siga año tras año trabajando como un perro en un trabajo que no soporta, volviendo a una casa que no soporta en un lugar que tampoco soporta”. (p. 115)
Más allá de la trama, lo que está muy bien es la construcción de los personajes, y eso es lo que me parece que cuesta más transmitir al cine. En la novela se profundiza más sobre las historias de cada uno de los personajes principales y aparecen sobre todo en la interacción entre ellos: en lo que cada uno opina sobre los demás se ve más sobre el que opina que sobre el observado. Y el influjo del psicoanálisis se ve va más allá de las menciones a la posibilidad de que alguno u otro de los personajes comience terapia. Frank y April, en el fondo, están luchando por evitar la repetición de las vidas de sus padres (o por que sus hijos repitan las de ellos.) En esa línea, el capítulo cinco de la primera parte es genial: comienza con un día de la infancia de Frank en que el padre lo lleva al trabajo y termina con su relación con el padre, con el trabajo y con su idea de qué es ser un hombre. Pero sobre todo lo que me parece notable, y digno de emular en el que quiera escribir, es que Yates escribe a fondo cada escena; se toma su tiempo para contarte el detalle de cada escena y de cada personaje, cómo habla, cómo come, qué hace con sus manos mientras habla; y en esa descripción minuciosa de la vida de sus personajes, Yates nos pinta una época.

* Nota al pie sobre el título (del libro y del post). La definición antigua de la idea de revolución pasa por un quiebre histórico sobre lo anterior. La definición antigua, en cambio, es más bien de un cambio recurrente pero que termina en el mismo lugar: como la revolución de un motor, que es de 360 grados. ¿Cambia verdaderamente algo en la novela? ¿El psicoanálisis es o puede ser revolucionario en sentido moderno? 

Originales de las citas usadas
“When the funnies were finished at last he struggled to his feet, quietly gasping, and stood for several minutes in the middle of the carpet, making tight fists in his pockets to restrain himself from doing what suddenly seemed the only thing in the world he really and truly wanted to do: picking up a chair and throwing it through the picture window.” (p. 59)
"it does take a certain amount of guts to see the emptiness, but it takes a whole hell of a lot more to see the hopelessness." (p. 200)
"I happen to think this is unrealistic. I think it’s unrealistic for a man with a fine mind to go on working like a dog year after year at a job he can’t stand, coming home to a house he can’t stand in a place he can’t stand either, to a wife who’s equally unable to stand the same things, living among a bunch of frightened little—my God, Frank, I don’t have to tell you what’s wrong with this environment—I’m practically quoting you." (p. 115)




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