lunes, 2 de diciembre de 2019

Más Borges



Pienso que hago mal en agrupar libros de Borges para estas lecturas. Hago mal porque estoy juntando cronológicamente y a veces eso resulta en cosas distintas: por ejemplo, hoy presento dos libros con muchas similitudes (Discusión e Historia de la eternidad) con uno bastante distinto (Historia universal de la infamia). Hago mal porque le quito especificidad a cada libro. Y hago mal porque tomé esa decisión tácitamente suponiendo que aburriría si hiciera un apunte por libro: como si no aburriera igual, como si yo estuviera haciendo esto realmente suponiendo que hay alguien leyendo del otro lado. Creo que después de esta lectura pasaré a una por libro.
Discusión (1932) incluye casi veinte textos muy diversos: unos cuantos de crítica literaria, otros más filosóficos, alguno de cine. Debo decir que el Borges filósofo me aburre un poco: vuelve (acá y en otros libros) sobre Aquiles y la tortuga, los laberintos, el infinito, la naturaleza del tiempo, todos temas profundos pero que no me despiertan ninguna pasión. Al mismo tiempo, eso es un poco Borges; Borges es un autor laberíntico, infinito. Así, en “Nota sobre Walt Whitman”, dice: “El ejercicio de las letras puede promover la ambición de construir un libro absoluto, un libro de los libros que incluya a todos como un arquetipo platónico, un objeto cuya virtud no aminoren los años.” (p. 530) Borges es un poco eso.
Los dos textos que encontré más interesantes, quizás porque yo venía pensando en la idea de una tradición argentina, son “La poesía gauchesca” y “El escritor argentino y la tradición”. Borges describe a la poesía gauchesca como algo que nace “de la azarosa conjunción” de los estilos vitales urbano y rural: “del asombro que uno produjo en el otro, nació la literatura gauchesca”. (p. 457) En “El escritor argentino y la tradición” Borges engloba esa cosa argentina de choque urbano / rural en una tradición mayor. Dice que hay quienes dicen que la tradición argentina “ya existe en la poesía gauchesca” (p. 550); quienes dicen que nuestra “tradición es la literatura española” (p. 554); y quienes dicen “que nosotros, los argentinos, estamos desvinculados del pasado” (p. 555). Frente a todos ellos, Borges engloba a la tradición argentina en la tradición occidental: “Creo que nuestra tradición es toda la cultura occidental, y creo también que tenemos derecho a esta tradición”; los argentinos pueden ser como los judíos en occidente, que “sobresalen en la cultura occidental, porque actúan dentro de esa cultura y al mismo tiempo no se sienten atados a ella por una devoción especial”. (p. 556)
(Párrafo aparte merece la inclusión de este texto en Discusión. “El escritor argentino y la tradición” es de 1953 y Discusión de 1932. Resulta así que en un libro fechado en 1932 se habla de la Guerra Civil española y del nazismo… La explicación es que Borges decidió incluir ese texto en la edición de Discusión de 1957, pero decidió hacerlo sin una nota al pie, y las ediciones sucesivas de sus obras completas respetan – a mi criterio erróneamente – esa omisión.)
Historia universal de la infamia (1935) es un conjunto de textos sobre personajes infames, a veces en tono casi bíblico. Tiene momentos muy borgeanos como estos: “Era persona de una sosegada idiotez.” (p. 584); el uso de clavel como metáfora de sangre (“hasta que de una oreja salta un clavel porque el cuchillo ha entrado en un hombre” - p. 594); “mujeres de frágil peinado monumental” (p. 598); “En las noches con olor a niebla quemada” (p. 600). También me llevó a preguntarme sobre Borges y EE.UU.; sobre cuánto conoció él de EE.UU. y qué imagen se hizo de ese país, como tema de investigación a futuro. Es un libro con historias que se leen muy bien, y que dejan al lector siempre preguntándose sobre las fuentes de Borges, sobre la ficción y la realidad.
En Historia de la eternidad vuelve el Borges más filosófico y metafísico (“Historia de la eternidad”, “La doctrina de los ciclos”, “El tiempo circular”) mezclado con el crítico (“Las ‘kenningar’”, “La metáfora” de nuevo, “Los traductores de ‘Las mil y una noches’”.) Me gustó la idea de que la eternidad no es mucho tiempo uno al lado del otro, digamos, sino la supresión del tiempo o el tiempo mismo: “la eternidad, cuya despedazada copia es el tiempo”. (p. 644) A cualquiera que haya traducido le tiene que interesar “Los traductores de ‘las mil y una noches’", un poco sobre la imposibilidad de traducir. Refiere a una “hermosa discusión Newman-Arnold (...) Newman vindicó en ella el modo literal, la retención de todas las singularidades verbales; Arnold, la severa eliminación de los detalles que distraen o detienen. (...) Traducir el espíritu es una intención tan enorme y fantasmal que bien puede quedar como inofensiva; traducir la letra, una precisión tan extravagante que no hay riesgo de que la ensayen.” (p. 690)

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