Pienso que hago
mal en agrupar libros de Borges para estas lecturas. Hago mal porque estoy
juntando cronológicamente y a veces eso resulta en cosas distintas: por ejemplo,
hoy presento dos libros con muchas similitudes (Discusión e Historia de la
eternidad) con uno bastante distinto (Historia universal de la infamia). Hago
mal porque le quito especificidad a cada libro. Y hago mal porque tomé esa
decisión tácitamente suponiendo que aburriría si hiciera un apunte por libro:
como si no aburriera igual, como si yo estuviera haciendo esto realmente
suponiendo que hay alguien leyendo del otro lado. Creo que después de esta
lectura pasaré a una por libro.
Discusión (1932)
incluye casi veinte textos muy diversos: unos cuantos de crítica literaria,
otros más filosóficos, alguno de cine. Debo decir que el Borges filósofo me
aburre un poco: vuelve (acá y en otros libros) sobre Aquiles y la tortuga, los
laberintos, el infinito, la naturaleza del tiempo, todos temas profundos pero
que no me despiertan ninguna pasión. Al mismo tiempo, eso es un poco Borges; Borges
es un autor laberíntico, infinito. Así, en “Nota sobre Walt Whitman”, dice: “El
ejercicio de las letras puede promover la ambición de construir un libro
absoluto, un libro de los libros que incluya a todos como un arquetipo
platónico, un objeto cuya virtud no aminoren los años.” (p. 530) Borges es un
poco eso.
Los dos textos que
encontré más interesantes, quizás porque yo venía pensando en la idea de una
tradición argentina, son “La poesía gauchesca” y “El escritor argentino y la
tradición”. Borges describe a la poesía gauchesca como algo que nace “de la
azarosa conjunción” de los estilos vitales urbano y rural: “del asombro que uno
produjo en el otro, nació la literatura gauchesca”. (p. 457) En “El escritor
argentino y la tradición” Borges engloba esa cosa argentina de choque urbano / rural
en una tradición mayor. Dice que hay quienes dicen que la tradición argentina “ya
existe en la poesía gauchesca” (p. 550); quienes dicen que nuestra “tradición
es la literatura española” (p. 554); y quienes dicen “que nosotros, los
argentinos, estamos desvinculados del pasado” (p. 555). Frente a todos ellos,
Borges engloba a la tradición argentina en la tradición occidental: “Creo que
nuestra tradición es toda la cultura occidental, y creo también que tenemos
derecho a esta tradición”; los argentinos pueden ser como los judíos en
occidente, que “sobresalen en la cultura occidental, porque actúan dentro de
esa cultura y al mismo tiempo no se sienten atados a ella por una devoción
especial”. (p. 556)
(Párrafo aparte
merece la inclusión de este texto en Discusión. “El escritor argentino y la
tradición” es de 1953 y Discusión de 1932. Resulta así que en un libro fechado
en 1932 se habla de la Guerra Civil española y del nazismo… La explicación es
que Borges decidió incluir ese texto en la edición de Discusión de 1957, pero
decidió hacerlo sin una nota al pie, y las ediciones sucesivas de sus obras
completas respetan – a mi criterio erróneamente – esa omisión.)
Historia universal
de la infamia (1935) es un conjunto de textos sobre personajes infames, a veces
en tono casi bíblico. Tiene momentos muy borgeanos como estos: “Era persona de
una sosegada idiotez.” (p. 584); el uso de clavel como metáfora de sangre (“hasta
que de una oreja salta un clavel porque el cuchillo ha entrado en un hombre” - p.
594); “mujeres de frágil peinado monumental” (p. 598); “En las noches con olor
a niebla quemada” (p. 600). También me llevó a preguntarme sobre Borges y
EE.UU.; sobre cuánto conoció él de EE.UU. y qué imagen se hizo de ese país,
como tema de investigación a futuro. Es un libro con historias que se leen muy
bien, y que dejan al lector siempre preguntándose sobre las fuentes de Borges,
sobre la ficción y la realidad.
En Historia de la
eternidad vuelve el Borges más filosófico y metafísico (“Historia de la
eternidad”, “La doctrina de los ciclos”, “El tiempo circular”) mezclado con el
crítico (“Las ‘kenningar’”, “La metáfora” de nuevo, “Los traductores de ‘Las
mil y una noches’”.) Me gustó la idea de que la eternidad no es mucho tiempo
uno al lado del otro, digamos, sino la supresión del tiempo o el tiempo mismo: “la
eternidad, cuya despedazada copia es el tiempo”. (p. 644) A cualquiera que haya
traducido le tiene que interesar “Los traductores de ‘las mil y una noches’", un
poco sobre la imposibilidad de traducir. Refiere a una “hermosa discusión
Newman-Arnold (...) Newman vindicó en ella el modo literal, la retención de
todas las singularidades verbales; Arnold, la severa eliminación de los
detalles que distraen o detienen. (...) Traducir el espíritu es una intención
tan enorme y fantasmal que bien puede quedar como inofensiva; traducir la
letra, una precisión tan extravagante que no hay riesgo de que la ensayen.” (p.
690)
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