Mi biblioteca
Mairal se sigue ensanchando: leí Breves amores eternos y lo disfruté cada
minuto. (Antes leí: Pornosonetos, La uruguaya, El año del desierto, Una noche con Sabrina Love, Maniobras de evasión, El equilibrio, Salvatierra, El gran surubí).
Me acuerdo de la
primera vez que leí “Sudor”, en la página de Eterna Cadencia, y haber pensado:
ah, se puede escribir así sobre el sexo y el deseo. El gran tema que cruza casi
todo el libro es la dificultad de mujeres y varones para comunicarse en el
idioma del deseo. En el primer cuento, “Un verano feliz”, el marido se escapa
para acostarse con una prostituta y piensa: “Melanie era cariñosa, me trataba
bien, me ponderaba, me hacía sentir como un hombre. Daban ganas de hacerla ir a
mi mujer para mostrarle y decirle ¿ves lo fácil que es tenerme contento?” (p.
13) Y en el último, “La virginidad de Karina Durán”, los dos personajes no consuman
y parecen terminar en arreglos sexuales individuales. En el medio, está “Coger
en castellano”, donde justamente se cruzan el lenguaje y el sexo, y muchos
otros cuentos donde Mairal habla del sexo con humor, inteligencia y belleza.
Un segundo tópico
que se repite es el de la distancia entre los sueños y la realidad. Vemos a
muchos personajes que buscan conmovedoramente hacer frente a esa tendencia que
tiene la vida de no llegar nunca a cumplir nuestras expectativas. Por ejemplo: en “Los caminos del
amor”, un esposo y una esposa de años hacen un esfuerzo descomunal para
despertar (o recordar) el deseo; y la profesora Bellini intenta relatar con entusiasmo
un viaje esperado por años que terminó defraudando.
Una tercera marca
Mairal es el de la mirada sobre la clase social; su ridiculez y obstinación, la
incomodidad de los que se salen, etc. Es el tópico central de “La vuelta”, está
presente en “Sally Méndez” (la vida vista desde un Maxiconsumo por una chica de
clase acomodada venida a menos) y de “Cero culpa” (donde la narradora dice que “Alguien
nos borró la palabra hermoso del diccionario de Barrio Norte y nosotros lo
aceptamos.” - p. 37).
Finalmente, llego
a este comentario: más allá de que obviamente estoy influido por mi proyecto de
lectura de Borges, en pleno desarrollo, me resulta imposible leer a Mairal y no
pensar en Borges. A veces es a través de la adjetivación - “Me sorprendía la
exactitud de su belleza.” (p. 69) o una mujer “de una belleza intermitente” (p.
190) –; también en una metáfora como “Herrera se ha disparado un arcabuzazo en
la sien y en lugar de sangre le han manado hormigas rojas.” (p. 152), como el
clavel de Historia universal de la
infamia; en la mención a Quevedo y Góngora por la profesora Bellini; y en el relato “Cuadros”, sobre un filósofo inglés guiado por una
asistente mucho más joven.
El contraste
principal pasa por el choque entre cuerpo y mente o vida activa y vida
contemplativa. Una de las críticas que le hacen a Borges cuando no gana el Premio
Nacional es que era una literatura deshumanizada, y Zambra dice de Mairal lo
contrario; no es que vive para narrar, dice el chileno, sino que “después de
vivir intensa y silenciosamente, decide narrar”. Mientras que Borges es un
escritor del intelecto, filosófico, cererbral, con las emociones escondidas, los cuentos de Mairal están siempre
arraigados en la vida real; sus personajes trabajan, estudian, cogen, se
enamoran, se pelean, sueñan y se desengañan y vuelven a intentar.
Breves amores
eternos es un libro lleno de vida y de lenguaje y divierte mientras te cuenta
cosas sobre el mundo.
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