Leí Historia de la noche y no me pasó casi
nada. En el epílogo, Borges dice que “Un hecho cualquiera (...) puede suscitar
la emoción estética. La suerte del poeta es proyectar esa emoción, que fue
íntima, en una fábula o en una cadencia. La materia de que dispone, el
lenguaje, es, como afirma Stevenson, absurdamente inadecuada.” (p. 223) La
proyección desde aquella emoción a este lector fue mínima. En parte puede ser
por la inadecuación del lenguaje, en parte por inadecuación del lector o del
poeta; en parte, quizás, porque somos personas de sensibilidades diferentes.
“Como ciertas
ciudades, como ciertas personas, una parte muy grata de mi destino fueron los
libros”, dice en la misma página Borges, y muchos de los poemas hablan de esa
pasión. Yo leo y escribo, pero mi relación con los libros es, evidentemente,
menos íntima. Uno de tantos poemas de esta colección sobre libros es
“Alejandría, 61 A.D.”, donde Borges presenta de otra manera su tesis sobre la
literatura como algo colectivo, desligado de individuos concretos: “Las
vigilias humanas engendraron / los infinitos libros. Si de todos / no quedara
uno solo, volverían / a engendrar cada hoja y cada línea, / cada trabajo y cada
amor de Hércules, / cada lección de cada manuscrito.” (p. 183) También son
sobre libros o sobre la literatura “Metáforas de ‘Las mil y una noches’”,
“Alguien”, “Un escolio”, “Ni siquiera soy polvo” y tantos más.
“Milonga de un
forastero”, en cambio, vuelve al viejo tema borgiano del enfrentamiento de dos
cuchilleros por el enfrentamiento mismo: “Nunca se han visto la cara / no se
volverán a ver; no se disputan haberes / ni el favor de una mujer.” (p. 201) Le
sigue “El condenado”, otro duelo, pero mágico y esta vez por una razón (una
mujer) y con estos adjetivos: “inmovil atardecer”, “solitario almacén”, “puñal
imposible”. (p. 203) (Se me ocurre este ejercicio de escritura: escriba cinco
adjetivos; escriba cinco sustantivos; junte sustantivos con adjetivos; junte
las parejas en un relato).
Hay poemas mucho
más personales. Quizás de los más personales que recuerdo haber leído en
Borges. Esto lo marca ya la “Inscripción” inicial, con una elaborada
dedicatoria a María Kodama. “Gunnar Thorligsson (1816-1879)” parece hablar de
Islandia y de la literatura para terminar en un beso. “Things that might have
been” se pregunta por distintos contrafácticos para terminar con “El hijo que
no tuve” (p. 207) En “Manuel Peyrou” hay una línea con dos hipálages exquisitas
- “el café insomne y el propicio vino” (p. 213) - y termina con una declaración
de amor al amigo: “hemos hablado de un querido amigo / que no puede morir. Que
no se ha muerto.” (p. 214) “The thing I am” junta la cuestión de la identidad
con sus antepasados y con su condición de escritor: “Soy al cabo del día el
resignado / que dispone de un modo algo distinto / las voces de la lengua
castellana / para narrar las fábulas que agotan / lo que se llama la
literatura.” (p. 215)
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