Leí, un
poco por arriba, El ombligo del mundo. Notas para escribir autoficción,
de Julia Coria. Empecé con ganas y después de un rato se me fue deshilachando;
decidí dejarlo, seguí leyendo otra cosa, y ayer, haciendo tiempo antes de una
reunión, lo agarré y lo terminé más por arriba.
¿Qué es la
autoficción? Una buena definición de Coria es que es “yo al cubo”: son textos
que “proponen una coincidencia entre la identidad de quien escribe, la de quien
narra y la de quien protagoniza” (p. 22), pero al que se le agrega un costado
de ficción. Así, “las autoficciones están hechas de la memoria, que es
su sustrato: a esto alude el prefijo auto”, pero “no hay un piso mínimo
de realidad en la escritura de la propia experiencia. La partícula ficción
en el término autoficción está ahí para recordárnoslo” (p. 27). Por eso
hay quienes hablan de un “pacto oximorónico”, porque nos dicen que es la
realidad, pero que también no lo es, que es ficción.
Coria, que
defiende una definición más o menos como esta y también la práctica de la
autoficción bien entendida (esto es, cuando se hace con un fin literario, como
hecho estético, artístico) también presenta algunas de las objeciones. En el primer sentido, el de la defensa de la autoficción, quizás lo que más me gustó a mí es una cita de Liliana Heker que busca
separar la autoficción de una mera catarsis, por ejemplo. Dice Heker: “se trata
de construir con la experiencia personal un hecho literario, susceptible como
cualquier otro, de justificarse, no por su condición de ‘cosa vivida por mí’,
sino por su intensidad, su belleza, por el absurdo o la repulsión o el miedo en
que sumerge a quien lo lee, por la conmoción o el impacto que provoca en el
otro. Ni más ni menos que cualquier hecho artístico” (p. 32/33). La principal
objeción, que es con la que estoy más de acuerdo, es otra cita, esta vez de Ariana
Harwicz, a quien Coria escuchó en algún congreso y que “fue muy vehemente al
sostener que no hay ficción que no se nutra de la realidad ni supuesta
autoficción que no la eluda, por lo que la categoría no vale la pena” (p. 23).
Como decía,
tiendo a estar de acuerdo. Entonces pienso un poco como cientista social y me pregunto
cuáles son las categorías posibles de lo literario. Más cerca de la realidad
tendríamos a una cosa que llamamos “no ficción”; más alejado de la realidad
algo que llamamos “ficción”; y más o menos en el medio algo que llamamos “autoficción”.
Pero aparentemente siempre es una cuestión de grado (sería una variable
continua y no discreta, digamos).
Mi novela,
o novella, Flanders, que usted puede conseguir en el kiosco a la
salida del teatro, está super recontra mil nutrida de la realidad, de mis
experiencias, pero yo no soy ese, no laburaba en ese lugar, no hice las cosas
que hace el personaje, y aunque mi sobrino diga que el personaje del sobrino “es
él”, porque lo hice hablar un poco como habla él, y a pesar de que yo pensaba en su cara cuando
escribía al personaje, no es él en un montón de cosas: lo cargo y le digo, “flaco,
el sobrino del libro leía y vos no agarrás un libro ni muerto”. En muchos
sentidos, de hecho, el sobrino era yo a los 15, y el narrador del libro, que
era un poco el yo de los 40, era el tío que me hubiera gustado tener a los 15.
¿Entonces? Yo, con Harwicz, creo que no agrega mucho saber si es “ficción”, “autoficción”
o “no ficción literaria”. Como lector, yo quiero leer algo que me atrape, me
seduzca, me conmueva, me toque estéticamente, y el personaje que leo (por
ejemplo, Joe en la última novela que leí), no me importa si es igual, parecido
o nada que ver con el escritor. Si lo pienso, no me queda duda de que Ford tomó
de su experiencia como hijo (de hecho, hay similitudes entre Wildlife y Canada,
dos novelas donde los hijos ven a los padres haciendo cosas no muy comunes o
positivas); pero en el fondo, cuando estoy leyendo, no lo pienso ni lo quiero
pensar: suspendo el juicio y actúo como si Joe fuera “real”, no en el sentido
de que haya ocurrido eso, sino en que podría haber ocurrido, de que Joe podría ser real. No me importa nada que sea
real o no, sino que sea verosímil, que yo pueda creer que podría serlo.
Bueno, eso,
no me volvió loco lo de Coria, pero al final un poco pensé y escribí así que
tan mal no debe estar. Ah, y el título es genial: El ombligo del mundo
hace referencia a que los que escriben o escribimos autoficción tenemos que
partir de la base de que a alguien más le tiene que interesar lo que nos pasa.
En cambio, el que escribe ficción, el artista… “vaya, qué coincidencia”, diría
Les Luthier.
No hay comentarios:
Publicar un comentario