La luz negra es una novela sobre la falsificación, que quizás quiere decir que es sobre la identidad (¿no lo son todas?), pero también es, quizás, el relato de un duelo. La narradora, encerrada en un hotel que da al cementerio de la Recoleta, recuenta cómo una vida cerca del arte la llevó al mundo de la falsificación. Cómo, por trabajar junto con una persona encargada de certificar la originalidad de cuadros, Enriqueta Macedo, terminó persiguiendo a una antigua falsificadora, la enigmática Negra. En el medio, también, nos recrea un mundo, el del Buenos Aires de los sesenta, en torno a la “Banda de Falsificadores Melancólicos”, y hasta una subasta de objetos de Mariette Lydis, una pintora austríaca que vivió y murió en Buenos Aires, y que está sepultada, claro, en el cementerio de la Recoleta. El relato está construido con datos y personas que sabemos reales y otros que quizás sólo los entendidos pueden saber.
La Negra era la mejor de las falsificadoras. Falsificar, nos dice Gainza, “es todo un arte porque supone meterse en la cabeza del otro, requiere de empatía y, ¿por qué no?, de genio. Era una falsificadora original, si tal cosa existe” (p. 37). La narradora, quien hasta donde sabemos jamás agarra un pincel, es también una falsificadora. Se mete en el mundo del arte porque no tiene mucho dónde ir y allí la conecta el “tío Richard”. Y sigue adelante, quizás, porque ese es el personaje que construyó o está construyendo. En un momento, al ser despedida del diario en el que se desempeñaba como crítica, llora: “mientras sentía una lágrima correr por mi mejilla me pregunté si no serían de cocodrilo. A veces uno entra en personaje y es difícil distinguir” (p. 74).
Como investigadora quizás es falsificadora, quizás apenas una amateur. En definitiva, investiga menos por interés en el arte o la historia que por dolor, quizás por amor. Entre muchas otras cosas, Enriqueta le había enseñado la importancia de tener una búsqueda: “’Una búsqueda te ordena’, me había dicho, ‘mantiene la cosa a raya’” (p. 77). Y la narradora necesitaba mantener la cosa a raya. “Cuando un ser querido muere, el acto reflejo es básico, e intuyo, universal: uno vuelve mentalmente a esa persona, repasa los temas de conversación, rescata el viejo léxico de guiños y chistes internos, revisa los lugares comunes” (p. 139).
No me volvió loco La luz negra; me gustó quizás menos que El nervio óptico, y hasta se me hizo larga por momentos. La encuentro deshilachada e inconclusa, pero ahí está, ya por su sexta edición o más y traducida a diez idiomas y todo eso.
Otras citas
“Qué cosa monstruosa nuestro pasado, en especial cuando ha sido excitante” (p. 43).
“Rara vez un hombre le propone algo a una mujer sin que ella, minutos antes, no lo haya intuido” (p. 46).
“Tenemos poco y nada: solo lo que somos hoy, como mucho lo que hicimos ayer, lo que haremos mañana, con suerte” (p. 134).
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