Leí Ladrilleros, novela de Selva Almada publicada en 2013 y que disfruté mucho. Ladrilleros relata el enfrentamiento de dos familias, los Tamai y los Miranda, en algún lugar del Chaco (¿sólo por eso me hizo acordar a Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued?). Primero los padres, Oscar Tamai y Elvio Miranda; después los hijos, Pájaro Tamai y Marciano Miranda.
En un lugar
violento donde sacrifican a un perro ahorcándolo, donde el calor oprime y los
humanos son más animales que sociales:
“Llegaron a
un grupito de árboles y Tamai la apoyó contra el tronco de uno. Sintió la corteza
áspera raspándole la espalda que el solero le dejaba desnuda. En un puño
mantuvo agarrada la bombacha y al otro se lo mordió para no gritar cuando lo tuvo
todo adentro al novio.
Cuando
terminó, se arregló la ropa, aturdida. Él, jadeando, se recostó contra el árbol
y prendió un cigarrillo, luego la atrajo con un brazo y le besó la frente.
– De parados
no preña –le susurró.”
Almada te
lleva así, directo. Como cuando Celina conoce a Oscar, y “el corazón se le
paraba adentro del pecho. Fue apenas un instante porque cuando el hombre
comenzó a caminar hacia ella, haciendo sonar los tacos de sus botas sobre los
mosaicos del piso, empezó a latir desaforado. Tamtam las botas; tamtam el
corazón.” (p. 30) Sólo en algunos momentos tuve algunos problemas con la
puntuación, porque soy medio molesto con eso, o con algunas palabras que me
sacaban del registro del lugar. Y te lleva contando quizás dos décadas de
historia en doscientas páginas cortas, yendo y volviendo en el tiempo,
empezando en el presente para terminar en el mismo lugar, en una novela que
tiene algo de Montescos y Capuletos y de un amor imposible y muertes también,
con cuchillos, claro: “Los filos hambrientos buscaron la carne enemiga”.
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