Este blog casi siempre se piensa y muchas veces se escribe en un tren y ayer cuatro personas murieron en un tren parecido.
No quiero hablar de política ferroviaria, de subsidios, de inversiones, de seguridad, aunque francamente espero que otros lo hagan. Quiero hablar de esas personas, con quienes tenía en común, por lo menos, la condición de viajero y de humano. Seguramente nos diferenciaban muchas otras cosas, y hoy nos separa el abismo de la variable dicotómica por excelencia: ellos no viven más.
En algún lado, Hannah Arendt dice que, aunque todos los seres humanos sabemos que inexorablemente hemos de morir, no es para ello que hemos nacido. Hemos nacido para otras cosas, para producir cambios en nuestro entorno con nuestro trabajo, para dar vida, para establecer vínculos, para vivir.
Hannah Arendt en una postal alemana de 1988 (Wikipedia).
Vivimos no del todo conscientes de que nuestro último viaje puede llegar en cualquier momento. Esto es normal: no podemos andar por la vida pensando que cada día puede ser el último. Pero este tipo de tragedias deberían servir también para recordarnos que éste es nuestro único viaje, para reflexionar sobre cómo estamos viviendo, para tratar de vivir mejor.
Me pregunto si realmente había un silencio especial en el tren de 7:50 hoy o si sólo se trata de una percepción mía.
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