lunes, 13 de enero de 2025

Fuera de tiempo

 


Leí, finalmente, un libro del que había escuchado hablar y leído citas un millón de veces desde la adolescencia, edad en la que generalmente se lo lee: El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl.

En pocas palabras, Frankl, un psiquiatra austríaco que sobrevivió a los campos de concentración del nazismo, utiliza esa experiencia para transmitir “que la vida tiene potencialmente sentido bajo cualquier conjunto de condiciones, incluso las más miserables” (l. 74). Esa es, por otro lado, la base de su escuela psicológica, la logoterapia, que “se enfoca en el sentido de la existencia humana y en la búsqueda de tal sentido por el hombre. Según la logoterapia, la lucha por encontrar el sentido en la vida es la principal fuerza motivacional en el hombre.” (p. 98) La “principal preocupación del hombre no es lograr el placer o evitar el dolor sino más bien ver sentido en su vida” (p. 113).

El libro me hizo sentir viejo. Viejo y fuera de época. Porque estoy bastante de acuerdo con Frankl o, más bien, creo que intento vivir mi vida con una ética más o menos similar. Dice Frankl que el hombre enfrenta siempre una tríada trágica de dolor, culpa y muerte, pero que esa tríada puede enfrentarse con “optimismo trágico”, un optimismo que permite: “(1) convertir el sufrimiento en un logro o un éxito; (2) obtener de la culpa la oportunidad de cambiarse a uno mismo, mejorándose; y (3) obtener de la transitoriedad de la vida un incentivo para tomar acciones responsables”. He tratado de trabajar en cosas en las que veo o veía sentido, trato de ser un buen padre y buen amigo de mis amigos, de ayudar a otros a enfrentar esa tríada trágica, de vivir con responsabilidad. Pero vivimos en una época que glorifica el sinsentido y hablar de todo esto me parece totalmente fuera de época. Así como los beat vivían bajo el peligro inminente de un apocalipsis nuclear y derivaban de eso su filosofía del sinsentido, hoy vivimos bajo lo que parece el comienzo del apocalipsis climático y parece imperar una filosofía similar para la que no fui formateado.

Y escribo, acá, sobre lo que leo, aunque nadie me lea. Go figure.

 

Originales de las citas

“I had wanted simply to convey to the reader by way of a concrete example that life holds a potential meaning under any conditions, even the most miserable ones.” (l. 74)

“Logotherapy, or, as it has been called by some authors, “The Third Viennese School of Psychotherapy,” focuses on the meaning of human existence as well as on man’s search for such a meaning. According to logotherapy, this striving to find a meaning in one’s life is the primary motivational force in man.” (p. 98).

“man’s main concern is not to gain pleasure or to avoid pain but rather to see a meaning in his life.” (p. 113).

““a tragic optimism.” In brief it means that one is, and remains, optimistic in spite of the “tragic triad,” as it is called in logotherapy, a triad which consists of those aspects of human existence which may be circumscribed by: (1) pain; (2) guilt; and (3) death.” (p. 137).

“an optimism in the face of tragedy and in view of the human potential which at its best always allows for: (1) turning suffering into a human achievement and accomplishment; (2) deriving from guilt the opportunity to change oneself for the better; and (3) deriving from life’s transitoriness an incentive to take responsible action.” (p. 137).

lunes, 6 de enero de 2025

Mi 2024 en lecturas (no fue muy bueno)

2024 no fue un gran año de lecturas para mí. En lo personal, fue un año muy bueno en muchas facetas, a pesar de algunos golpes muy duros. Pero no fue un gran año de lecturas. En lo estadístico, subí 30 lecturas, apenas por debajo del promedio de casi 31 desde que llevo este blog. Fue el año más equilibrado en términos de género del autor: 48 por ciento fueron mujeres y 52 por ciento varones (en los 12 años anteriores, los varones habían sido siempre más, con un año de 60 por ciento, cuatro entre 70 y 79 por ciento y siete arriba de 80 por ciento). Y el combo mujeres en español subió a su máximo, de 28 por ciento, cuando sólo había subrayado el 20 por ciento dos veces antes.

Ninguno de los libros de mujeres en español que leí este año estuvieron entre los que más me gustaron. Las argentinas contemporáneas de moda no me gustan. Y las de esta nueva generación que ahora pisan los 40 me parecen, en general, demasiado deprimentes. Creo que el que más me gustó dentro de la categoría de mujeres en español fue Alguien a quien contarle todo, de Joana D’Alesio.

Hoy diría que el podio quedaría así:

3. Wildfire, de Richard Ford

2. Life Before Man, de Margaret Atwood

1. Extremely Loud and Incredibly Close, de Jonathan Safran Foer 

En este último post del año, van mis deseos de buenas lecturas en 2025 para mis poquísimos lectores y para mí. Si pudiera darnos un consejo sería este: lean lo que se les cante.

lunes, 30 de diciembre de 2024

Historia incompleta

 


Leí The Forgotten Colony, de Andrew Graham Yooll, una historia de los pueblos de habla inglesa en la Argentina. Como otro que leí hace poco, El ombligo del mundo, es un libro en el que el título es de lo mejor del libro. Que Argentina sea la colonia británica olvidada por la historiografía me parece un hallazgo.

Llegué a The Forgotten Colony porque me dio ganas de investigar un poco sobre la comunidad británica en la Argentina y, más precisamente, sobre los argentinos y anglo-argentinos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial, tema que toqué en esta nota que me publicó la Revista Seúl, pero del que sé mucho menos de lo que me gustaría. Tras publicar aquella nota, me contactó un nieto de uno de los excombatientes que mencionaba allí, Jack Blight. El nieto me contó cosas que me hicieron querer saber más y buscando algo introductorio sobre las comunidades británicas en la Argentina lo primero que apareció fue el libro de Graham Yooll, que llegó a casa a los pocos días por Mercado Libre.

El libro es flojo como una historia, es en cierto sentido un anecdotario y tiene muchos agujeros. Por ejemplo, no se menciona la crisis de 1929 y lo que significó para Argentina y para las relaciones argentino-británicas; así, los dos o tres párrafos que dedica al tratado Roca-Runciman quedan totalmente descolgados, sin sentido.

El argumento principal de Graham Yooll es que, aunque la influencia británica en Argentina fue muy grande, sobre todo en las áreas del comercio, la educación, el transporte y los deportes, y hasta 1914, “la comunidad británica residente [en Argentina] tiende a ser olvidada o mencionada solamente al pasar en los estudios políticos y económicos de las relaciones entre ambos países” (p. 3). Los británicos fueron influyentes en las primeras décadas tras 1810 en el comercio y luego con los ferrocarriles y los frigoríficos. En la Primera Guerra pelearon casi 5.000 anglo-argentinos (sobre una población estimada de más o menos 30.000), pero sólo aproximadamente un cuarto de ellos volvió (p. 239). El segundo golpe fue doble: la Segunda Guerra, que tuvo más de dos mil voluntarios anglo-argentinos, entre mujeres y varones, y la nacionalización de los trenes por Perón al finalizar la guerra, en lo que Graham Yooll equipara con la caída del telón. El revisionismo (Graham Yooll no entra demasiado en esto, pero algo de eso hay en la nacionalización de los trenes) primero y Malvinas después, llevan a cambiar la valoración de la relación: de ser parte clave de los que hicieron el país, los británicos pasan a ser imperialistas y usurpadores. De vuelta, Graham Yooll dice sólo parte de todo esto, y lo completo yo con el cambio de ideas post-1945 y el impacto de 1929, del que el autor no dice nada. Después, claro, vendría Malvinas. 

En definitiva, no es una gran historia del tema, pero despierta ideas y me abre el camino para seguir investigando.

miércoles, 18 de diciembre de 2024

Yo quiero creer

 


Leí, un poco por arriba, El ombligo del mundo. Notas para escribir autoficción, de Julia Coria. Empecé con ganas y después de un rato se me fue deshilachando; decidí dejarlo, seguí leyendo otra cosa, y ayer, haciendo tiempo antes de una reunión, lo agarré y lo terminé más por arriba.

¿Qué es la autoficción? Una buena definición de Coria es que es “yo al cubo”: son textos que “proponen una coincidencia entre la identidad de quien escribe, la de quien narra y la de quien protagoniza” (p. 22), pero al que se le agrega un costado de ficción. Así, “las autoficciones están hechas de la memoria, que es su sustrato: a esto alude el prefijo auto”, pero “no hay un piso mínimo de realidad en la escritura de la propia experiencia. La partícula ficción en el término autoficción está ahí para recordárnoslo” (p. 27). Por eso hay quienes hablan de un “pacto oximorónico”, porque nos dicen que es la realidad, pero que también no lo es, que es ficción.

Coria, que defiende una definición más o menos como esta y también la práctica de la autoficción bien entendida (esto es, cuando se hace con un fin literario, como hecho estético, artístico) también presenta algunas de las objeciones. En el primer sentido, el de la defensa de la autoficción, quizás lo que más me gustó a mí es una cita de Liliana Heker que busca separar la autoficción de una mera catarsis, por ejemplo. Dice Heker: “se trata de construir con la experiencia personal un hecho literario, susceptible como cualquier otro, de justificarse, no por su condición de ‘cosa vivida por mí’, sino por su intensidad, su belleza, por el absurdo o la repulsión o el miedo en que sumerge a quien lo lee, por la conmoción o el impacto que provoca en el otro. Ni más ni menos que cualquier hecho artístico” (p. 32/33). La principal objeción, que es con la que estoy más de acuerdo, es otra cita, esta vez de Ariana Harwicz, a quien Coria escuchó en algún congreso y que “fue muy vehemente al sostener que no hay ficción que no se nutra de la realidad ni supuesta autoficción que no la eluda, por lo que la categoría no vale la pena” (p. 23).

Como decía, tiendo a estar de acuerdo. Entonces pienso un poco como cientista social y me pregunto cuáles son las categorías posibles de lo literario. Más cerca de la realidad tendríamos a una cosa que llamamos “no ficción”; más alejado de la realidad algo que llamamos “ficción”; y más o menos en el medio algo que llamamos “autoficción”. Pero aparentemente siempre es una cuestión de grado (sería una variable continua y no discreta, digamos).

Mi novela, o novella, Flanders, que usted puede conseguir en el kiosco a la salida del teatro, está super recontra mil nutrida de la realidad, de mis experiencias, pero yo no soy ese, no laburaba en ese lugar, no hice las cosas que hace el personaje, y aunque mi sobrino diga que el personaje del sobrino “es él”, porque lo hice hablar un poco como habla él, y a pesar de que yo pensaba en su cara cuando escribía al personaje, no es él en un montón de cosas: lo cargo y le digo, “flaco, el sobrino del libro leía y vos no agarrás un libro ni muerto”. En muchos sentidos, de hecho, el sobrino era yo a los 15, y el narrador del libro, que era un poco el yo de los 40, era el tío que me hubiera gustado tener a los 15. ¿Entonces? Yo, con Harwicz, creo que no agrega mucho saber si es “ficción”, “autoficción” o “no ficción literaria”. Como lector, yo quiero leer algo que me atrape, me seduzca, me conmueva, me toque estéticamente, y el personaje que leo (por ejemplo, Joe en la última novela que leí), no me importa si es igual, parecido o nada que ver con el escritor. Si lo pienso, no me queda duda de que Ford tomó de su experiencia como hijo (de hecho, hay similitudes entre Wildlife y Canada, dos novelas donde los hijos ven a los padres haciendo cosas no muy comunes o positivas); pero en el fondo, cuando estoy leyendo, no lo pienso ni lo quiero pensar: suspendo el juicio y actúo como si Joe fuera “real”, no en el sentido de que haya ocurrido eso, sino en que podría haber ocurrido, de que Joe podría ser real. No me importa nada que sea real o no, sino que sea verosímil, que yo pueda creer que podría serlo.

Bueno, eso, no me volvió loco lo de Coria, pero al final un poco pensé y escribí así que tan mal no debe estar. Ah, y el título es genial: El ombligo del mundo hace referencia a que los que escriben o escribimos autoficción tenemos que partir de la base de que a alguien más le tiene que interesar lo que nos pasa. En cambio, el que escribe ficción, el artista… “vaya, qué coincidencia”, diría Les Luthier.

lunes, 16 de diciembre de 2024

Una historia bien contada


 

Volví a ir a la misma librería en la Banda Oriental donde compré cosas hermosas y después cosas rotas y había una mesa de libros usados y ahí estaba Wildlife, una novela de Richard Ford que no conocía.

A Richard Ford lo amamos con devoción por Canada, por la tetralogía de Frank Bascombe (The Sportswriter, Independence Day, The Lay of the Land y Sorry For your Trouble); y, como si fuera poco, porque me contó @florgue que, en persona, en una firma de ejemplares, resultó un tipo afectivo y cercano, como sus personajes.

Apenas vi el ejemplar en la mesa supe que lo compraría, pero igual, como con cualquier otro libro, lo abrí y leí la primera línea. (Hace poco hice eso con una novela reciente que despertó polémica, Cometierra, que estaba en mi mesa de luz porque lo había leído mi señora esposa, a quien le gustó, y me bastó el primer párrafo para saber que a mí no me gustaría). En cambio, la primera oración de Wildlife decía: “En el otoño de 1960, cuando tenía dieciséis y mi padre por un tiempo no estaba trabajando, mi madre conoció a un hombre llamado Warren Miller y se enamoró de él.” (p. 1). ¿Puede alguien leer esa primera línea y no querer seguir? Yo no.

La historia es más o menos la que supone esa primera oración. Joe tenía 16, sus padres se acercaban a los 40; el padre se quedó sin trabajo, la madre se enamoró de un tipo y Joe fue testigo de la infidelidad de ella y del dolor de él. El estilo también está prefigurado en esa oración. Esa historia, que ocurre en unos pocos días, aunque es narrada por Joe unos cuantos años más tarde, es contada con esa precisión y sencillez. (Cuando uno lee a alguien que escribe tan fácil y claro como Ford parece imposible que alguien pueda costarle escribir. ¡Mirá lo fácil que es! Una palabra tras otra, una oración tras otra, pocas comas, sujeto-predicado, y de pronto la historia se contó sola).

El tema parece ser la familia. Y ya sabemos que toda familia infeliz lo es a su manera, y que no hay tal cosa como una familia feliz. En este caso, es un hijo único de padres no demasiado estables, que trata de comprender quiénes son esos padres, de entender qué es lo que está pasando. El padre intenta un poco calmar al hijo sobre la incertidumbre de la vida; poco después de perder su trabajo y antes de enterarse de que su mujer estaba enamorada de otro, le dice a Joe: “¿Sabés qué pasa (…) cuando precisamente lo que menos querías que pasara te pasa? (…) No pasa absolutamente nada” (p. 16). Con el tiempo, sin embargo, Jerry se deshilacha. En una escena de mucha tensión, con los tres en el living, los padres hablan y Joe escucha: “’No sé qué hace que la vida se quede pegada”, dijo él. No parecía tan enojado ahora, sólo muy triste. Me dio pena. ‘Ya sé’, dijo mi madre. ‘Yo tampoco. Lo siento’.” (p. 141).

Tan deshilachado termina el padre que, sin espoilear porque todos ustedes deberían leer Wildlife, en una de las últimas escenas un tipo le dice al hijo: “’No elegís a tu viejo’ me dijo. Él estaba sonriendo, su mano seguía sobre mi hombro, como si los dos supiéramos un chiste. ‘El mío era un hijo de puta. Un terrible hijo de puta’.” (p. 170).

La madre, mientras tanto, le habla con excesiva candidez sobre temas de la pareja y no parece hacer el menor esfuerzo por proteger al hijo de la incertidumbre de la vida. De hecho, tampoco hace demasiado esfuerzo por que su hijo no vea su relación con Warren Miller, y cuando descubre que él la descubre, le pega dos cachetazos, de los fuertes, y termina diciéndole: “’Probablemente te quieras ir, ¿no? Ahora, por lo menos’, dijo. ‘Adelante, así es como todo siempre pasa. La gente hace cosas. No hay plan. ¿Qué sigue? ¿Quién sabe?’.” (p. 115).

Al final del día, la novela trata menos sobre la familia como sobre la incertidumbre de la vida y la opacidad de cualquier otra persona y quizás hasta de uno mismo. Esos días cambiaron a Joe y lo pusieron en otro lugar, pero con el tiempo no termina de entender qué fue lo que le pasó. “En los días siguientes, cuando mi madre se mudaba a los Helen Apartments y luego a las corridas fuera de ahí y fuera de la ciudad, me preguntaba si en algún momento yo volvería a ver al mundo como yo lo veía antes de eso, cuando ni siquiera sabía que lo veía. O si uno se acostumbraba a dejar cosas, y porque como eras chico las dejabas más rápido, o si de hecho nada de lo que estaba pensando era importante en lo más mínimo, y las cosas se mantenían más o menos igual a pesar de todos los cambios, así que cuando enfrentabas lo peor y lo pasabas lo que encontrabas ahí era nada” (p. 174). Y cerrando, después de escribir las 180 páginas, Joe sigue sin entender demasiado. Sabe lo que pasó, y “Sin embargo Dios sabe que aún hay mucho que yo mismo, su único hijo, no puedo realmente afirmar que entiendo.” (p. 177)

 

Otras citas que me gustaron

“And I thought to myself that my father was not a stupid man, and that love was permanent, even though sometimes it seemed to recede and leave no trace at all.” / “Y pensé para mí que mi padre no era un hombre tonto, y que el amor era permanente, aun cuando a veces parecía retroceder y no dejar trazo alguno” (p. 26).

“And I understood, just as I sat there in the car with my mother, what I thought dangerous was: it was a thing that did not seem able to hurt you, but quickly and deceivingly would.” / “Y entendí, justo ahí sentado en el auto con mi madre, qué pensaba que era lo peligroso: era una cosa que no parecía poder dañarte, pero que rápida y engañosamente lo haría” (p. 50).

 

Originales de las citas usadas

“In the fall of 1960, when I was sixteen and my father was for a time not working, my mother met a man named Warren Miller and fell in love with him. This was in Great Falls, Montana”. (p. 1)

“‘Do you know what happens’, he said, ‘when the very thing you wanted least to happen happens to you? (...) Nothing at all does”. (p. 16)

“’I don’t know what makes life hold together at all’, he said. He did not seem as mad now, only very unhappy. I felt sorry for him. ‘I know’, my mother said. ‘I don’t either. I’m sorry’.” (p. 141)

“’You can’t choose who your old man is’, he said to me. He was smiling, his hand still on my shoulder, as if we knew a joke together. ‘Mine was a son of a bitch. A soapstone son of a bitch’.” (p. 170)

“’You probably want to leave, don’t you? Now, anyway’, she said. ‘Go ahead, that’s the way everything always happens. People do things. There isn’t any plan. What’s next? Who knows?” (p. 115)

“I wondered in the days that followed, when my mother was moving to the Helen Apartments and then out of there in a hurry, and out of town, if I would ever see the world as I had seen it before then, when I did not even know I saw it. Or if you just got used to parting with things, and because you were young you parted with them faster, or if in fact none of that thinking was important at all, and things stayed mostly the same in spite of small changes, so that when you faced the worst and went past it what you found there was nothing.” (p. 174).

“Though God knows there is still much to it that I myself, their only son, cannot fully claim to understand.” (p. 177).