Leí El libro de las fobias, una colección de
cuentos publicada por esa editorial tan simpática que tampoco está interesada
en publicarme, llamada Vinilo Editora, pero que por lo menos tuvo la deferencia
de contestarme. En general las editoriales no te contestan. Cuando son amigos o
conocidos, a veces, sí. Es el caso. Pero eso no importa, importa el libro, que,
como toda colección de autores diversos, es desigual. Hay textos muy buenos,
otros buenos y algunos no tanto. Trataré, como de costumbre, de hacerme el gil
con lo que me gustó menos. Y quizás ahí también está la falla, quizás debería
aprender a ejercer el arte de injuriar. En palabras de Claire Messud: “Quizás
esa, en realidad, sea una definición tan buena como sea posible encontrar sobre
un artista en el mundo: una persona despiadada. Lo cual explicaría por qué
parece que yo no logro dar la talla.”
La colección arranca con Margarita García Robayo
(leímos Tiempo Muerto) sobre la fobia a la felicidad o, más bien, a la gente feliz. Feliz me pareció
la definición de fobia como “un fracaso en el desaprendizaje de miedos” (p.
12).
Me gustó mucho el texto de mi antiguo sensei Santiago
Llach (recomiendo mucho Crónicas Canallas, sobre todo para los amantes
del fútbol)
con su fobia a la gente, que incluye: “lo que hay adentro mío es una máquina de
hacerme daño. No te digo que aprendí a apagarla, pero sé más o menos a esta
altura dónde está la perilla del volumen y puedo suavizar a la bestia cuando
viene degollando” (p. 28). Escribe muy bien Santiago.
Ariana Harwicz, a quien aún no me había animado a
leer, aunque sé que debería, entregó un texto formidable sobre la fobia a los
gatos. Creo que es el único texto sobre, o el que mejor transmite, una verdadera fobia,
un temor incapacitante, al punto que lo sentí con la narradora.
El texto de Mauro Libertella habla de la fobia a la
naturaleza y nos entrega esta máxima: “Todas las fobias son fobias a la
muerte”. No estoy seguro de que sea cierto, pero suena muy profundo. Quizás lo
sea.
Me pareció excelente el texto de Pablo Maurette (a quien tampoco había leído hasta aquí, por lo que el texto volvió a confirmarme que debería hacerlo) sobre una fobia ridícula: a las sillas. El texto me pareció brillante.
El texto de Paula Hernández parece tocar casi todas
las fobias: falta de aire, claustrofobia, agorafobia, fobia a los aviones. Me
encantó cuando dice que, con una fractura en una pierna y un esguince en la
otra: “Si algo se pierde, además de la masa muscular, es la vergüenza” (p. 68).
También me gustó la búsqueda de la cura en la natación.
Analía Couceyro habla de la fobia a los psicoanalistas
y se pregunta “¿Cómo superar una fobia si la misma ciencia que la nombra y
podría remediarla me resulta una amenaza?” (p. 76). No me convenció. Más que
fobia me pareció resistencia.
Maia Debowicz trae un texto sobre la fobia a los
aviones y un tratamiento para superarla. Esto está muy bien: “Me anoté en
modalidad individual, un encuentro de cuatro horas. Éramos tres: él, el miedo y
yo” (p. 87). También la oración final: “En el fondo, nadie sabe a qué le teme”
(p. 91).
La fobia que trae Brenda Lozano es popular: fobia a
las ratas. Trae, además, otra definición de fobia: “Quizás una fobia, en el
fondo, sea el terror a perder el control” (p. 97).
Esteban Schmidt, quien nos deleita habitualmente con “Un correo de Esteban Schmidt”, donde habla a menudo de la paternidad actual, trae un texto jocoso sobre la fobia a los papis y mamis, a la sociabilidad forzada con los padres y madres de los compañeros de nuestros hijos. Como de costumbre, derrocha humor y acidez. Por ejemplo: “Las mamás, hablemos de ellas, son todas distintas pero están unidas por una misma ansiedad que segrega un líquido que yo huelo y automáticamente me contractura. Me quiero ir” (p. 111).