lunes, 18 de noviembre de 2024

Colección de fobias

 


Leí El libro de las fobias, una colección de cuentos publicada por esa editorial tan simpática que tampoco está interesada en publicarme, llamada Vinilo Editora, pero que por lo menos tuvo la deferencia de contestarme. En general las editoriales no te contestan. Cuando son amigos o conocidos, a veces, sí. Es el caso. Pero eso no importa, importa el libro, que, como toda colección de autores diversos, es desigual. Hay textos muy buenos, otros buenos y algunos no tanto. Trataré, como de costumbre, de hacerme el gil con lo que me gustó menos. Y quizás ahí también está la falla, quizás debería aprender a ejercer el arte de injuriar. En palabras de Claire Messud: “Quizás esa, en realidad, sea una definición tan buena como sea posible encontrar sobre un artista en el mundo: una persona despiadada. Lo cual explicaría por qué parece que yo no logro dar la talla.” 

La colección arranca con Margarita García Robayo (leímos Tiempo Muerto) sobre la fobia a la felicidad o, más bien, a la gente feliz. Feliz me pareció la definición de fobia como “un fracaso en el desaprendizaje de miedos” (p. 12). 

Me gustó mucho el texto de mi antiguo sensei Santiago Llach (recomiendo mucho Crónicas Canallas, sobre todo para los amantes del fútbol) con su fobia a la gente, que incluye: “lo que hay adentro mío es una máquina de hacerme daño. No te digo que aprendí a apagarla, pero sé más o menos a esta altura dónde está la perilla del volumen y puedo suavizar a la bestia cuando viene degollando” (p. 28). Escribe muy bien Santiago. 

Ariana Harwicz, a quien aún no me había animado a leer, aunque sé que debería, entregó un texto formidable sobre la fobia a los gatos. Creo que es el único texto sobre, o el que mejor transmite, una verdadera fobia, un temor incapacitante, al punto que lo sentí con la narradora. 

El texto de Mauro Libertella habla de la fobia a la naturaleza y nos entrega esta máxima: “Todas las fobias son fobias a la muerte”. No estoy seguro de que sea cierto, pero suena muy profundo. Quizás lo sea. 

Me pareció excelente el texto de Pablo Maurette (a quien tampoco había leído hasta aquí, por lo que el texto volvió a confirmarme que debería hacerlo) sobre una fobia ridícula: a las sillas. El texto me pareció brillante.

El texto de Paula Hernández parece tocar casi todas las fobias: falta de aire, claustrofobia, agorafobia, fobia a los aviones. Me encantó cuando dice que, con una fractura en una pierna y un esguince en la otra: “Si algo se pierde, además de la masa muscular, es la vergüenza” (p. 68). También me gustó la búsqueda de la cura en la natación. 

Analía Couceyro habla de la fobia a los psicoanalistas y se pregunta “¿Cómo superar una fobia si la misma ciencia que la nombra y podría remediarla me resulta una amenaza?” (p. 76). No me convenció. Más que fobia me pareció resistencia. 

Maia Debowicz trae un texto sobre la fobia a los aviones y un tratamiento para superarla. Esto está muy bien: “Me anoté en modalidad individual, un encuentro de cuatro horas. Éramos tres: él, el miedo y yo” (p. 87). También la oración final: “En el fondo, nadie sabe a qué le teme” (p. 91).

La fobia que trae Brenda Lozano es popular: fobia a las ratas. Trae, además, otra definición de fobia: “Quizás una fobia, en el fondo, sea el terror a perder el control” (p. 97).

Esteban Schmidt, quien nos deleita habitualmente con “Un correo de Esteban Schmidt”, donde habla a menudo de la paternidad actual, trae un texto jocoso sobre la fobia a los papis y mamis, a la sociabilidad forzada con los padres y madres de los compañeros de nuestros hijos. Como de costumbre, derrocha humor y acidez. Por ejemplo: “Las mamás, hablemos de ellas, son todas distintas pero están unidas por una misma ansiedad que segrega un líquido que yo huelo y automáticamente me contractura. Me quiero ir” (p. 111).

martes, 5 de noviembre de 2024

Una historia particular

 


Cuando viajé a Escocia leí una historia de Escocia y cuando viajé a Italia leí A Concise History of Italy de Christopher Duggan. Mi investigación previa para saber qué leer sobre Italia fue corta; seguramente habrá mucho más para leer, pero cuando uno quiere saber un poco de un tema generalmente es una buena idea ir a las Oxford Histories o, como en este caso, a las Cambridge Concise Histories. 

La historia de Italia según Duggan es verdaderamente concisa (no así la de Escocia de Devine): en unas 300 páginas te da un pantallazo general. El problema, claro, es que con Italia nada es muy “general”, todo es más bien particular. (Me hice acordar a mí mismo de esta cita de Lorrie Moore: “Marriage, she felt, was a fine arrangement generally, except that one never got it generally. One got it very, very specifically.”) La historia de Italia es, sobre todo, responder a la pregunta de si existe tal cosa como una Italia general o si no son más fuertes las particularidades regionales. Dice Duggan en el prefacio: “Si existe algún hilo temático en este libro es el del problema de la ‘construcción nacional’. Italia comenzó a existir en 1859-60 más por accidente que por diseño.” (l. 144) 

Los países europeos grandes se fueron creando bastante antes que Italia: España, Francia, Inglaterra, se formaron siglos antes y poderosas fuerzas (las coronas absolutistas) fueron forjando una unidad de lo diverso. Italia y Alemania llegaron tarde, consolidándose ambos países en 1870 con la Guerra Franco-Prusa. Pero Alemania (leí este libro que es maravilloso) tenía por lo menos al lenguaje unificado alrededor de Lutero. Ciento cincuenta años después de la unificación italiana, y a pesar de la RAI y la Serie A y la Nazionale, aún hoy siguen sobreviviendo una gran cantidad de dialectos (se estima que hacia 1860 apenas hablaba “italiano” 2,5 por ciento de la población; p. 28). 

La historia es tan particular, con regionalismos, con poderes extranjeros (España, Francia, Austria) que por momentos dominan grandes partes del territorio, que ni siquiera es fácil establecer una periodización clara. Podría ser la siguiente: 

año 27 a.c. a 500 d.c.: algo parecido al imperio romano;

500 a 1860-1870: fragmentación política con gran injerencia de poderes externos, terminando en la unificación "por accidente";

de 1870 a 1925: monarquía constitucional liberalizante (si no liberal);

1925-1945: fascismo (aunque técnicamente la monarquía persistió hasta 1947);

1945-hoy: república italiana, pero primero con unos 30 años de dominio de una Democracia Cristiana que en la manera de contarla de Duggan me hizo acordar al PRI y al peronismo; y desde la década de 1990 algo muy distinto, con un fortalecimiento de nuevo de lo particular.

Si algo persiste durante todo este tiempo es la dificultad de definir ciertos valores y principios. Hay un gran cambio, que es el salto de desarrollo producido tras la Segunda Guerra Mundial, asociado en gran medida al ingreso al Mercado Común Europeo, a la Unión Europea y en definitiva euro. “A mediados de la década de 1950 Italia seguía siendo en muchos aspectos un país subdesarrollado. (...) Hacia mediados de la década de 1960 Italia había dejado de ser un país atrasado” (p. 264). Por lo demás, hay una gran continuidad en la incapacidad de ciertas definiciones clave: “Como ha subrayado repetidamente la historia de los dos siglos precedentes, en muchos sentidos la mayor dificultad que ha confrontado a Italia fue la de establecer claramente los valores y principios sobre los que debería construirse el estado. Desde el Risorgimento, las discusiones sobre la nación italiana se habían movido, muchas veces con alta tensión, alrededor de las demandas en competencia de religión y secularismo, intereses públicos y privados, centralización y autonomías locales, libertad y autoridad, derechos y obligaciones, Norte y Sur - para mencionar apenas unas pocas de las categorías en lucha” (p. 305). En eso, en gran medida, sigue.

 

Originales de las citas

“In so far as a single thematic thread exists in this book, it is that of the problem of ‘nation building’. Italy came into being in 1859–60 as much by accident as by design. Only a small minority of people before 1860 seriously believed that Italy was a nation, and that it should form a unitary state; and even they had to admit that there was little, on the face of it, to justify their belief: neither history nor language, for example, really supported their case.” (l. 144)

“In the mid-1950s Italy was still in many regards an underdeveloped country. Highlight (Yellow) | Page 264 By the mid-1960s Italy was no longer a backward country. Industry had boomed, with investments in manufacturing rising by an average of 14 per cent a year between 1958 and 1963.” (p. 264)

“As the history of the preceding two centuries had repeatedly underlined, in many ways the greatest difficulty confronting Italy was to establish clearly the values and principles upon which the state should be built. Since the Risorgimento, discussions about the Italian nation had moved, often in a fraught fashion, around the competing claims of religion and secularity, public and private interests, centralisation and local autonomy, freedom and authority, rights and duties, North and South – to name but a few of the contending categories.” (p. 305)

domingo, 20 de octubre de 2024

Otra vez no pude

 


Una de mis hijas, la que es hoy más lectora de las tres, lo que puede cambiar, claro, me trajo de viaje una muy linda edición de El Proceso de Franz Kafka, y empecé a leerlo pero al poco tiempo me interrumpí, me aburrió, me costó conectarme. Leí algo de Kafka y de quienes lo leyeron (mis apuntes acá, acá, acá y acá) pero me cuesta engancharme, quizás porque es demasiado cerebral, falto de emoción y de fisicalidad. Me pasa un poco como con Borges: lo leo, lo pienso, entiendo en términos generales, pero no me emociona, no me conecto. Dos cracks, dos genios, pero no hacían el tipo de literatura que yo disfruto más. 

miércoles, 16 de octubre de 2024

No se puede más

 

Floja la foto, lo sé: pero me dediqué a ver, no a fotografíar.


Más de 31 años después, ayer volví a ver a la selección argentina en la cancha. Fue la primera vez desde el 5 de septiembre de 1993. Sí: desde el 0 a 5 con Colombia.

Ese día fui invitado. El papá de mi amigo Sebastián tenía cinco entradas de cortesía; como la mamá no quiso ir, fuimos el padre, sus tres hijos y yo. Además del avión, lo que más recuerdo de esa pesadilla fue cuando ya estábamos en el auto de vuelta a nuestras casas. El papá de Sebastián, Jorge, dijo: "Bueno... qué bueno que no nos interesa tanto el fútbol." Se hizo un silencio. Y un ratito después dijo: "uy, perdón, Fernando."

Yo estaba con una remera de la selección de manga larga. Unos años antes me había traído un verano de Florianópolis una remera del Flamengo y después otro amigo de la escuela, Eduardo, que es brasileño, me ofreció el trueque de la de la selección que tenía él por la mía del Mengao. Cuando llegué a casa después del 0 a 5, aturdido, me saqué la remera de manga larga producto de aquel trueque y la colgué del balcón de mi cuarto en el departamento de mis viejos en Recoleta. Estuvo ahí colgada por años hasta que le ganamos un partido a Colombia.

En 1993 yo tenía 18 años y era fanático del fútbol. Hoy tengo 49 y sigo siéndolo. Lo demás cambió casi todo. Ya no voy más en bondi o con mi viejo a la cancha: mi viejo ya no está, y ahora tengo un palco en Independiente con amigos y vamos en auto y ya no se puede ir de visitante. De estudiante del CBC pasé a licenciado y magister con una carrera azarosa que aún busca su sentido. Pero, sobre todo, como diría @estebanschmidt, "me cargué una familia". Mi hija mayor tiene hoy la misma edad que tenía yo el día de aquel 0 a 5, y ayer estaba, con sus dos hermanas y sus padres, en River.

Desde aquel día muchas veces pensé a ir a ver a la selección, pero nunca terminaba de decidirme. No es que no sea "hincha" de la selección. Sigo sus partidos con la misma intensidad con la que sigo a los de Independiente. ¿Qué me frenaba? Un poco que el ambiente de cancha de la selección me motiva menos que el más apasionado y futbolero del fútbol de clubes.

Otro poco esa cancha, la de River, que me tiene de hijo: como hincha de Independiente, me tocó perder mucho ahí. De hecho, el único partido que recuerdo haber "ganado" en el Monumental fue en febrero de 1993, poco antes del 0 a 5. Fue River 0 - Newell's 1 por la Copa Libertadores (gol del Negro Zamora). Era el Newell's de Bielsa, el de Berizzo, Gamboa, Llop, el Tata Martino, el Loco Berti y cía. Me acuerdo de que me morí de frío en la popular visitante, que nos agarró una terrible lluvia y que a la vuelta por Lidoro Quinteros íbamos con el agua casi hasta la cintura.

Fui a Mar del Plata ida y vuelta en el mismo día y noche para ver a la generación dorada, hice viajes enteros para ver básquet y fútbol, pero nunca volví, hasta ayer, a ver a Argentina. El 0 a 5 era una nube, supongo, una cortina de humo que me impedía avanzar. Pero el jueves pasado estaba viendo el partido contra Venezuela, el relator dijo “el martes contra Bolivia en el Monumental” y abrí la computadora y ahí quedaban entradas. Mis tres hijas me dijeron que sí, que morían por ir, mi mujer también... y no lo pensé mucho más.

Ayer estaba ahí, quizás en la misma sección en la que había estado con mi amigo Sebastián y su familia, pero con mi familia, y con la misma remera de la selección de mangas largas y de dos estrellas. (Sí, todavía me entra bien). Lo viví todo bastante nervioso, porque así soy, y porque estaba yendo con tanta mujer a un estadio que no es el de todos los domingos, porque llegamos mucho más tarde de lo que me hubiera gustado y sí, porque el 0 a 5 seguía ahí. (De hecho, a la mañana, entrenando, le dije a mi amigo Diego que iba a ver a Argentina y que era la primera vez desde el 0 a 5 y me dijo algo así como "llegamos a perder y no podés ir más".)

Después del primer gol me empecé a relajar y empecé a sonreír. Hacia el final ya no podía dejar de hacerlo. En algún lugar, porque así también soy, me castigaba por haber sido tan cabeza de termo de no haber visto a Messi nunca antes, pero bueno, lo vi ayer con sus tres goles. Y a la bestia del Cuti Romero, a Alexis Mac Allister, que lleva adentro procesadores y chips de computadoras que todavía no se han inventado, y a todos los demás. Pero sobre todo, lo que me llevo es una jugada del segundo tiempo donde Messi, bastante cerca nuestro (nada es cerca en River), recibe una pelota como wing derecho y la para y gira con un movimiento que no parecía humano. (La imagen que me vino a la mente es la de un puré que comí una vez, el aligot, que es algo entre líquido y sólido y que fluye y que cuando lo probás estás en otra galaxia. Como Messi).

Creo que finalmente puedo enterrar el 0 a 5. Como creo que la final de Catar enterró, un poco, la de Brasil: pasó más de un año hasta que un día me di cuenta de que el anterior no había pensado en esa final perdida. Hoy revivo lo de ayer con emoción por lo que nos une el fútbol y por todo lo que ha significado y significa en mi vida. Por haberlo compartido con mis hijas. Por el recuerdo de la final, con mi viejo en la cama, sin entender que éramos campeones del mundo. En el mismo departamento de Recoleta donde vimos los goles de Diego contra Inglaterra una tarde de 1986. Donde unos meses después lo velamos.

La vida sigue, como sigue el fútbol después de cada derrota, aún la más dolorosa. Lo importante es seguir jugando, siempre, hasta que no se pueda más.

lunes, 16 de septiembre de 2024

La buena vida

 


Leí Life Before Man, de Margaret Atwood y sí, este es el primer libro que leo de la canadiense, aunque tengo hace un rato en la mesa de luz The Handmaid’s Tale: ya la agarraré. Life Before Man es una genial novela construida sobre la base de un triángulo amoroso, pero que creo que es mucho más que sobre un triángulo amoroso, que es más bien sobre la dificultad de vivir una buena vida, además de un alegato feminista extraño. 

Life Before Man cuenta la historia de Elizabeth, Nate y Lesje, estructurado en secciones pequeñas fechadas y escritas en terceras primeras de cada uno de ellos. En general, el libro va hacia adelante, pero dos o tres veces se intercalan entradas con fechas anteriores. La estructura es de triángulos un poco interpuestos. El triángulo central es el de Elizabeth, su esposo Nate y la amante de él, Lesje. De ellos tres son las terceras primeras, explícitas en los títulos de cada sección. Pero Elizabeth también tenía su amante, Chris, que se suicida antes del comienzo de la novela. Y Lesje estaba en pareja con William; y antes Nate había tenido otra amante, Martha, y Elizabeth además tiene algo con un vendedor. Pero es (casi) todo muy civilizado; no sólo Elizabeth y Nate saben de sus respectivos amantes, sino que además Elizabeth habla con Lesje y Martha, Martha habla con Lesje también, e incluso Nate y Chris tienen algunos encuentros.

Digo que es un alegato feminista porque Life Before Man se llama así no sólo porque Elizabeth y Lesje trabajan en un museo con dinosaurios, sino porque las mujeres están antes que los hombres. Las mujeres son las que tienen agencia y los hombres reaccionan. Sobre todo Elizabeth, que actúa y hace reaccionar a Chris; que actúa y hace reaccionar a William, y entonces a Lesje; que actúa y hace reaccionar a Nate. Pero también Lesje, que de alguna manera actúa frente a Nate. Y los hombres reaccionan a veces como reaccionan los hombres: con violencia, con violencia sexual. Mientras tanto, Elizabeth es la titiritera, y por momentos la odiamos, pero también nos damos cuenta de que es una titiritera triste y pobre; que hace lo que puede porque viene de un pasado duro, y que al triunfar pierde, pierde irremediablemente, queda sola. (La odiamos cuando desprecia a Nate, cuando dice que se casó con él con facilidad “como probándose un zapato”, p. 15; cuando se pregunta si alguna vez lo amó y reconoce que sí, aunque “en maneras que eran insuficientes”, porque siendo un buen hombre no podía dejar de tenerle “un leve desprecio”, p. 254). Por eso parece ser un alegato feminista (las mujeres mandan, los hombres son violentos o despreciables), pero extraño, porque el resultado es una vida triste y sin sentido (no digo que si mandaran los hombres fuera diferente, sólo que el hecho de que manden las mujeres no parece una solución).

Mientras tanto, Nate va por la vida preguntándose por el camino recto. Hijo de una madre religiosa y moralista, Nate quiere vivir una buena vida: “La vida ética. Le habían enseñado que ese era el único objetivo deseable. Ahora que ya no cree que es posible, ¿por qué sigue tratando de vivir así?” (p. 75). Mientras que a Elizabeth empezamos odiándola y al final nos da una tremenda pena, a Nate empezamos queriéndolo, nos da pena, y un poco terminamos despreciándolo, como Elizabeth; porque no tiene agencia, porque se deja dominar por su madre, por Elizabeth y por la débil Lesje, quien, al final, es quizás la que más crece de los tres. “Desde hace tiempo ha sido su opinión teórica que el Hombre es un peligro para el universo, un simio malvado, rencoroso, destructivo, maligno. Pero sólo teórica. En realidad creía que si las personas pudieran ver cómo estaban actuando, actuarían de alguna otra manera. Ahora sabe que eso no es cierto.” (p. 285). Y así llegar a la idea de que la cagó: “Puede ser que la haya cagado. A esto se refieren cuando dicen madurez: llegás al punto en el que te parece que cagaste tu vida” (p. 303)

¿Es posible una vida buena, entonces? No parece. Pero sí hay novelas buenas y esta es extraordinaria. Porque querés leer más todo el tiempo y porque está escrita maravillosamente, desde el principio al final, con un lenguaje poético que no empalaga, pero también con el understatement, como un boxeador que te tira dos cortas y una larga. De los personajes de la novela, uno se suicida (Chris, lo sabemos desde el principio así que no es spoiler), dos lo piensan más o menos abiertamente y a otro lo vemos francamente deprimido. Pero en algún lugar este lector pensó que al final, aunque nunca hable de libros, el libro un poco nos dice, sí, la vida puede ser complicada y difícil, pero al menos cada tanto nos podemos encontrar con un gran libro.

 

Originales de las citas

“She married him easily, like trying on a shoe” (p. 15).

“She tries to remember whether she ever loved him and concludes that she did, though in ways that were not sufficient. Nate was a good man and she recognized goodness, though she could not withhold a slight contempt. On their wedding day, what had she felt? Safety, relief: at last she was out of danger” (p. 254).

“The ethical life. He’d been taught it was the only desirable goal. Now that he no longer believes it’s possible, why does he keep on trying to lead it?” (p. 75).

 “It’s long been her theoretical opinion that Man is a danger to the universe, a mischievous ape, spiteful, destructive, malevolent. But only theoretical. Really she believed that if people could see how they were acting they would act some other way. Now she knows this isn’t true” (p. 285).

“It’s possible she’s blown it. This is what they mean when they say maturity: you get to the point where you think you’ve blown your life” (p. 303).