viernes, 25 de febrero de 2011

El patovica de la historia

Estoy leyendo “La República imposible (1930-1945)”, libro del mejor historiador de la Argentina, Tulio Halperín Donghi. Allí leo una oración así:
“Si ya daba razón para la alarma la sugerencia de que la renuncia a introducir el régimen corporativo rechazado por los partidos de la revolución no era necesariamente irrevocable, en cuanto posponía hasta el acto de apertura del Congreso la enumeración de “las reformas constitucionales y legales que habremos consultado con los partidos, ya sea para concordar o para disentir, esperando en este último caso un convencimiento que puede ser recíproco”, no menos alarmante era el tono general de la arenga, que – yendo más allá de los tópicos habituales en los alegatos antiyrogoyenistas de los voceros revolucionarios – rozaba las fronteras de la paranoia al proclamar que la gesta de septiembre no sólo había salvado a la Nación del desgobierno sino de la “liquidación final”, y – tras invocar tanto el mérito ganado por el general Uriburu al desvanecer ese peligro algo problemático cuanto la magnanimidad con que había declinado seguir el ejemplo de las instauraciones dictatoriales entonces en boga en el Viejo y el Nuevo Mundo – concluía “de tanta confianza, de tanta abnegación, no pueden nacer, por el honor del nombre argentino, obstáculos para realizar el pensamiento revolucionario”, con lo que venía a sugerir que los que los partidos de la revolución venían oponiendo a los proyectos reformadores del vencedor del 6 de septiembre eran otros tantos atentados al honor nacional.”
Halperín por dos en mi escritorio; al lado, Cortés Conde.

A esta altura, supongo que quedarán dos o a lo sumo tres lectores en esta página pero acá va el punto: ante esta frase, sugerí por Twitter que Halperín debe odiar a sus lectores y que esta prosa ha de ser su castigo. Mi amigo @braunmi me respondió: “al contrario, Halperín quiere mucho a los pocos que logran entenderlo. Su prosa es el patovica de la historia.” Amor u odio, lo cierto es que hay que ser realmente muy especial – y creérselo –para animarse a mandar una oración como la citada arriba a imprenta.
En este laboratorio creemos necesario escribir más simple. Mucho más simple.

4 comentarios:

  1. Cuando me tocó leerlo me pasó lo a que todos: rápidamente me perdía en las dos, tres y hasta cuatro oraciones derivadas que hay dentro de la oración principal. Entonces me vi en la obligación de desarrollar una lectura por niveles. Primero leía toda la oración principal, y recién una vez que creía haberla entendido me metía en las oraciones derivadas. Finalmente no sé si lo entendí, pero estoy seguro que la lectura me llevó el triple de tiempo.

    Chau, STL.

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  2. El problema es que no se puede dejar de leer a Halperín. Y cuesta mucho leerlo. Una alternativa es la que señala STL: tres lecturas en una y subrayando la proposición principal. La otra alternativa es leer sin parar, con fluidez total y que quede lo que decante al final.

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  3. El profe de historia del secundario nos hacía leer a Halperín. Después de estudiar eso, cualquier texto que te tiren es moco de pavo.
    Abraazo tioo

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