Alejandro Zambra, el hombre de
los libros chiquitos, ha hecho otro libro chiquito: Facsímil. Y como los otros, cuando llegás a la caja y te dicen que
ese libro sale lo mismo que otros del doble del tamaño, y sabés perfectamente
que te va a durar media hora, o una hora, un poco la dudás. Pero al final lo
comprás porque te lo recomendaron tanto o porque querés ver cómo es que lo hace
y al final te das cuenta de que lo vuelve a hacer: porque lo leés todo, de una
sentada, en un trayecto de tren, en media hora o cuarenta y cinco minutos, pero
no te sentís estafado. Como con Bonsái, que amé, Zambra lo ha hecho de nuevo. (Formas de volver a casa, en cambio, me gustó menos.)
Ha hecho, además, algo distinto.
El formato del libro es más que original: usa la estructura del examen que se
utilizaba en Chile para ingresar a la universidad, un examen con distintos
tipos de ejercicios con multiple choice.
Algunos son textos súper breves, otros más largos. El libro es difícil de
calificar: sin dudas no es una novela; tampoco una colección de cuentos ni un
ensayo, aunque la primera oración del libro aclara: "Las palabras facsímil y ensayo se asocian, en Chile, (...) a los exámenes de ingreso a la
educación universitaria". Es una exploración, con el registro de la
literatura, de un mundo, de la clase media chilena desde Pinochet para acá, pero
sobre todo, detrás de la educación y la moral y la política, el tema recurrente
es el de padres e hijos.
El libro es inclasificable pero es por momentos
genial: la riqueza del lenguaje, el humor inteligente, irónico, profundo, y las
punzadas de verdad que interpelan al lector como padre y como hijo. Alejandro Zambra, el hombre de
los libros chiquitos, ha hecho otro pequeño gran libro.
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