La uruguaya, de Pedro Mairal es una hermosa pequeña
novela, de unas 150 páginas, que se puede leer perfectamente bien de una
sentada. Es rápida, es divertida y tiene el vuelo del lenguaje que le conocemos
al autor: como es habitual, como con Zambra, por ejemplo, la prosa de quienes vienen
de la poesía tiene un vuelo distinto, un vuelo que, si yo fuera poeta,
caracterizaría a través de una metáfora única. Pero les toqué yo, queridos
lectores.
El punto de
partida es una pareja que se resquebraja: un "monstruo bicéfalo" que
queda sellado "con un lazo eterno" con la llegada de un hijo. "Es
pura asfixia la idea." (p. 10) Y la paternidad como ruptura de un orden: "no
volvés a dormir ocho horas seguidas nunca más, tu banda sonora permanente pasa
a ser La Reina Batata, para coger tenés que programa con un mes de anticipación
un fin de semanas sin niños, vas al cine solo a ver películas donde unos peluches
hablan en mexicano, y tenés que leer catorce veces por día el librito del
rinoceronte." (p. 51)
Pero mucho más
que la pareja y la infidelidad, el tema principal de la novela es el de las
trampas. Nuestro protagonista, el escritor argentino Lucas Pereyra, es llevado
a Uruguay por la necesidad de buscar dólares en un contexto de control de
cambios y por el llamado de una uruguaya hermosa, Guerra. La plata que busca es
el adelanto de dos libros: un libro de crónicas y una novela de escape a Brasil.
Pero el libro que termina escribiendo es una crónica de un escape, de un escape
realizado de una forma extraña ya que no es un escape planificado sino
provocado por las trampas que se pone Lucas a sí mismo. Como le dice Guerra a Lucas:
"Te hace muchas piruetas el cerebro a vos." (p. 122)
Con gran manejo
de la intriga, vemos a Lucas en ese día clave en el que por un rato cree estar viviendo
su vida: "Basta de sublimar con la literatura, inventando historias."
(p. 73) Pero al escribir esta crónica se da cuenta de que todo el enamoramiento
se lo había inventado: "Estaba enamorado de una mujer y enamorado de la
ciudad donde ella vivía. Y todo me lo inventé, o casi todo." (p. 49)
En el camino, Mairal
nos divierte también con sus comentarios sobre la escena literaria local (un encuentro
de intelectuales es un lugar "repleto de niños bien jugando a ser mendigos
por un mes" - p. 24-; y un amigo de Lucas lo convoca a " armar una
revista literaria que se iba a llamar 'N°2' porque, según sus palabras, iba a
durar dos números." - p. 47.) Y hay un finísimo tratamiento de la clase
social: los chetos hablan con un "salteado de las consonantes adecuadas:
coacola por coca cola, caallo por caballo, ivertido por divertido, too ien por
todo bien, neecito por necesito... " (p. 64)
La resolución
no la cuento, pero el camino es todo. Por la intriga, por el ritmo, por la
forma y por el humor. Amé.
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