lunes, 6 de agosto de 2018

Politizado


Mi amigo @cienperros, escritor y dibujante, me prestó Quai D’Orsay. Crónicas diplomáticas, una novela gráfica de Abel Lanzac y Christophe Blain sobre un intelectual o escritor, Arthur Vlaminck, que es contratado por el ministro de Relaciones Exteriores (Alexandre Taillard de Vorms) para escribir sus discursos.
La novela es genial, mostrando muchas de las cosas que le pueden pasar a cualquier (más o menos) intelectual que se incorpora a la política a aportar el fruto de su pensamiento. Lo que pasa se ve rápidamente: en poco tiempo el pedido inicial del ministro para que se sume al equipo (“lo necesito a bordo. Le confío lo más importante: ¡el lenguaje!”) pasa a la sensación, una vez adentro, de que no le presta mucha atención a sus aportes, que apenas lee lo que le pasa. Nadie como un político para hacer sentir a otro que es imprescindible cuando no está en su barco y superfluo cuando ya está a bordo.
Las caricaturas de los personajes están geniales: el ministro megalómano, expansivo y psicopatón; el jefe de gabinete super-estresado que resuelve todo a pesar de las equivocaciones del ministro y la inoperancia de los otros funcionarios  si tan solo lo dejan trabajar, y que le dice al nuevo escriba: “Usted es el único aquí que tiene el cerebro más o menos funcional. Los nuestros ya están seriamente dañados.” Los burócratas que llegan siempre tarde a todo (como le dice el ministro a un funcionario que le presenta un memo: “Gracias, hombre. Con usted estamos seguros de ser informados en tiempo real de lo que pasó ayer.”). Los funcionarios obsesionados por cuidar su pequeña quinta. Y obviamente, el escritor inseguro, que trata de comprender e interpretar al ministro, a quien por momentos ve como un genio: es “El ejército de lo irreal. Se inventa tres o cuatro conceptos sin saber muy bien lo que se va a decir. Y lo repite por doquier hasta que todo el mundo lo acepte sin comprender exactamente lo que quiere decir.” “Pero oye, ese tipo es insoportable. Lo que dice es solo humo”, le dice la novia, y Arthur, sin negar, responde: “Lo curioso es que funciona. El tío subyuga”.
Efectivamente, después de un tiempo Arthur ya tiene el cerebro estropeado. Cuando se pone a trabajar en medio de sus vacaciones, la novia le pregunta si no está exagerando: “no van a despedirte porque te hayas ido de vacaciones”, le dice; y él responde “No me van a despedir. Me convertiré en un puto fantasma de ese gabinete.” Lanzac y Blain nos muestran todo eso mientras nos cuentan una historia de intriga internacional donde muestran también, con bastante ironía, la difícil situación de Francia respecto de EE.UU., mezcla de aires de superioridad intelectual y tradición diplomática con inferioridad estratégica fáctica. Aunque las novelas gráficas me dejan muchas veces con ganas de más, de ver más en profundidad a esos personajes, pueden ser muy divertidas y una ayuda para pensar más en términos de imágenes y diálogos.

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