Leí Go Tell It on the Mountain, de James
Baldwin, un clásico de la literatura afro-americana publicado en 1953. Como Invisible Man, de Ralph Ellison,
publicada un año antes, Go Tell It on
the Mountain me pareció más interesante que divertida, y más interesante
por los temas que por la forma.
La novela cuenta
la historia de John Grimes, un chico negro de Harlem en la década de 1930 de
quien se decía: “Ese sí que es pobre chiquito” (p. 220) John es un pobre
chiquito porque es negro (“Todo los negros fueron condenados, la voz irónica le
recordaba” - p. 200), porque tiene un cuerpo poco agraciado, porque (se
sugiere) le gustan los chicos y, sobre todo, por su situación familiar: nació como un hijo
bastardo, su padre se suicidó, y su madre se casó con un predicador que resultó
un padrastro difícil y duro.
Estructurada a
partir de un día específico en el que hay un servicio religioso en el que John
se bautiza al estilo del Pentecostalismo, la novela va hacia atrás en el tiempo
contando las vidas de su madre, padre y padrastro. Así, cuenta del segundo gran
movimiento de los afro-americanos; el primero, esclavizados, desde África hacia
América; el segundo, el exilio más o menos libre desde el Sur hasta el Norte:
“Al final de cuentas, no había tanta diferencia entre el mundo del Norte y el
del Sur del que ella había escapado; solo había esta diferencia: el Norte
prometía más. Y esta similitud: lo que prometía no lo daba, y lo que daba con una mano, lentamente y a regañadientes, lo quitaba con la otra.” (p. 164)
Y cuenta, sobre
todo, y a partir de la vida de este pobre chico, la influencia de la religión
en esta comunidad, por un lado opresiva desde lo personal y por el otro
generadora, justamente, de comunidad. Esta ambivalencia se ve en el propio
John, que en un momento le dice a su hermanita bebé “Bueno, escuchá a tu
hermano mayor que te va a decir algo, bebé. Apenas vos puedas pararte en tus
propios pies, te vas corriendo de esta casa, corré bien lejos.” (p. 38) “¿Por
qué lloraba su madre? ¿Por qué fruncía el ceño su padre? ¿Si el poder de Dios
era tan grande, por qué tenían vidas tan afligidas?” (p. 143) Por un lado
quiere bautizarse, seguir la religión del padrastro y seguir su destino de
predicador como él, y “Sin embargo, temblando, sabía que esto no era lo que
quería. No quería amar a su padre; quería odiarlo, abrigar ese odio, y darle
algún día palabras a ese odio.” (p. 146)
Eso es, al fin de cuentas, lo que hace
esta novela, que es de fuerte contenido autobiográfico: le da palabras al odio por el padre. Y lo hace, por momentos, adquiriendo la poesía de un predicador
sureño, con música, con metáforas que caen de las colinas, “y las voces
surgieron de nuevo, y la música fluyó de nuevo, como el fuego, o la inundación,
o el juicio” (p. 8), y por otros momentos, simplemente, cansando un poco.
Originales de
las citas usadas
“That sure is a sorry little boy.” (p. 220)
“All niggers had been cursed, the ironic voice
reminded him” (p. 200)
“There was not, after all, a great difference between
the world of the North and that of the South which she had fled; there was only
this difference: the North promised more. And this similarity: what it promised
it did not give, and what it gave, at length and grudgingly with one hand, it
took back with the other.” (p. 164)
“John laughed at her so ancient-seeming distress—he
was very fond of his baby sister—and whispered in her ear as he started back to
the living-room: “Now, you let your big brother tell you something, baby. Just
as soon as you’s able to stand on your feet, you run away from this house, run
far away.” (p. 38)
“Why did his mother weep? Why did his father frown? If
God’s power was so great, why were their lives so troubled?” (p. 143)
“Yet, trembling, he knew that this was not what he
wanted. He did not want to love his father; he wanted to hate him, to cherish
that hatred, and give his hatred words one day.” (p. 144)
“and the voices rose again, and the music swept on
again, like fire, or flood, or judgment.” (p. 8)
Otras citas
“Looking at his face, it sometimes came to her that
all women had been cursed from the cradle; all, in one fashion or another,
being given the same cruel destiny, born to suffer the weight of men.” (p. 78)
“He had sinned. In spite of the saints, his mother and
his father, the warnings he had heard from his earliest beginnings, he had
sinned with his hands a sin that was hard to forgive. In the school lavatory,
alone, thinking of the boys, older, bigger, braver, who made bets with each
other as to whose urine could arch higher, he had watched in himself a
transformation of which he would never dare to speak.” (p. 11)