lunes, 20 de julio de 2020

El reverso de la moneda

 

Leí La moneda de hierro, con un prólogo en el que, poco felizmente, Borges dice, en 1976, “descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística.” (p. 136)  La expresión "abuso de la estadística" es muy buena, y ¿quién creía en la democracia en Argentina en 1976?, pero claramente es una afirmación que sirve para desacreditarlo políticamente. Más allá de ello, acá van apuntes de algunos de los textos que me llamaron más la atención.

En “La pesadilla” (p. 140), Borges sueña a un “antiguo rey” sajón o vikingo: “No sé si es de Nortumbria o de Noruega. / Sé que es del Norte. La cerrada y roja / barba le cubre el pecho. No me arroja / una mirada su mirada ciega”. ¿Por qué me gustó? Quién sabe qué le toca a uno de un poema; un poco por las rimas: hierro-perro, mirada-espada, Noruega-ciega, roja-arroja, nave-grave, erguido-ido y, quizás la mejor, la anteúltima, aventura-amargura. Otro poco por ese rey muerto que juzga (¿es válida la vida de las letras en vez de la de la acción?): “Sé que me sueña y que me juzga, erguido. / El día entra en la noche. No se ha ido.”

En “Elegía de la patria” (p. 143) la mirada histórica de Borges parece claramente alineada hacia la decadencia; no siguen enfrentándose la civilización y barbarie, perdió la primera. Después de recorrer parte de la historia, desde la aurora de hierro a los centenarios y sesquicentenarios, dictamina que “son la ceniza apenas, la soflama / de los vestigios de esa antigua llama.” Poco después, termina “A Manuel Mujica Láinez” con: “Manuel Mujica Láinez, alguna vez tuvimos / una patria - ¿recuerdas? - y los dos la perdimos.” (p. 147)

“La suerte de la espada” (p. 156) es, según la nota de Borges en el prólogo (p. 177), “el deliberado reverso de Juan Muraña y de El encuentro” (que comenté en mi lectura de El informe de Brodie). En este caso, una “espada de aquel Borges” que peleó en todas las batallas del siglo XIX argentino y que termina con otra referencia a este Borges no guerrero: “Quieta como una planta nada supo / de la mano viril ni del estrépito / ni de la trabajada empuñadura / ni del metal marcado por la patria / (…) Acaso no soy menos ignorante.”

“El remordimiento” (p. 157) es aquel famoso poema: “He cometido el peor de los pecados / que un hombre puede cometer. No he sido / feliz.” Dice que lo arrastren “los glaciares del olvido”, que su mente “se aplicó a las simétricas porfías / del arte, que entreteje naderías. / Me legaron valor. No fui valiente.” De nuevo, como en “Mis libros” de La Rosa Profunda: le puedo creer que se sienta menos hombre e incluso “desdichado” por no haber sido hombre de armas, pero no le creo un segundo lo del olvido.

“991 A.D.” es, según el amigo Martín Hadis, un texto clave para entender a Borges. Es un relato de la batalla de Maldon, donde unos sajones son derrotados por unos vikingos. Antes de la batalla final, donde saben que morirán, el nuevo jefe le dice a su hijo que se vaya para poder relatar la batalla. “Tienes que irte solo y dejarnos. Tienes que renunciar a la contienda, para que perdure el día de hoy en la memoria de los hombres.” (p. 159) Ahí se encuentran los dos linajes borgeanos, el guerrero y el de las letras, y se justifica (como no se justifica en algunos de los textos que vimos arriba) el camino de Borges.

“Para una versión del I King” tiene quizás una de las más elegantes definiciones borgianas del tiempo: “El porvenir es tan irrevocable / como el rígido ayer. No hay una cosa / que no sea una letra silenciosa / de la eterna escritura indescifrable / cuyo libro es el tiempo.” (p. 169)


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