El año pasado,
pensando en emigrar, me puse a leer a Borges. Decidí leer las obras completas,
de principio a fin, y avancé mucho en ese camino, empezando por acá y llegando
hasta acá. Pero ese camino también lleva para atrás, así que me anoté en los
cursos de lectura de La Ilíada y La Odisea, y recuperé de mi biblioteca
el Facundo y el Martín Fierro. Estos días estuve leyendo el Martín Fierro y me es imposible no leerlo políticamente (y
anacrónicamente), como una enunciación de dos tendencias muy negativas de la
historia argentina: individualmente, la posición de víctima y falta de
responsabilidad individual; colectivamente, una mirada totalmente negativa del
Estado, de lo público, de lo colectivo.
En la ida, quizás
el verdadero Martín Fierro, un gaucho
canta sus pesares. Martín Fierro tenía una buena vida (“Yo he conocido esta
tierra / en que el paisano vivía / y su ranchito tenía / y sus hijos y mujer… /
Era una delicia el ver / cómo pasaba sus días” - 133-138) pero ese pasado de
oro se vino abajo: “pero ha querido el destino / que todo aquello acabara” (251-252) El culpable de todo eso no es él
sino, principalmente, el Estado. El juez de paz lo “tomó entre ojos” por no
votar (343) y es reclutado para la milicia; allí, el coronel lo hace “trabajar
en sus chacras” (418). Luego sufre: “a pie y mostrando el umbligo, / estropiao,
pobre y desnudo. / Ni por castigo se pudo / hacerse más mal conmigo.”
(661-666). Martín Fierro se escapa como desertor y vuelve al pago, donde ya no
quedaba nada: “Volvía al cabo de tres años / de tanto sufrir al ñudo, /
resertor, pobre y desnudo” (1003-1005) Pero claro: “No hallé ni rastro del
rancho, / ¡sólo estaba la tapera!” (1009-1008)
Al volver, triste,
cae en el alcohol y mata a un negro en un baile (1235-1238) y luego mata a otro
gaucho (1305). Fierro se convierte en un prófugo, un gaucho matrero, y trata de
culpar de eso al Estado, al poder, poniéndose en lugar de víctima: “Él anda
siempre juyendo, / siempre pobre y perseguido; / no tiene cueva ni nido, / como
si juera maldito; / porque el ser gaucho… ¡barajo! / el ser gaucho es un
delito.” (1319-1324) Fierro vaga como matrero hasta que una cuadrilla lo
alcanza; él se defiende solo (se resiste a la autoridad, claro), hasta que el
moreno Cruz da el salto: “y dijo ‘Cruz no consiente / que se cometa el delito /
de matar ansí un valiente!’.” (1624-1626)
Luego Cruz le
cuenta a Martín Fierro su historia (cantos X al XII), que es prácticamente la
misma. Hay un pasado de oro (“Grandemente lo pasaba / con aquella prenda mía /
viviendo con alegría / como la mosca en la miel. / ¡Amigo, qué tiempo aquél! /
¡La pucha que la quería!” - 1765-7770). Y ese pasado glorioso se cae por culpa
del poder, de la corrupción, de la arbitrariedad de la autoridad: un comandante
le trata de robar su mujer, hay un enfrentamiento, mata a un hombre y tiene que
huir: “Alcé mi poncho y mis prendas / y me largué a padecer / por culpa de una
mujer / que quiso engañar a dos. / Al rancho le dije adiós, / para nunca más
volver.” (1873-1878) Ambos personajes matan, y ambos aducen que fueron llevados
a ello por culpa de otros. Para ambos, la vida es sufrimiento; dice Cruz:
“Amigazo, pa sufrir / han nacido los varones; / éstas son las ocasiones / de
mostrarse un hombre juerte, / hasta que venga la muerte / y lo agarre a
coscorrones.” (1687-1692).
Los dos hombres
tan parecidos (“astilla del mesmo palo” al decir de Fierro, 2144) se van juntos
para el desierto. Pero antes Fierro nos presenta su antropología: Dios hizo
distinto al hombre porque le dio “el corazón” (2160), “el entendimiento” (2166)
y “le dio al hombre más tesoro / al darle una lengua que habla” (2171-2172)
“Pero tantos bienes juntos / al darles, malicio yo / que en sus adentros pensó
/ que el hombre los precisaba, / que los bienes igualaban / con las penas que
le dio.” (2179-2184) (Imposible no recordar a La Ilíada, c. XXIV, v. 521: "Los dioses condenaron a los
míseros mortales a vivir en la tristeza, y solo ellos están libres de cuitas.
En los umbrales del palacio de Zeus hay dos toneles de dones que el dios
reparte: en el uno están los males y en el otro los bienes.” Y hay muchas otras
similitudes en estos cantos épicos nacionales.)
Leyendo Borges, en
algún momento se me ocurrió hacer un ensayo con tres puntos: Sarmiento, la
dicotomía civilización y barbarie y el intento “civilizador”; Borges como el
testigo del triunfo de la barbarie, Argentina llegando a su destino
sudamericano; Mairal como el punto final, la Argentina regresando a Europa en El año del desierto. Esa idea de ensayo
olvidaba a Fierro; uno de los primeros héroes de la literatura argentina,
Fierro ya deja la civilización para adentrarse en el desierto bárbaro. Mientras
parte de la tradición argentina veía al Estado como civilizador y ponía la
mirada en el futuro, otra parte, ya en 1872, veía al Estado como destructor de
individuos y ponía la mirada en el pasado, en un pasado glorioso que después
podemos todos llorar. Ese llanto es permanente y casi universal, más allá de que
los liberales pongan ese pasado glorioso en 1880-1914, los peronistas
tradicionales en 1945-1955 y los kirchneristas en 2003-2011. En el Martín
Fierro no hay proyecto colectivo, el Estado es corrupción y opresión; ni hay
proyecto individual más que el de huir y llorar a ese pasado que ya no está, ese paraíso perdido.
Es que leíste la mitad
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