Leí Sorry for your trouble, de Richard Ford,
genio, a quien amamos por Canadá y
por Frank Bascombe, un viejo amigo al que nos encantaría invitarle una cerveza
en la costa de Jersey (The Sportswriter,
Independence Day, The Lay of the Land, Let me be Frank with You).
Sorry
for your trouble
es una colección de cuentos que vibran en el mismo tono, en un tono muy de
Ford; el de personajes, grandes o chicos, mujeres o, sobre todo, varones, que
están permanentemente reflexionando sobre esta cosa tan rara que es la vida. No
es que los personajes de Ford le buscan un sentido a la vida en términos de
lograr determinada cosa o cumplir con una misión u otra; le buscan el sentido a
la vida, más bien, en términos de entender cómo se conectan los distintos
puntos de nuestras historias. De hecho, el libro termina, en “Second Language”,
con Jonathan pensando en esa línea: “Las cosas seguirían adelante para ellos
hasta que aquello que fuera deseado de la vida, fuera lo que fuera, resultara
claro y acomodable, como si siempre lo hubieran querido así. Todas estas cosas,
estas cosas separadas, estaban en realidad conectadas entre sí, sentía él.” (p.
255)
Los cuentos de
esta colección están conectados entre sí por esa manera de vibrar de los
personajes. De los personajes principales, todos son gente grande, arriba de 40
o 50 o más, salvo el de “Displaced”, donde un chico de Mississippi empieza la
adolescencia con la muerte del padre y busca una palabra para definir lo solo
que se siente: “Así. Te sentís tan solo de una manera que tiene tantos costados
distintos que no hay una palabra para describirlo. Los intentos para encontrar
la palabra te dejan confundido.” (p. 45) Y son todos varones salvo Eileen
Lewis, la protagonista de “A Free Day”, que tres o cuatro veces por año se toma
un día libre: se encuentra en un hotel del aeropuerto con su amante, Tom Magee,
y después pasea por la gran ciudad. A
pesar de que también esa relación monta cierto tedio, a Eileen no se le
ocurre cortarlo (“¿Por qué habrían de hacerlo?”, p. 195) y, después de quedarse
encerrada fuera del cuarto con cierto susto por un rato, y de un paseo no muy
agradable por Dublín, reflexiona: “Había tanto tiempo para estar viva; y
después ya no estabas más.” (p. 201)
Casi todos los
demás son hombres mayores, muchos de New Orleans o que fueron a vivir a New
Orleans o de otro lugar del sur (como el chico de “Displaced”), muchos
abogados, como era abogada Eileen. En “Nothing to declare”, Sandy, un abogado
de New Orleans se encuentra, muchos años después, con una novia de la juventud;
caminan por New Orleans, hablan, parece que podría ocurrir más, se despiden, y
Sandy piensa que el encuentro no significa nada, o significa todo. “Ella había
comenzado a hablar con menos palabras de las necesarias” (p. 5), se dice en un
momento, y eso es una nota sobre todo el libro, en el que Ford habla con frases
cortas, muchas veces de una sola palabra, con menos palabras de las que parecen
necesarias pero que alcanzan. Como alcanzan algunos pocos recuerdos de estas
personas, recuerdos que vienen como olas en una playa lejana, para construir,
en pocas páginas, personajes totalmente creíbles. Personajes, como dije, que
están siempre pensando en la trayectoria de la propia vida: “Nothing to
declare” termina con “un constante ir hacia adelante hacia la noche ahora, y
las incontables noches que quedaban.” (p. 23)
Algo parecido le
pasa al personaje de “Jimmy Green 1992”, un hombre cuya vida cambia totalmente,
para mal, cuando se involucra con la hija de un colega y que, en una noche de
frío y alcohol en París se liga unas trompadas equivocadas y termina sacando a
pasear el perro de la chica con la que salió a la noche y preguntándose cómo
llegó hasta ahí: “Acá, por supuesto, nunca era precisamente el punto que habías
alcanzado (un punto de vista que muchas veces se recordaba a sí mismo). Acá era
un punto que ya habías pasado sin darte cuenta. ¿Era ese el significado del
optimismo? ¿O del pesimismo? ¿Ver a dónde estabas como algo inevitable y
pasado? Esto le recordaba de la joven hija de su socio. (...) Nada de eso debió
haber causado lo que causó - toda la calamidad. La pérdida amarga, el
desarmarse de la vida. Aunque es posible que eso también hubiera sido
inevitable.” (p. 165)
Y también está la
muerte, claro. En “Happy”, dos veteranas parejas amigas reciben a “Happy”
Kamper, la ex pareja de un amigo en común que acaba de morir. Y en “The run of
yourself”, una novella más que un cuento corto, Peter Boyce trata, dos años
después, de ajustarse a la muerte de su mujer. Peter es otro que cree en
pequeños ajustes: “Aceptando es cómo uno lograba mantenerse en línea. Los
pequeños ajustes en evolución.” (p. 139)
A veces, como en
“Crossing”, todo esa reflexión encuentra una emoción. Pero siempre es medida,
contenida. En “Crossing”, un abogado americano está cruzando en ferry de
Inglaterra a Irlanda y es abordado por una americana de un grupo de tres. La
señora le pregunta la razón de su viaje y él, sorprendiéndose a sí mismo por
contarlo, dice que está yendo a cerrar el trámite de su divorcio, y vuelve a
sorprenderse cuando se le forma una lágrima. “Dejar caer solo ese pequeño
diamante, en un momento tan inesperado, había sido permisible.” (p. 84)
Con un lenguaje
sutil, pausado, con menos palabras de las necesarias, Ford nos va mostrando
episodios de estos hombres, episodios en los que siempre miran para atrás para
tratar de imaginar a sus propias vidas como líneas que parezcan coherentes,
plausibles, defendibles, mientras, inquietos, tratan de no pensar demasiado
sobre lo que viene por adelante.
Originales de las
citas usadas
“Things would go on for them until whatever was
desired of life was clear and accommodatable, as though they had always wanted
it that way. All these things, these separate things were really connected, he
felt.” (p. 255)
“So. You are so alone in a way that is so many-sided
there is not a word for it. Attempts to find the word leave you confused”. (p. 45)
“Why would they?” (p. 195)
“There was so much time to be alive; then you weren’t
anymore.” (p. 201)
“She had begun to talk with fewer than the necessary
words.” (p. 5)
“a seamless carrying forward into the evening now, and
the countless evenings that remained.” (p. 23)
“Here, of course, was never precisely the point you’d
attained (a view he often reminded himself). Here was a point you’d passed
already but didn’t realize. Was that what optimism meant? Or was it pessimism?
Seeing were you found yourself as inevitable and past? It made him recollect of
his partner’s young daughter. (...) None of it should’ve caused what it caused
- all the calamity. The embittering loss, the disassembling of life. Though
that had possible been inevitable also.” (p. 165)
“He was a born
listener, a man who paid attention. Accepting was how you kept the run of
yourself. The evolving, small adjustments.” (p. 138-139)
“Shedding just
this little diamond, at a most unexpected moment had been permissible.” (p. 84)
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