El Flaco salió de su reunión y dobló a la izquierda por Marcelo T. de Alvear en dirección a Ayacucho. Adelante caminaba un señor de unos 65 años de pantalón gris bien planchado, camisa y anteojos. Delgado y de corta estatura, caminaba muy tranquilo, con pasos cortos, comiendo maíz inflado de una bolsa. El Flaco lo alcanzó y mientras lo pasaba comentó "qué rico", con una sonrisa, mientras seguía. "¿Querés?", preguntó el señor acercándole la bolsa de plástico. "No, no", dijo riendo el flaco. "Tomá, dale, poné tus manos", dijo el señor. "Yo lo compré porque me bajó la glucemia." El flaco le hizo caso y el señor le llenó las manos de maíz. "¿Sabés por qué te ofrecí? Por la sonrisa. Aprendí que con una sonrisa todo es mejor." Caminaron juntos hasta la esquina. "Tenés razón", dijo el Flaco, "hay que sonreír más y hacerse menos mala sangre." Llegaron a la esquina. "¿Vas para allá? ¿Caminamos una cuadra más?", preguntó el señor. "Sí", dijo el Flaco, y cruzaron Marcelo T. sin hacerse mala sangre por el taxista que no les cedió el paso en el cruce peatonal. "Ahora estoy planeano un viaje a Bariloche. Hay que conectarse con el deseo", dijo el señor, "¿querés más?" El maíz se había acabado y el Flaco le dijo al señor que había llegado a su auto. Se dieron la mano, se saludaron, se desearon suerte y no se vieron nunca más.
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