lunes, 28 de abril de 2025

En busca de la identidad

 


Leí Who Do You Think You Are?, de Alice Munro, escritora canadiense ganadora del Premio Nobel (2013) y recientemente puesta al borde de la cancelación al conocerse, después de su muerte en 2024, de que su pareja había abusado de su hija. De Munro, genia, leí Too Much Happiness, Runaway, Dance of the Happy Shades, Hateship, friendship, loveship, marriage y Something I’ve Been Beaning to Tell You. Siempre me gustó Munro, siempre volví por más.

Who Do You Think You Are? es una colección de cuentos que también puede ser leída como una novela. De hecho, yo elijo leerla como una novela, algo más que una Bildungsroman de Rose, el personaje principal, que nace en un pueblito de Ontario y logra irse, pero nunca logra irse del todo. La infancia es violencia (incluyendo del padre) y peligro. “Pero no era tremendamente triste (…) Aprender a sobrevivir, sin que importe con cuanta cobardía o precaución, con cuanto estupor y cuántas premoniciones, no es lo mismo que ser triste. Es demasiado interesante” (p. 34).

La niñez y la adolescencia, con un padre que ejercía violencia y una madrastra dura (Flo), con una escuela llena de peligros, y un abuso sexual en un tren, es también cuando bajaban estereotipos de género muy claros: “Flo era su idea de lo que debía ser una mujer. Rose lo sabía, y hasta él [el padre] lo había dicho a menudo. Una mujer debería ser energética, práctica, inteligente para hacer y ahorrar; debería ser astuta, buena regateando y dando órdenes y viendo más allá de las pretensiones de las personas. Al mismo tiempo debería ser intelectualmente ingenua, infantil, despreciar mapas y palabras largas y todo lo que esté en los libros, llena de ideas encantadoras y confusas, de supersticiones y de creencias tradicionales” (p. 56).

Rose logra irse del pueblo, gracias a una beca para la universidad, donde los estereotipos continúan. “A Rose le pareció ver cuatro o cinco chicas del mismo tipo encorvado y de señora de la chica que estaba a su lado, y varios chicos de ojos brillantes con caras de bebés presumidos. La regla parecía ser que las chicas con becas se vieran de unos cuarenta y los chicos de más o menos doce” (p. 88). Vive en lo de una profesora que la anima a concentrarse en los estudios y evitar a los varones, pero Rose se encuentra con Patrick y descubre el sexo. Se casa con Patrick, que es rico; en su casa: “El tamaño era lo que se veía en todos lados, y especialmente el grosor. El groso de las toallas y las alfombras y las asas de los cuchillos y los tenedores, y de los silencios” (p. 103).  

Rose (y Munro) descubren la “interseccionalidad”, tan de moda hace unos años (el libro es de 1978), en este caso entre género y clase. Ser mujer y pobre es distinto. “La pobreza en las chicas no es atractiva salvo que la combines con ser una putita dulce, o con estupidez. Ser inteligente no es atractivo salvo que lo combines con algunas muestras de elegancia; clase.” (p. 88). Pero Rose descubre que en una familia de ricos puede haber incluso más maldad que en su infancia. “Nunca había imaginado que podía haber tanta verdadera maldad en un solo lugar. Billy Pope era un intolerante y un gruñón, Flo era caprichosa, injusta y chismosa, su padre, cuando vivía, había sido capaz de juicios fríos y una desaprobación implacable; pero comparada con la familia de Patrick, la gente de Rose parecía jovial y contenta” (p. 106).

El matrimonio con Patrick fue un desastre, con ocasionales momentos de violencia, de ambos lados del mostrador, con una hija a quien Rose no le prestó demasiada atención. Y después de eso Rose logró hacerse una carrera, no del todo exitosa, no del todo desastrosa, como actriz y presentadora de televisión y dando clases en universidades. Siguió, mientras estaba casada y después, buscando hombres, unas veces con más éxito que otras. Hacia el final del libro, más grande, quizás alrededor de los cuarenta, en ese limbo de carrera y falta de vínculos fuertes y sanos, Rose se pregunta: “Sí parecía que las vidas de las personas tenían más desesperación que antes, ¿y qué puede ser más desesperante que una mujer de la edad de Rosa, sentada toda la noche en su cocina oscura esperando por su amante? Y esta era una situación que ella misma había creado, lo había hecho todo ella, parecía que ella nunca aprendía las lecciones” (p. 206).

El libro termina con Rose de vuelta en el pueblo, cuidando a su madrastra, que le vuelve a preguntar quién se cree que es, por sus pretensiones (bastante modestas sin duda) de ser más que ese pueblo. Se encuentra con un amigo del secundario a quien nunca más había visto y se da cuenta de que “Todo lo que había hecho podía a veces verse como un error” (p. 255), que es algo que tantos podemos pensar pasada cierta edad. Quizás ahí, en ese preciso momento, y no con los golpes del padre ni con la mano del pastor en el tren ni cuando empezó a disfrutar del sexo con Patrick ni con el adulterio la maternidad la universidad u otro momento sino quizás ahí, en ese preciso instante donde piensa que todo puede haber sido o no un error quizás ahí Rose se convirtió en mujer, aun cuando quizás sin saber todavía o quizás por darse cuenta de que nunca puede saber exactamente quién es.

 

Originales de las citas

“But she was not miserable, except in the matter of not being able to go to the toilet. Learning to survive, no matter with what cravenness and caution, what shocks and forebodings, is not the same as being miserable. It is too interesting.” (p. 34)

“Flo was his idea of what a woman ought to be. Rose knew that, and indeed he often said it. A woman ought to be energetic, practical, clever at making and saving; she ought to be shrewd, good at bargaining and bossing and seeing through people’s pretensions. At the same time she should be naive intellectually, childlike, contemptuous of maps and long words and anything in books, full of charming jumbled notions, superstitions, traditional beliefs.” (p. 56)

“It seemed to Rose that she saw four or five girls of the same stooped and matronly type as the girl who was beside her, and several bright-eyed, self-satisfied babyish-looking boys. It seemed to be the rule that girl scholarship winners looked about forty and boys about twelve.” (p. 88)

“Size was noticeable everywhere and particularly thickness. Thickness of towels and rugs and handles of knives and forks, and silences.” (p. 103)

“Boys could get away with that, barely. For girls it was fatal. Poverty in girls is not attractive unless combined with sweet sluttishness, stupidity. Braininess is not attractive unless combined with some signs of elegance; class. Was this true, and was she foolish enough to care? It was; she was.” (p. 88)

“She had never imagined so much true malevolence collected in one place. Billy Pope was a bigot and a grumbler, Flo was capricious, unjust, and gossipy, her father, when he was alive, had been capable of cold judgments and unremitting disapproval; but compared to Patrick’s family, all Rose’s own people seemed jovial and content.” (p. 106)

“People’s lives were surely more desperate than they used to be, and what could be more desperate than a woman of Rose’s age, sitting up all night in her dark kitchen waiting for her lover? And this was a situation she had created, she had done it all herself, it seemed she never learned any lessons at all.” (p. 206)

“Everything she had done could sometimes be seen as a mistake. She had never felt this more strongly than when she was talking to Ralph Gillespie, but when she thought about him afterward her mistakes appeared unimportant”. (p. 255)

lunes, 21 de abril de 2025

Un clásico inolvidable (que no vale la pena leer)



Leí (algo así como dos tercios) de Drácula, de Bram Stoker y, como ya se imaginará el lector, me aburrió. Nunca antes había leído la novela; la verdad es que nunca me había interesado mucho, pero hace unas semanas hice una audición para una puesta teatral de esta historia, porque ahora, como diría mi abuela, “se me ha dado por la actuación”, y me pareció que tenía que leerla. Un embole.

La obra de teatro en la que finalmente no participaré aclara en el subtítulo que se trata de un melodrama victoriano. El melodrama, la exageración de sentimientos y situaciones, lo hace un poco aburrido. Hay unos pronunciamientos de los distintos personajes que son exagerados, largos discursos ponderándose mutuamente y cosas por el estilo. Otra razón del aburrimiento es que para el lector de 2025 la novela es una gran obviedad. Stoker va dejando pistas de que se trata de una historia de vampiros por todos lados. Para el lector de 1897 todo eso se condensa en un momento de gran revelación, ¡el Conde Drácula es un vampiro!, pero para el de 2025, que conoce a Drácula desde los 5 años, no hay ninguna sorpresa y cada indicio parece una tontería.

Lo victoriano trae el componente más ideológico, si se quiere. Los críticos hablan de Drácula como una novela victoriana profundamente conservadora en términos del lugar de la mujer, que expresa una supuesta ansiedad de Occidente ante otras razas y por la pérdida de fuerza del cristianismo y de la religión en general frente a otras culturas y a las fuerzas del secularismo y la ciencia. Lo primero es clarísimo, con una crítica directa a un movimiento precursor del feminismo, el de la “Nueva Mujer”. Mina se mofa de ellas en su diario (la novela se construye con diarios de los personajes, más recortes de periódicos y cosas por el estilo): “Algunas de las escritoras de las ‘Nuevas Mujeres’ algún día vendrán con la idea de que debería permitirse a hombres y mujeres que se vean el uno al otro durmiendo antes de proponer o aceptar el matrimonio. Pero supongo que la Nueva Mujer no condescenderá a aceptar; ella misma será la que propondrá” (p. 77). Todo esto, claro, resulta inconcebiblemente viejo.

Lo que es gracioso, si se quiere, es la forma del argumento en defensa de lo religioso. Durante toda la novela se presenta a los personajes situaciones sobrenaturales, y frente a ellas los personajes siempre encuentran explicaciones no sobrenaturales: algo así como “ah, debe ser que vi mal”. Por ejemplo, cuando el Dr. Seward ve la herida que el vampiro dejó en el cuello de Lucy, se siente mal pensando que él la había lastimado con un alfiler de gancho (p. 80). El que finalmente descubre que se trata de vampirismo, el Dr. Van Helsing, tarda mucho en decirlo a los demás porque sabe que sus interlocutores -personas modernas, científicas- descreerán. Por eso, finalmente, cuando les presenta todas las pruebas, le dice a Seward: “Vos sos un hombre inteligente, John; razonás bien, y tu genio es valiente; pero estás muy prejuiciado. No dejás que tus ojos vean ni que tus oídos oigan, y aquello que está fuera de tu vida diaria no te interesa. ¿No pensás que hay cosas que no podés comprender y que sin embargo son, que algunas personas ven cosas que otros no pueden ver?” (p. 163). Hay vampiros, John, y hay un Dios al que debemos hacerle caso, aunque tu paradigma no te lo permita ver. Me causa un poco de gracia esto porque la forma de ese argumento vale contra cualquier pensamiento predominante; aunque en ese momento es conservardor (creamos en los vampiros y que se los combate con crucifijos y que hay una vida eterna), es la forma del argumento de la rebeldía, no del orden.

Bueno, eso. Aburrido. Otra curiosidad: la novela, como tal, claramente no soportó bien el paso del tiempo; pero Drácula, como objeto cultural, como personaje, como idea, está claramente asentado en el acervo cultural de Occidente. Es un clásico inolvidable, todos los llevamos dentro nuestro: pero no vale la pena leerlo.


Originales de las citas

“Some of the “New Women” writers will some day start an idea that men and women should be allowed to see each other asleep before proposing or accepting. But I suppose the New Woman won’t condescend in future to accept; she will do the proposing herself.” (p. 77)

“I was sorry to notice that my clumsiness with the safety-pin hurt her. Indeed, it might have been serious, for the skin of her throat was pierced. I must have pinched up a piece of loose skin and have transfixed it, for there are two little red points like pin-pricks, and on the band of her nightdress was a drop of blood.” (p. 80)

“You are clever man, friend John; you reason well, and your wit is bold; but you are too prejudiced. You do not let your eyes see nor your ears hear, and that which is outside your daily life is not of account to you. Do you not think that there are things which you cannot understand, and yet which are; that some people see things that others cannot?” (p. 163)


lunes, 14 de abril de 2025

Adiós, Mario

Hasta 2005 no leía “latinoamericanos”. Tenía un prejuicio contra el “realismo mágico” y sólo había leído Náufrago de Gabriel García Márquez y no había pasado de los primeros capítulos de Pantaleón y las visitadoras de Mario Vargas Llosa. Hasta 2005, además, leía poca ficción; desde que salí del secundario y hasta que defendí mi tesis de Maestría en aquel año, había concentrado la mayor parte de mi tiempo de lecturas en ciencias sociales e historia. Cuando entregué y defendí la tesis me juré no agarrar un libro de no ficción nunca más en mi vida.

Por supuesto que no cumplí con la conjura hiperbólica, pero sí empecé a leer ficción como nunca antes. Y al principio me dije que me debía leer a los latinoamericanos, a ver si quizás no era yo el gallego contramano en Libertador. Lo era, claro. García Márquez me volvió loco por la fluidez de su prosa, porque era miel líquida, porque yo no sabía que se podía escribir así, no sabía que la prosa podía ser poesía. Pero cuando se pone mágico el colombiano me aleja, y esas historias melodramáticas a veces también.

Vargas Llosa, en cambio… Quizás lo que más me gusta de Vargas Llosa es que junta dos de mis grandes intereses en la vida: la literatura y la política. De sus libros, los que más disfruté tienen un componente bien político: más obvio en La guerra del fin del mundo, Conversación en La Catedral y, claro, en La fiesta del Chivo; un poco más indirecto en La ciudad y los perros y Pantaleón y las visitadoras.

Hace años que no leo a Vargas Llosa, y es verdad que sus últimos libros están muy lejos de esos cinco, pero qué librazos que son esos cinco. A todos esos los leí antes de tener este blog, por lo cual carezco de mis notas, de mi memoria extraíble, de mi disco externo para recordar bien qué me parecieron en aquel momento. La fiesta del Chivo es un thriller político espectacular, pero escrito como debe escribirse. De La ciudad y los perros recuerdo esa sensación de violencia latente, de masculinidad física, de crudeza sorprendente. Pantaleón y las visitadoras y La guerra del fin del mundo son dos miradas geniales a esta locura que es América Latina, desde la selva y la corrupción hasta el fanatismo y los movimientos populares. Pero Conversación en la CatedralConversación es uno de los libros más inteligentes y bellos y tristes que recuerdo, un libro que piensa un país en relación con un grupo de personas y sus vínculos, o esas personas y vínculos con relación a un país. Es el tipo de libro que me hubiera gustado escribir para Argentina y que, quizás, ya ha sido escrito por Pedro Mairal con El año del desierto.

Adiós, Mario, y gracias. Algo me dice que pronto volveré a agarrar alguno de esos cinco libros, que van a quedar por siempre.