Dos amigas con una vida de recuerdos
en conjunto: S. y ML.
S. visita y llama a ML. una y otra
vez mientras ML. va deslizándose en el Alzheimer. S. consigna sus visitas, sus
llamados, su procesamiento del proceso, no tanto para no olvidar sino para no
dejar de estar, hasta que ya no puede seguir. "Tengo que escribir estos
textos mientras ella está viva" dice S. al comienzo, "para tratar de
entender este estar/no estar de una persona que se desarticula ante mis
ojos" (p. 9).
Mientras ML. pierde la memoria S.
siente que su amiga deja de ser ella misma, registra las formas en que deja de
serlo: "¿Cómo dice yo el que no recuerda, cuál es el lugar
de su enunciación cuando se ha destejido la memoria?" (p. 19). Y mientras
su amiga pierde la memoria S. se ve invadida por la propia: "Yo quiero ser
dueña de mi memoria, no que ella me maneje a mí. Esta acechanza del pasado,
casi constante, no solo interrumpe mi presente, literalmente lo invade."
(p. 59)
Desarticulaciones, de Sylvia
Molloy (Editorial Eterna Cadencia), es un libro inteligente, sensible y bello.
(Ay, cómo me gustan esos libros chiquitos...) Impresiona la sutileza con la que
rescata las situaciones, las emociones, con compasión por la enferma y por la
acompañante.
Recordé a Roth: “No hay que olvidar nada – esa es la inscripción en su escudo familiar.
Estar vivo, para él, es estar hecho de memoria – para él si un hombre no está
hecho de memoria, no está hecho de nada.” Pero eso que en Roth es una memoria
colectiva, familiar, religiosa, en Molloy es personal. La memoria es lo que
somos. Y cuando "olvidamos" a la manera del Alzheimer dejamos un poco
de ser, nos vamos desarticulando, porque no es un olvido, porque "para decir que uno ha
olvidado hay que tener una mínima capacidad de recuerdo". (p. 66)
S.
empieza el libro con la intención de registrar para tratar de entender y
termina cuando se da cuenta de que ya no puede registrar, aunque, como dice el
epígrafe al inicio, ML. "todavía está". Ha dejado, quizás, de haber
continuidad, ML. ya no es, solo está (p. 58). Las listas, por ejemplo, son
registros de una memoria; dejan de tener sentido cuando no hay una memoria que
recuerde para qué se pusieron esas palabras en un papel y en un orden
determinado: "si falta el sujeto que la arma no hay quien le
dé sentido." (p. 34) Así es como, en cierto momento, también el registro
que es el libro deja de tener sentido y S. puede dejarlo, dejarla.
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